Ficha Samurai Wolf


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Críticas de Samurai Wolf (1)




Mad Warrior

  • 27 May 2020

6



Si las sombras de la injusticia y la corrupción se abalanzan sobre las pobres gentes trabajadoras por culpa de la codicia de un avaro señor, nada mejor que contar con la ayuda de un valiente guerrero samurái, sobre todo si es sumamente letal con la espada.

Desde que irrumpieran en el panorama cinematográfico japonés aquellos siete ronin dispuestos a defender a unos campesinos de los malvados que ostetaban el poder y el vagabundo Sanjuro en su primera peripecia (ambas obras filmadas por el maestro Kurosawa), un puñado de samuráis sin señor invadieron la pantalla dispuestos a ayudar al prógimo y de paso seguir ofreciendo aventuras a los amantes del ¨chambara¨; empezaron a competir sagas como la de Kyoshiro Nemuri o Zatoichi, y en 1.966, cuando Okamoto (con ¨La Espada del Mal¨), Kudo (con ¨Los Once Samuráis¨) y Tanaka (con ¨The Betrayal¨) continuaron aportando fábulas al género, otro implacable guerrero surgiría de repente.
Su nombre es Okaminosuke y significa una nueva incursión del director exiliado de la industria televisiva Hideo Gosha en el cine de samuráis tras resucitar al mítico personaje Tange Sazen poco antes aquel mismo año; junto a su guionista Kei Tasaka decide seguir profundizando en ese universo feudal donde los campesinos viven maltratados por la nobleza y a la espera de que algún ronin acuda en su ayuda. Para ello concede el protagonismo a un joven y carismático actor recién contratado por Toei, Isao Natsuyagi, que se convertirá en un asiduo de este tipo de cine, cuya introducción en la historia resulta más que impagable.

Y es que el nuevo salvador de los desesperados plebeyos asalta la pantalla con una presentación enteramente ¨exploitation¨ vociferando y esgrimiendo su katana, para luego mostrar los mismos sucios y malos modales de Sanjuro, comiendo boles de arroz como un animal; de hecho se hace llamar Kiba Okaminosuke, pero aun teniendo un nombre muy extravagante como la mayoría de sus coetáneos, este samurái vagabundo no contará con ninguna peculiaridad especial (ni es ciego como Zatoichi ni posee un ataque fantástico como Kyoshiro), salvo su bondad y su destreza en el combate.
Y es que a Gosha no le gustan los antihéroes salidos de cuentos increíbles; los samuráis pueden ser buenos o malos pero siguen siendo samuráis, creíbles y humanos. En esta ocasión Kiba se inmiscuye en la lucha de dos compañías de correo situadas en un pueblo casi fantasma: una regida por Nizaemon, el malvado mensajero usual del shogunato; otra por Chise, una mujer ciega que tiene a los pobres aldeanos de su parte. Dos clanes, una confrontación y en medio el ronin forastero; rápidamente se aprecia cómo Gosha y Tasaka se vuelven a influenciar de ¨Yojimbo¨ y ¨Sanjuro¨, aunque en esta trama de engaños, traiciones y rivalidades se añadirán las tragedias de algunos personajes, todas ellas venidas de un pasado oscuro y triste.

También, muy propio del género, aparecerá otro habilidoso ronin que habrá de enfrentarse al protagonista, y ambos constituirán una de las obsesiones del director, la de la figura de proyección o reflejo (vemos a los dos samuráis sucumbiendo al amor de dos mujeres y a dos parejas de mujeres intentando matarse por venganza) y la creencia de que las vidas humanas son manejadas como marionetas por el irónico destino (así, Ohide y Kinu se enfrentan como Chise y la chica que trabaja para Nizaemon y los tres samuráis del comienzo, asesinados por Kiba, serán reemplazados por otros tres).
Gosha recalca también el venenoso cinismo y el oportunismo en los personajes, haciendo del escenario un mundo tenebroso y desencantado donde absolutamente todos los valores están en crisis, menos uno, por supuesto: el inquebrantable honor del samurái. Pese a que el argumento se va deslizando por los caminos de lo previsible y conocido, guardando de todas formas alguna que otra sorpresa, lo asombroso es la forma en que el realizador usa la cámara y trata la acción y la emoción, atendiendo a cada detalle del entorno y manejando unas atmósferas desasosegantes por medio de la opresión que causa el uso de la violencia humana, desgarradora, incómoda, brutal.

Esta violencia será observada desde la locura (esa cámara que a veces se mueve de manera extraña) y la fascinación (al utilizarse el ¨slow motion¨, presente en ¨Los Siete Samuráis¨ y al que muy pronto se aficionará Sam Peckinpah); de este modo se aumenta la sensación de agobio en cada secuencia de acción hasta finalizarla en un clímax brutalmente sangriento. Pero el director, seducido por las claves del incipiente ¨spaghetti western¨, que ha explotado con ¨Por un Puñado de Dólares¨ (plagio descarado de ¨Yojimbo¨), decide infiltrarlas en su epopeya feudal.
Por tanto el film no sólo obedece los cánones del más reciente y metamorfoseado ¨chambara¨, sino del desmitificador cine del Oeste llegado de Almería; su alusión no es nada fortuita, con elementos prestados (la caravana llena de dinero, las pistolas, los caballos) y una dimensión de tonos estrambóticos y grotescos a la que Toshiaki Tsushima aporta su música, de inspiración marcadamente ¨leoniana¨. La dirección artística de Akira Yoshimura, la fotografía en oxidado blanco y negro de Sadaji Yoshida y la edición de Kozo Horiike son las grandes virtudes de la película; en el plano artístico, un enérgico Natsuyagi se enfrenta al imponente Ryohei Uchida, y Tatsuo Endo, Junko Miyazono y Yuki Aresa brindan unas buenas interpretaciones.

Poca imaginativa hallamos en ¨Samurai Wolf¨ salvo la que compone la brillante técnica visual y ese imaginario sucio, sórdido y descarnado, en constante secreción de sudor y sangre, tan propio de Gosha.
¨Yojimbo¨ y su homólogo ¨westerniano¨ se cruzan en un relato de samuráis conciso, crudo y con plena pretensión ¨exploitation¨ que se presentó como la primera parte de un díptico completado con una secuela al año siguiente, con la intención de exhibirse así en programas de sesión doble.



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