Ficha El Reto del Samurai


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Críticas de El Reto del Samurai (1)




Mad Warrior

  • 6 Mar 2021

4



Malogrado punto de vista norteamericano que se ríe y deshecha todo tipo de culturas que no sean la suya, bien ridiculizándolas sin pudor o peor aún, intentando ponerse a su altura.
Y lo que tenemos aquí no es sino una perfecta muestra de ese comportamiento.

Aunque ya se producían películas americanas en Japón desde poco después de la 2.ª Guerra Mundial, fue la excelente ¨Yakuza¨ de Pollack la que desató un gran interés por filmar cine de género (intriga, acción) allá en el País del Sol Naciente. Porque hasta bien entrados los años 70 el ¨chambara¨ (historias sobre samuráis) pertenecía exclusivamente a los nipones, y ya no había forma de contar nada nuevo en él porque todo se había contado y desde las aproximaciones más variadas; poco a poco, y gracias al alto consumo de cine oriental en EE.UU., se convirtió en una moda el que hicieran films enfocados en esta cultura.
Y esto le llegó de rebote a John Frankenheimer, que ni tuvo un final de los 70 muy bueno (por culpa de la irregular ¨Profecía Maldita¨) ni estaba en condiciones para seguir haciendo cine como si nada. Frustrado por sus últimos fracasos, problemas de salud y matrimoniales, y severa afición al alcohol como solución para todo eso, le llevó a dejar pasar más tiempo entre trabajo y trabajo y a no escoger los mejores para una vuelta digna, como ¨El Reto del Samurái¨, más un producto de carne de videoclub como recurso alimenticio que una obra de verdad, cuyo guión de John Sayles y Richard Maxwell tampoco fue tratado con el mejor de los respetos...

Porque todo el argumento imaginado (un club de lucha de California tras una espada y un padre y un hijo de diferentes culturas en la búsqueda de la comprensión y el tiempo perdido) y todos los personajes creados, más enfocados en la cultura china, se fue al traste cuando a poco de iniciar el rodaje el director (quien se emborrachaba en mitad de ellos, cual Peckinpah) decidió cambiar toda esa iconografía por la japonesa e ir modificando el libreto cada día, de ahí que el desconcierto y la decepción marcasen la producción.
Poco dura lo bueno aquí, unos 3 minutos y medio más o menos cuando asistimos a una ceremonia samurái que se tuerce al ser entregadas dos legendarias espadas a la familia Yoshida; una elipsis de cuatro décadas rompe con la sobriedad y nos lleva a California haciendo el malparado guión un esfuerzo para hacernos tragar lo intragable: que una de las espadas, perdida durante largo tiempo, se ha recuperado y los herederos (los hermanos Toshio y Akiko) contratan los servicios de un boxeador en sus horas bajas (¿reflejo premeditado del cineasta?) para transportarla de nuevo a Japón. Una trama que, tal y como está dispuesta y presentada, acumula una gran cantidad de farragosos detalles.

Una trama en la que no desentonarían Michael Dudikoff o Chuck Norris (pero es la de un joven Scott Glenn en su primer papel protagonista), una trama que por sus ridículas situaciones y personajes de garrafón remite a las clásicas películas ¨grindhouse¨ de artes marciales que se copiaban de las de Bruce Lee, una trama cuya premisa no sólo recuerda a ¨Yakuza¨, sino que plagia la de ¨La Espada del Samurái¨, realizada por Tsugunobu Tokani tan solo un año antes (o, escudriñando más en el tiempo, la del extraño clásico ¨Sol Rojo¨...¡y ambas también con Toshiro Mifune en el reparto!).
El viaje de Rick a Kyoto entraña una dificultad para el amante del cine nipón: el observarse la historia totalmente desde el punto de vista americano (como sucederá con ¨Black Rain¨). Este anti-héroe llega allí a partir de un razonamiento estúpido y se ve envuelto como espectador en una lucha familiar llevada a cabo por gángsters y magnates de película de Jackie Chan, para poco a poco participar en ella al verse tocado espiritualmente por el honor japonés. Tragar lo intragable, como decía, son detalles como que un maestro samurái acepte a un ¨gaijin¨ (invasor insignificante) así por las buenas como alumno, y más tras descubrir que es un ladrón oportunista.

Y aquí sucede lo de siempre. Las intrigas propias de una historia de estas características y la introducción del protagonista en ese mundo de códigos de honor y conductas absolutamente incomprensibles para un americano, primero desde el maestro (Saturo) y luego desde su hija, con la que por supuesto cohabitará antes del gran clímax (es bien sabido que los guerreros se calientan antes de entrar en batalla). No hay nada extraño; todo resulta ser tan evidente que un espectador curtido adivinará todos sus trucos y giros de guión 20 minutos antes de que sucedan (el de cómo se libra Rick de sus perseguidores al principio es un buen ejemplo).
Tras un esforzado Glenn que se quedó por su interés en conocer Kyoto, tenemos a un envejecido Mifune que repite a sus clásicos héroes del ¨jidai-geki¨ con mucho estoicismo y una sobredosis de excentricidad que hace caer de espaldas (memorable su entrada en el complejo de Hideo, en realidad el Centro de Conferencias Internacionales, como reencarnado por un momento en el Rokurota de ¨La Fortaleza Escondida¨) y a los pésimos Donna Benz y Calvin Jung (odio que en estos films usen a actores americo-japoneses). Sí destacan los curiosos cameos de Sanae Nakahara, Shogo Shimada, Seiji Miyaguchi y el entonces pequeño hijo de Kinji Fukasaku, Kenta, en el innecesario papel de Jiro.

A pesar de todo lo malo que ofrece logra ser regularmente entretenida, bien por el ritmo que le aplica el montador John Wheeler y por las escenas de acción, coreografiadas por Ryu Kuze y un joven Steven Seagal cuando aún se ganaba el pan como coordinador y entrenador personal.
Pero su forma y estilo es demasiado génerica como para tenerla en cuenta y emana el hediondo olor a mantillo de videoclub de barrio, el único lugar donde pudo obtener cierta popularidad este subproducto que es lo más bajo de su director hasta aquella fecha. Sólo rescato la buena música de Jerry Goldsmith...y el violento duelo final entre Rick y Hideo.



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