Ficha A Night in Nude


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Críticas de A Night in Nude (1)




Mad Warrior

  • 3 Jun 2019

8



La vida sólo es una sucesión de trágicos acontecimientos provocados por los irónicos giros del destino, una dolorosa verdad a la que se enfrentarán tres individuos unidos por la desgracia y atrapados en una irrefrenable espiral de violencia y sufrimiento cuyo resultado estaba escrito desde un principio.

Años antes de llamar la atención del gran público con ¨Gonin¨, su obra maestra y uno de los ¨thrillers¨ más memorables de los 90, Takashi Ishii se iniciaba a finales de la década anterior en el seno de la Nikkatsu como director especializado en el ¨pinku eiga¨ tras haberse ganado una reputación como dibujante para adultos. Pero si algo hizo destacar su trabajo fue su habilidad para tergiversar el género mezclando el erotismo propio de éste con altas dosis de violencia en un ambiente estilizado tan extraordinariamente escabroso como extrañamente poético.
Esto le llevaría a conformar un sello de identidad único que ha mantenido hasta el día de hoy, aunque introduciendo algunas variaciones en su estilo; ya con ¨Gekka no Ran¨ dejaría patente su facilidad para combinar el erotismo con el cine de criminales y yakuzas, práctica que alcanzaría su culminación en la ya citada ¨Gonin¨. Este característico universo también se basaba en una constante reinvención de historias ocupadas por dos personajes tipo, Muraki y Nami (la fémina por excelencia de su obra), sobre los que iba construyendo fábulas descarnadas y quienes terminaban abocados a la autodestrucción.

Éstos, que ya aparecían en ¨Gekka no Ran¨, regresan en ¨A Night in Nude¨, él convertido en un ¨sustituto profesional¨ capaz de realizar aquellos trabajos que otros no desean y ella en la chica de Kozo, un yakuza dueño de un club, harta de ser maltratada y con un astuto plan en mente con el que intentará de una vez por todas cambiar su vida. Ambos, hundidos en la miseria y estancados en un vacío existencial del que ven imposible la escapatoria, se mezclarán en una serie de imprevistos por la decisión de Nami de asesinar a Kozo, acto de venganza en el cual se involucra ¨Jiro¨ de la forma más inesperada.
Ishii conduce las múltiples intrigas de la trama sobre tres personajes masculinos (¨Jiro¨, Kozo y Sendo, quien siente por éste un ambiguo y nunca revelado amor homosexual) que pivotan alrededor de una figura femenina, víctima y manipuladora a la vez, desencadenante del caos y la confusión e instigadora de las tensiones entre los hombres, abyectos y cínicos; personajes que de algún modo encuentran en el otro su reflejo o superficie de proyección, expresado de forma literal en Nami y ¨Jiro¨ (así, el uso de nombres falsos, la dirección de la primera que responde a la de la oficina del segundo, la mirada ante el espejo cuestionando su identidad...).

Una primera parte dominada por los engaños, las traiciones y las falsas identidades nos revelerá la repugnante catadura de los protagonistas, pues la condición de víctimas y verdugos que inicialmente pudiera repartirse entre ellos pronto se disuelve con transferencias recíprocas hasta comprobar que, lejos de estar ante un combate de buenos y malos, nos hallamos inmersos en un desasosegante juego de mezquindades, odios, rencores y manipulaciones que no deja lugar a la inocencia y donde cada uno de los implicados se perseguirá, vigilará e intentará ejercer su poder sobre el otro.
El director se remite al cogollo más desapacible de la narrativa y del cine negro, aquel en el que la negrura se deriva de forma nihilista y desesperanzada de la actuación invasiva del Mal, de cuya imaginería extrae todos sus códigos y elementos, mientras nos arrastra, al igual que a los personajes, a través de ambientes (los del Tokyo suburbano) que exhalan sordidez y suciedad, que asfixian con su mezcolanza de olor a sexo, alcohol y sudor, habitados por seres invisibles hechos a su sadismo y violencia, de los que se alimentan y son parte. Una atmósfera en la que el negro (de la noche) y el rojo (de la sangre) perfilan su sinfonía al tiempo que la omnipresencia de las sombras se ve interrumpida por el intenso resplandor de los neones (rojos y azules).

Siniestra e implacable atmósfera no muy lejana de la de Masumura y Fukasaku o autores como Thompson y Cain en la que Ishii, para quien el crimen no es sino la concreción de un preexistente clima moral (o amoral) despiadado en el que el ser humano es presa de sus propias debilidades, encierra a los personajes en un círculo infinito de infortunios privándoles de cualquier atisbo de redención o salvación, aumentando la sensación de angustia sirviéndose de recursos formales (como loa largos planos sostenidos) o a través de bizarras secuencias de gran potencia onírica (la ¨cronenbergiana¨ pesadilla de ¨Jiro¨).
El gusto por esta práctica derivará en un desconcertante tramo final donde la brecha entre realidad y surrealidad se abre planteándose un romántico y no menos enfermizo encuentro que roza lo metafísico y acerca dicho desenlace hacia los límites de la abstracción, además de reforzar el tono melancólico de la historia (¿persiguió ¨Jiro¨ todo este tiempo a un fantasma?). Por otra parte, el reparto protagonista brinda unas grandes interpretaciones, desde el trío masculino compuesto de los habituales colaboradores del director (Jinpachi Nezu, un Kippei Shiina desquiciado y realmente insoportable y el siempre magnífico Naoto Takenaka) hasta la hipnótica Kimiko Yo, que vuelve como Nami (a la que ya dio vida en ¨Gekka no Ran¨) en una perfecta encarnación de la sensualidad y vulnerabilidad femenina.

A pesar de su planteamiento simple y de que ¨Gonin¨ acapara toda la atención en su filmografía, la amarga y descorazonadora intriga de misteriosas ambigüedades, amor imposible, sueños rotos y abrasiva violencia que es ¨A Night in Nude¨ se revela como uno de los mejores trabajos de Ishii, inscrito en la tradición del más clásico cine negro, que a su vez tergiversa y pervierte con su torcida visión del Mundo.



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