Ficha The Yakuza Papers, Vol. 1: Batallas sin Honor ni Humanidad

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Críticas de The Yakuza Papers, Vol. 1: Batallas sin Honor ni Humanidad (2)




Mad Warrior

  • 2 Jan 2021

9



Caen las bombas el 6 de Agosto sobre Hiroshima, que se cubre de ceniza y cadáveres; la perfecta imagen del Infierno en la tierra...
De estas ruinas los cadáveres se levantarán, se limpiarán la ceniza y organizarán una nueva sociedad, regida desde sus sombras por las leyes de la ambición, la traición y la violencia.

En mitad de un Japón que estaba experimentado un inmenso crecimiento económico, antes de que la crisis del petróleo sacudiera sus pilares en 1.973, el diario Shukan Sankei exponía interesantes artículos sobre los conflictos internos en la sociedad de los clanes yakuza, recogidos por el periodista y autor Koichi Iboshi de las memorias del gángster Kozo Mino. Fue Bunta Sugawara quien, fascinado con ello, presentaría la idea al productor de Toei Koji Shundo y la condición de interpretar el papel principal.
El encargo pasó a manos del guionista Kazuo Kasahara, asiduo de las ¨yakuza-eiga¨, quien conocería personalmente a Mino, aún preso en la cárcel de Abashiri, y se propuso contar sólo sus experiencias en Kure (por razones más que lógicas pues estaban envueltos otros muchos gángsters). Tras ver su ¨Street Mobster¨ con Sugawara al frente, Shundo determinó que Kinji Fukasaku era el hombre perfecto para el proyecto...ganándose la negativa de sus colegas de compañía y del propio guionista, y máxime cuando el cineasta pasaba por un estado de salud bastante malo.

Pero en efecto nadie más adecuado que aquel tipo, que película a película redefinió la figura de la yakuza alejándose por completo de los criminales románticos más cercanos a los ronin feudales que a verdaderos gángsters de la calle. Ahí es donde comienza esta historia, a pie de calle en la Hiroshima de 1.946, inmediata a la capitulación de Japón y la ocupación del ejército americano; y Fukasaku (que sabe lo que es la violencia y el caos desde que se viera obligado con 15 años a trabajar en las fábricas de munición durante la guerra y a arrastrarse entre los cadáveres de sus compañeros tras el bombardeo al lugar) nos hace partícipes de este entorno, y sin compasión.
Barro, sangre, carne despedazada y una cámara que se tambalea sin darnos tiempo a reaccionar establece el estilo del film; en pocos segundos somos absorbidos en un infierno sucio, grasiento y agobiante, y nos atragantamos con el olor del sudor de la masa concentrada en esas estrechas calles. Entonces conocemos a Shozo Hirono (basado en Mino), un ex-soldado que como otros camaradas sobrevive en el mercado negro, a base de coraje y astucia; por su parte al director no le tiembla el pulso a la hora de describir a los invasores americanos desde un punto de vista repulsivo, estrictamente japonés.

Tras ese breve prólogo, descarnado, indigesto y arrollador, es cuando realmente Fukasaku, empezando desde los muros de la prisión de Kure y con el encuentro entre Shozo y su rival Hiroshi, desgaja los entresijos del mundo yakuza; las alianzas se hacen rajándose la piel y bebiendo cada uno de la sangre de otro (la secuencia, en estricto silencio, hiela los huesos...), por encima de la ambición personal de los shatei (hermanos de 2.ª categoría) y los kyodai (hermanos de 1.ª categoría) está la obediencia ciega al oyabun (jefe), y el engaño y la traición se puede pagar con la muerte. Un estricto código, el que desde el principio sigue Shozo al unirse a las filas de Yamamori (basado en Tatsuo Yamamura).
El director radiografía con ojo clínico la aciaga existencia de estos perros callejeros, resultado de una cruenta guerra y una humillante derrota, mientras prosigue su desmitificación, bien reflejada en Yamamori (inédito hasta ese momento el ver a un jefe yakuza escurridizo, torpe y que lloriquea de forma constante). Y expone cual Peckinpah o Fuller, con cada disparo, puñetazo o navajazo, su poética visión de la muerte, el nihilismo, la debilidad y la pérdida de humanidad; lirismo del más abrasivo...pero ello sin olvidar aplicar algunas dosis de corrosivo humor negro (la escena del corte del dedo es tan bruta como absurda).

La trama se organiza a un ritmo veloz, a base de grandes elipsis y un estilo documental áspero, crudo, deshaciéndose de todo rastro de elegancia y cualquier cliché del cine de mafiosos antes visto (no hay ningún romance ni casi intervenciones de policías) y enlazando la quiebra de la sociedad del momento y las truculentas maniobras de los protagonistas con cada guerra o desastre histórico que se libra a nivel mundial. El esquema básico es: formar una familia, nacer tensiones en ella y entre otros clanes, chocar egos, romper lazos, ir a otro territorio, formar otra familia...
Es un círculo vicioso de muerte y destrucción que nunca acaba. Y pese a todas las pequeñas subtramas dispuestas, la tragedia de Shozo sigue siendo la principal, la de este gángster humilde, demasiado honesto y leal, y atrapado entre las ambiciones de compañeros que olvidaron el código para su beneficio; de ahí que sea el único romantizado de una retahíla de personajes repulsivos y tiranos (hasta el final, Hiroshi seguirá siendo su auténtico hermano de sangre), y de ahí que Sugawara, con su rostro contraído y voz ronca, se erija sobre un reparto que brinda actuaciones viscerales y soberbias (en especial Tatsuo Umemiya, Hiroki Matsukata, Goro Ibuki, Tsunehiko Watase y unos muy detestables Nobuo Kaneko y Tamio Kawaji).

Rematada con un colofón que es una tremenda declaración de intenciones por parte del protagonista y de Fukasaku (más abajo), ¨Jingi Naki Tatakai¨ no sólo arrasó en taquilla y dio el impulso que éste último precisaba para convertirse en realizador de primer orden, sino que fue ampliamente galardonada y cambió a nivel internacional el punto de vista con respecto a los ¨thrillers¨ de acción nipones.
Este repentino éxito (porque nadie daba un yen por el director) propició la propuesta de una secuela...y así se empezaría a construir la más famosa e influyente saga de la Historia en el marco de las películas de gángsters del cine asiático.
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Últimos 2 minutos y 52 segundos de metraje, más o menos. A estas alturas ya hemos visto morir a muchos personajes, bien siendo acuchillados, apaleados o disparados; la sangre ha teñido de rojo las calles por culpa de las traiciones, las mentiras, los chantajes, las humillaciones, el choque de egos...porque esas son, en realidad, las directrices del mundo yakuza.

La acción se sitúa poco después del asesinato de Tetsuya (basado en Tetsuhiko Sasaki) en la mañana del domingo, 19 de Febrero de 1.956. Sus compañeros están presentes en su funeral, atendido también por varios miembros de otros clanes simpatizantes, todos y cada uno vistiendo túnicas color negro muy apropiadas para la ocasión; pomposas coronas de flores rodean el santuario de Tetsuya, y algunas ofrendas para los demás miembros de su clan, mientras los monjes rezan por sus almas. Estos gestos, estas reverencias, estas formalidades tan señoriales, ensayadas y calculadas al detalle, se dan de bruces con la visita de Shozo al lugar.
Pero Shozo viste un traje normal. Las miradas son de recelo y temor; el paso de este hombre es sin embargo firme, decidido y tenaz. Mantiene su mano derecha en el bolsillo y sin despegar mucho los párpados habla a la imagen del difunto: ¨Tet-chan...¿te gusta todo este espectáculo que han organizado?¨. En ese momento podemos apreciar cómo Shozo es respondido por Tetsuya desde el mundo de los muertos; ¨Por supuesto que no...ni a mí tampoco¨, concluye. Y sin que nadie lo espere, éste descubre la pistola que empuñaba, y así abre fuego sobre todo el bonito santuario, falso oropel preparado por los oyabun presentes en pos de llenar su ego y aumentar su prestigio sobre los demás.

Esta acción contestataria dispuesta en pocos planos a veces mareantes y nada bellos ni detallistas es un agrio disparo (en este caso literal) a esa repugante mascarada, a ese carnaval de apariencias guiado por la hipocresía y la sed de poder. Shozo, que ha estado presenciando las más horribles matanzas entre aquellos que un día se juraron lealtad, cruza una línea nunca antes contemplada: la de la insubordinación. Él la usa para condenar la caóticamente organizada estructura de la yakuza, el director la usa para condenar a la dictatorial y cínica sociedad japonesa.
Fukasaku se imagina a sí mismo disparando a los santuarios por los héroes de guerra caídos en un grandilocuente funeral asistido por el emperador Hirohito Michinomiya; el impacto es directo, a las entrañas, al inconsciente, y el pánico es generalizado. Yamamori tiene la osadía de reprocharle: ¨¡Hirono! ¿Te das cuenta de lo que están haciendo?¨. Y él, que ya ha cortado todos sus lazos con las bandas yakuzas, le espeta ¨Yamamori...todavía tengo algunas balas...¨; el encuadre se sitúa sobre su hombro y realza su furia contenida, expresada en sus ojos, y la socarrona magnanimidad con que habla a su ex-jefe, que en un contraplano frontal muestra su debilidad ante la fuerza del rebelde y joven yakuza.

Y Shozo abandona el boicoteado funeral, aprendiendo por fin que el mundo al que pertenece no es sino un reducto de las peores emociones, obsesiones e ideas del ser humano. Quizás emprenda un nuevo camino alejado del universo criminal...
Pero la existencia de una secuela y una posterior saga (que a menudo se me antoja muy innecesario) eliminó aquella posibilidad. Realmente éste debió ser el primer y último final de las ¨Batallas sin Honor ni Humanidad¨. Sencillamente brutal.



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TheCrow

  • 16 May 2012

8


El cine de Kinji Fukasaku de los años 70, y concretamente las películas sobre la Yakuza que realizó a principios de esa década, son fundamentales a la hora de entender el cine Yakuza actual de gente como Takashi Miike o Takeshi Kitano.

Y de entre todas las películas de Fukasaku, la que más importancia tiene (con permiso quizá de ¨Street Mobster¨) es esta ¨Battles Without Honor and Humanity¨, que supuso la ruptura definitiva con el ninkyo eiga japonés propios de los años 60 (películas sobre la Yakuza de corte más clásico y tradicional) para traernos el llamado jitsuroku eiga propio de los 70 (películas sobre la Yakuza con un tono mucho más realista, cercanas al documental)

La cinta está articulada con el excelente y ágil trabajo de dirección de Fukasaku, que nos ofrece planos arriesgados, un montaje frenético, cámara al hombro y una representación desaforada de la violencia. A crear este realista y malsano ambiente de este mundo Yakuza casi desprovisto de romanticismo contribuyen, aparte de los litros de sangre, un plantel de rudos actores que encajan realmente bien en sus papeles, destacando el carismático Bunta Suwara en el papel protagonista.

A redondear el conjunto ayuda la excelente banda sonora de Toshiaki Tsushima, excelente de principio a fin, y muy propia de su época, así como un guión que si bien no se aparta de los férreos cánones del cine Yakuza, sí que consigue innovar y sorpender los suficiente como para engancharnos durante todo el metraje.

Por lo tanto, no me queda sino recomendar esta excelente y brutal película a todos aquellos curiosos que deseen contemplar el auténtico antepasado del cine Yakuza moderno, ya que la influencia de Fukasaku, junto con la del gran Seijun Suzuki, es sin duda la más acentuada y constatable.

Notable alto, y el principio de una saga memorable.



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