Ficha The Thirteen Assassins


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Críticas de The Thirteen Assassins (1)




Mad Warrior

  • 24 Jan 2021

8



Un samurái noble se atraviesa el estómago frente a la puerta Babasaki del castillo de Edo. Un gesto desesperado por detener la crueldad de su señor.
Y los únicos capacitados para finalizar esta tarea son trece samuráis sin señor dispuestos a cortar de raíz las injusticias del Gobierno...

En 1.954 siete aguerridos guerreros accedían a ponerse a las órdenes de gente de un rango social inferior a cambio de una remuneración muy escasa con el fin de protegerles de quienes se dedicaban a arruinar y robar sus cosechas, algo excepcional para la época: Akira Kurosawa introdujo así la figura de un samurái que luchaba por una causa justa sin ataduras a la nobleza y sin traicionar su código sagrado de honor. Dicho concepto se extendería dinamitando el género, marcándolo para la posteridad.
Uno de los muchos cineastas que predicó con el ejemplo fue Eiichi Kudo, quien nacido de un auténtico linaje samurái empezó como asistente de dirección en Toei, su casa profesional por mucho tiempo, para poco después ser ascendido. Tras varios trabajos menores el joven de 30 años sentía que la productora lanzaba películas muy comerciales y flojas, y su idea de romper esta norma llegó con un caro proyecto auspiciado por el mítico actor Chiezo Kataoka y escrito por Kaneo Ikegami, un relato de bases mitad reales, mitad ficticias, con el cual iniciaría su conocida Trilogía de la Revolución.

Para los principiantes (sobre todo para los reclutados por Toei entonces) el género histórico-épico era la manera idónea de exponer sus cualidades como realizadores, pero hay que tener en cuenta que Kudo, aun procediendo de familia de samuráis, no compartía en absoluto sus principios, hasta el punto de renegar de su linaje con el más amargo de los desprecios, por lo tanto su visión de la Historia interpretada en el ¨jidai-geki¨ viene premeditadamente cargada de amargura, pesimismo y el gran deseo de rebelarse contra sus propias raíces. Esos elementos componen la salvaje sinfonía de ¨Los Trece Asesinos¨.
La fábula comienza en la era Koka, bajo mandato de los emperadores Ninko y Komei, con un suicidio que es en sí un alegato para frenar al despiadado Naritsugu Matsudaira, históricamente daimyo de Fukui cuyo título de noble recibió al casarse con la hija del shogun Ienari Tokugawa. Director y guionista trastocan un poco la realidad y optan por erradicar este veneno del Gobierno de un tajo, decisión que lleva a la creación de un grupo clandestino de guerreros liderado por el inspector Shinzaemon Shimada, en cuya reunión, estrategias y esfuerzos se centrará el film durante su primer tramo.

Se maneja una reinterpretación de ¨Los Siete Samuráis¨ con el objetivo de velar por el bien del pueblo y destruir el cinismo y la injusticia como aliciente, si bien esta vez la orden no procede de gente de clase baja sino del propio Gobierno, y los que van a cumplirla (aun algunos pidiendo dinero a cambio) son sin duda samuráis de pleno derecho y espíritu, sobre todo el ceremonioso y noble Shinzaemon. Esto y la fe ciega en el clan escora la epopeya hacia un marcado clasicismo en comparación con muchos títulos ya estrenados entonces, más contestatarios, rebeldes y desmitificadores (hacía sólo dos años que llegó el milagro de ¨Yojimbo¨...).
No así Kudo, mientras desarrolla la intriga de los preparativos para el asesinato con una precisión casi milimétrica y emplea a unos protagonistas con quienes el espectador puede simpatizar, centra su atención sobre Shinrokuro, sobrino de Shinzaemon, un samurái feminizado sujeto a otras aspiraciones para el que morir no es ni mucho menos un privilegio (este pensamiento, aun siendo convencido por la honestidad de su tío, es clave para determinar el destino del personaje). Él y el pueblerino Koyata (trasuntos de los Katsushiro y Kikuchiyo de la obra de Kurosawa), quien únicamente desea luchar por amor, captan más el interés que sus hieráticos compañeros.

Con estos firmes ideales, el cineasta pone todas sus fuerzas en sumergirnos en una trepidante aventura en la mejor tradición ¨chambara¨, haciendo resaltar sus líneas más oscuras y desgarradoras sin olvidar la emoción ni el entretenimiento; su habilidad de artesano le convertirá en maestro al plantear durante más de media hora un clímax donde la acción, casi contenida previamente, se desata enfervorecida. La emboscada en el pueblo contra los secuaces de Naritsugu es toda una lección de cine; Kudo nos empuja a un torrente de violencia encarnizada donde las flechas vuelan, las katanas restallan y cortan la carne, la sangre nos salpica y se rompen los huesos.
Y ello filmado con gran sentido del espacio, la atmósfera, los elementos naturales y la elegancia del movimiento, sin necesidad de cámaras mareantes ni mucha sucesión de planos (como ocurre hoy en día...) para hacernos vibrar durante todo ese tramo, indiscutiblemente sublime; pero Kudo también deja patente su talento tras la cámara no sólo al rodar acción (el momento en que Shinzaemon toca el shamisen frente a Shinrokuro pone los pelos de punta), y el blanco y negro de su operador Juhei Suzuki capta mejor las sensaciones. En el lado artístico sobresale, cómo no, el veterano Kataoka, seguido de otros grandes actores.

Kotaro Satomi, Ko Nishimura, Shingo Yamashiro o Kanjuro Arashi, que vuelven a demostrar su buen hacer en el género, al igual que Ryohei Uchida. Inmensamente detestable ese Kantaro Suga en su rol de Naritsugu, cuya muerte por enfermedad en la realidad dio pie a grandes teorías conspirativas y otras varias fantasías aprovechadas en la ficción.
A pesar de las dolorosas comparaciones que sufrió en la época con ¨Los Siete Samuráis¨, este fue un magnífico primer paso para Kudo en su implacable Trilogía de la Revolución, cuya perfección alcanzaría ¨La Gran Masacre¨. Casi cinco décadas después el prolífico Takashi Miike se hizo cargo de un ¨remake¨, casi idéntico aunque de línea más espectacular (logrando, por otro lado, uno de sus mejores trabajos...).



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