Ficha Youth of the Beast


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Críticas de Youth of the Beast (1)




Mad Warrior

  • 4 Jun 2020

8



Los Nomoto a un lado, los Sanko al otro y él en medio, un lacónico y duro ex-policía dispuesto a vengar la muerte de un antiguo compañero...y de paso derribar como si de un castillo de naipes se tratara dos pilares de la mafia de Tokyo, para lo que deberá usar toda su astucia y determinación.

No parece que sean tan malos tiempos en el panorma cinematográfico japonés para la vieja generación y la nueva, que es la que se está abriendo paso. En 1.963 llegan interesantes propuestas de los talentos de la Nueva Ola: ¨18 Delincuentes¨, ¨La Mujer Insecto¨ o ¨Madre¨; por su parte Naruse estrena ¨La Vida de una Mujer¨ y Kurosawa un inmenso ¨thriller¨: ¨El Infierno del Odio¨. Seijun Suzuki también destacará en esta época, poniendo todo su talento e imaginación tras la cámara y asumiendo un riesgo estético, formal y visual para disimular las baratas producciones que le son encargadas por Nikkatsu.
Este periodo lo inicia ¨Tantei Jimusho 23¨, donde el carismático actor Jo Shishido se une al director por primera vez en un papel protagonista tras haber colaborado varias veces con él de secundario (provechosa unión que terminará en la mítica ¨Marcado para Matar¨); su siguiente trabajo conjunto es la adaptación de otra novela de Haruhiko Oyabu, maestro nipón del ¨hard-boiled¨ y las ¨crook stories¨, cuyo guión será firmado por Keiichiro Ryu (uno de los ayudantes habituales de Masumura) y Tadaaki Yamazaki. El inicio, con el misterioso caso de suicidio de un detective policía, es el testigo de lo bien que se ha manejado Suzuki en el ¨noir¨ de influencias americanas.

Sin embargo, el tétrico blanco y negro, que encuentra una brecha en sus sombras a través del rojo intenso de una flor (innovadora técnica usada ese mismo año en ¨El Infierno del Odio¨), pasa rápidamente a color con la carcajada de una muchacha en plena calle, atestada del bullicio de la multitud y el salvajismo reinante. Un tipo con traje y sombrero blanco la cruza a golpes entre los maleantes que se ponen en su camino para dirigirse a su destino: una de las tantas salas de fiesta que pertenecen al clan Nomoto; donde su dureza le valdrá para hacerse miembro de él.
Un principio que destila el aroma de la literatura de Woolrich o Hammett y con el que Suzuki retorna al ¨noir¨ por la vía del más áspero cine de yakuzas. La historia se centra en las artimañas del misterioso protagonista, Joji Mizuno, de quien averiguaremos poco a poco, para enfrentar a dos familias mafiosas que gobiernan el lugar con su violencia y corrupción (esto es, una revisión de ¨Yojimbo¨ ubicado en el capitalista e inseguro Japón de comienzos de los 60) mientras intenta esclarecer la extraña muerte de su amigo Takeshita, fingida en suicidio, y para ello sólo ha de infiltrarse y ganarse la confianza de los repugnantes seres a los que tiempo atrás combatía como agente de la ley.

Suzuki aplica la crudeza propia de los films de yakuzas, en las que aún no destacan Fukasaku ni Gosha, y la elegante brutalidad de la novela ¨hard-boiled¨ y las cruza con un estilo más audaz que el de sus primeras obras, más estilizado y marcadamente influenciado por las tendencias de la ¨nouvelle vague¨ y las películas de James Bond (lo que no le sentaba muy bien a los ignorantes ejecutivos de Nikkatsu). Mientras las tensiones entre los Nomoto y los Sanko aumentan y los bolsillo se Joji se llenan (al más puro estilo de Sanjuro) más pistas y conexiones aparecen sobre ese asesinato/falso suicidio.
La clave está en cómo se presenta la tenacidad y dedicación del protagonista por la amistad, teniendo que verse actuando como los rastreros y cínicos gángsters a quienes manipula para llegar hasta el final en sus indagaciones, como todo antihéroe del ¨noir¨ policíaco que se precie; y este hostil entorno donde se suceden los continuos enfrentamientos, traiciones y mezquindades se acaba volviendo sugerente y fascinante por el atrevimiento visual de Suzuki, cuyos imaginativos detalles a destiempo (el uso del color sobre el blanco y negro, las visiones de la chica drogadicta, el cruzar la ficción proyectada desde la pantalla de cine con la realidad) dan forma a un imaginario único.

Como de costumbre en este género centrado en el ego, el honor, la fuerza y la maldad de los hombres, hay pocos personajes femeninos importantes, pero éstos cumplen con los estereotipos de la fémina del ¨noir¨ americano: las chicas valientes y atrevidas, las mujeres maltratadas por el sádico jefe y la presencia, casi necesaria, de una ¨femme fatale¨ que al principio no parece serlo y que jugará con las emociones del protagonista, aquí la atenta viuda del compañero de éste, quien guardará muchas incógnitas bajo su aspecto de inocente ama de casa, esperando a ser desveladas en un clímax intenso.
Pero no sin antes deleitarnos con la batalla (el fantasma de la guerra está siempre presente) entre los dos clanes enemigos, que el cineasta puede llevar a cabo de forma espectacular pues esta vez goza de un mayor presupuesto. Rodeado de geniales secundarios como Kinzo Shin, Eimei Esumi, Tamio Kawaji, Nobuo Kaneko y la siempre guapísima Misako Watanabe, que vuelve a hacer de mujer misteriosa con extrañas intenciones, se halla el fantástico Jo Shishido, encarnando a un personaje (con su mismo nombre, además) clásico del ¨hard-boiled¨ que le sienta como un guante y que le convierte en una de las más imponentes figuras del cine japonés de acción de la época junto a Ken Takakura, Tetsuya Watari o Bunta Sugawara.

A partir de entonces Shishido sería sinónimo de los films de Suzuki, quien se podría decir que con esta fábula yakuza ¨nouvelle vague¨ (la cual abrió el camino a la más rebelde ¨Marcado para Matar¨) logró romper esquemas en el ¨thriller¨ de serie ¨B¨ nipón y encontrar ese punto de inflexión en su carrera que tanto estaba buscando (aunque según él esto lo significaría la posterior ¨Akutaro¨).
Para Kitano, Woo, Sono, Ishii, Miike y sobre todo Tarantino esta obra fue de seguro una gran influencia.



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