Ficha El Vagabundo de Tokio


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Críticas de El Vagabundo de Tokio (1)




Mad Warrior

  • 28 Feb 2021

8



¨Ore wa hitori de nagaremono...asu no hakaba wa wakaranaiAahh, Tokyo Nagaremono!...
Yume wa iranai hana naraba...hana wa chiroshi yume mo chiru.
Dose chiru nara otokobana...oremo suteta ze kiriyueni...
Aahh, Tokyo Nagaremono!...¨.

Interpretada desde su alma melancólica, esta es la balada de un vagabundo solitario que ¨no conoce el cementerio de la mañana ni necesita sueños, pues éstos se disuelven como se esparcen las flores, y, al fin y al cabo, la flor de un hombre siempre se esparce cuando renuncia al amor por su honor¨. La poética de la soledad elevada a la más descorazonadora belleza; sencillamente impagable. Es éste ¨Tokyo Nagaremono¨ el tema que cruza de principio a fin y que impregna con su negro sentimiento la película a la que da título, realizada en una especie de fecha clave: 1.966.
Es cuando se empieza a determinar el futuro de dos grandes directores de cine japonés, Shohei Imamura y Seijun Suzuki, ambos anclados en los dominios de Nikkatsu y bajo el yugo de las exigencias y los límites de sus mandamases. En aquel año el primero se larga de allí para proseguir su carrera con una productora propia; el segundo se queda, seguramente por cuestiones alimenticias, y verse censurado al tener que dirigir el insulso y convencional melodrama ¨Kawachi Karumen¨ como respuesta a la mala recepción de ¨Tattooed Life¨. Pero los recortes de presupuesto a los que se enfrentaron él y su director artístico Takeo Kimura sólo incrementaron aun más su osadía y visión rebelde.

Porque este dúo infatigable ante los fondos mínimos ya demostró su capacidad para convertir sus encargos en auténticas experiencias visuales desde que coincidieran en ¨Akutaro¨. Pero el fan de Suzuki se acordará del prológo de ¨La Juventud de la Bestia¨ a lo largo de un primer tramo revestido de negro tétrico y blanco saturado que exuda los aromas del ¨noir¨ más añejo y ¨melvilliano¨; y, como en aquélla, se visita rápidamente el color para iniciar esta historia: la de un joven convertido en objeto de la balada que canta su gesta, de soledad, de traición, de peregrinaje eterno (como en ¨Sandanju no Otoko¨).
Pero al contrario que su protagonista, Tetsuya es un vagabundo de ciudad, un yakuza que quiso dejar de ser yakuza y permanecer leal a su jefe Kurata sin tener que volver a matar ni cometer delitos; en su desafortunada búsqueda de una existencia mejor se halla una banda rival que intenta hacerse con el territorio de Kurata tras haber disuelto éste su familia. Éstos son los ásperos entresijos de la trama yakuza donde nos sumerge el argumento ciertamente anodino de Kohan Kawauchi, una vez más indagando en la trágica figura del joven antihéroe lanzando a un mundo demasiado cínico, nihilista y violento, y siendo forzado a practicar las mismas reglas para sobrevivir.

Antes de convertirse en fugitivo vagabundo, Tetsuya, por su fidelidad inquebrantable hacia su jefe (estableciendo con él una relación padre-hijo que aumenta la carga dramática), se coloca en el centro de esta tormenta de conspiraciones con dinero fantasma, chantaje a punta de pistola y traidores infiltrados de por medio, toda una novela negra de bolsillo que sucumbiría a los más aburridos clichés del cine comercial ¨B¨ de estar en manos de otro. Pero está en manos de Suzuki y es algo que se nota desde el primer minuto: estallidos de intenso color, atmósferas estilizadas, grandes decorados de línea ¨pop¨, cortes súbitos en las secuencias...
En efecto la historia, que obedece pautas muy convencionales del género, se eleva en una experiencia visual y sonora (y más aún durante su segunda mitad, iniciado el viaje de Tetsuya) por obra y gracia de este director de inagotable imaginación, que infiltra en ella influencias de la ¨nouvelle vague¨, las coloridas aventuras de James Bond, el ¨spaghetti western¨ (silbidos ¨morriconianos¨ y escena en el saloon incluidos) y las tendencias ¨kitsch¨ del momento. Un cóctel excitante, socarrón, que roza el onirismo, que desvirtúa e innova el cine negro y el de yakuzas como nadie se había atrevido a hacer a base de quebrantar sus reglas apostando por dejar que la estética domine sobre la lógica.

Puede que el relato de nuestro protagonista sea amargo, trágico, descorazonador y colmado de cinismo, pero debido al virtuosismo de la puesta en escena planteada, ¨El Vagabundo de Tokyo¨ pasa a ser una catártica aventura a través de registros sensibles cuya estructura obedece más a las modulaciones de la pintura o la música que a estrictas leyes narrativas. Suzuki no conoce límites, y si se necesita alguna prueba más de lo que podía conseguir con tan poco presupuesto, atención a esos instantes del duelo entre Tetsuya y sus enemigos. Los engranajes del ¨pulp¨ convergen con las fantasías ¨pop¨; el resultado: descaradamente fascinante.
Sorprende un joven Tetsuya Watari en una de sus primeras películas y acostumbrándose al rol de yakuza deambulante que encarnaría muchas veces en el futuro, interpretando además (y de una forma muy sentida) la canción que da nombre al film; la preciosa Chieko Matsubara es la chica clásica de este tipo de relatos (que sufre y llora constantemente por el héroe sabiendo que jamás le tendrá). Después, un correcto elenco de secundarios habituales de Suzuki y de Nikkatsu, como Ryuji Kita, Shinzo Shibata, el siempre carismático Hideaki Nitani y el detestable Tamio Kawaji (que nunca hará este hombre un papel que me agrade...).

Las rupturas que comenzaron a hacer eco a partir de ¨La Juventud de la Bestia¨ fueron encontrando cada vez más expresividad, fueron desatándose en un auténtico acto de rebeldía que alcanzó su cenit en ¨Marcado para Matar¨.
Suzuki siempre fue como Tetsuya, un vagabundo que seguía su propio camino desligado de las normas y las artimañas de los poderosos. Puede que sea su gesta la que se cante en esta obra, de sus mayores logros y referencia seminal para infinidad de directores posteriores (sobre todo del sr. Tarantino...).



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