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Jacquot debe de haber visto varias veces el ¨Azul¨ de Kieslowski , y se decidió a tomarla como modelo para ¨deslumbrarnos¨ con su “Villa Amalia”. Lástima que se le fundieran los fusibles y nos dejara entre tinieblas.
En ambas películas, una compositora (en los dos casos su desempeño creativo en lo musical es ambiguo) resulta sacudida por una intensa impresión. Ahí radica ya una de las primeras diferencias entre ellas, que muestran la distancia que media entre una y otra: no es lo mismo tener como desencadenante del cambio de tu vida un accidente de automóvil en el que no solo resultas gravemente herida, sino que además pierdes marido e hija, que descubrir a tu pareja besándose con otra en el quicio de una puerta al amparo de la noche; a partir de aquí ambos personajes (¿habrá que decir “personajas” en aras de la corrección política?) inician un proceso de alejamiento, una radical ruptura con lo que había sido su vida hasta aquel instante. Y estas mujeres, ambas protagonistas, deciden ponerse a nadar en sendas piscinas vacías, largo va, largo viene. Pero lo que en Juliette Binoche está pleno de sentido, con su progresiva asimilación de lo que va descubriendo sobre la vida de su marido y sobre sí misma, para Huppert – una actriz que, pese a todo, goza de todas mis simpatías – se convierte en un vagar irrelevante, desorientador y carente de interés para el espectador y, como decía una persona amiga, acaba por devenir un “rollo pretencioso”, que es en lo que suele caer el cine francés cuando el talento se distrae en su tarea iluminadora.

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