Ficha Mata Hari


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Críticas de Mata Hari (1)




Mad Warrior

  • 14 Feb 2022

3



Llegada de la nada y a la nada que se fue. Su origen fue siempre un misterio, difuso y oscuro, lleno de leyenda exótica y mística que se confundía con una realidad mucho más triste y cruda...
Pero en la ficción jamás gozó de una representación demasiado fiel, por desgracia; se prefirió conservar su mito.

Y en esta ocasión sucede exactamente lo mismo. Producto curioso y extraño de la a partes iguales infame y entrañable casa de Yoram Globus y Menahem Golam, quienes ya en aquella mitad de los 80 se esforzaban en sacar a la luz algunos de los títulos más extravagantes, amén de chapuceros, de la década; en realidad todo forma parte de un deseo: recobrar la fama de Sylvia Kristel, con la que ya habían trabajado y quien se ahogaba en drogas y alcohol mientras era rechazada en importantes proyectos (¨El Ansia¨, ¨Octopussy¨, ¨Érase una Vez en América¨...) o, por lo que fuera, los rechazaba (¨Dune¨, ¨Blade Runner¨, ¨Scarface¨...).
Aventurarse en un drama de época, ni más ni menos, eso quisieron los de Israel, y metieron a un Curtis Harrington que vagaba en el medio televisivo y cuyas otroras interesantes obras seguro estaban ya olvidadas; pero la historia que va a recrearse es la de Margaretha Zelle, y uno duda al ser Cannon la responsable, primero porque ya se llevaron al cine las desventuras de la erróneamente considerada mujer fatal por excelencia y fría espía internacional, y segundo porque era muy difícil superar a las mujeres que la interpretaron (con mayor o menor veracidad), caso de Jeanne Moreau y ante todo Greta Garbo.

Todo fan (y cualquier espectador de 1.931 que la viera en el cine) no podría olvidar la sensualidad desprendida por la nativa sueca en su primera aparición encarnando a ¨Mata-hari¨, hoy en día naïf, algo desfasada; sin embargo los robóticos y fríos ademanes de Kristel poco se pueden comparar con los contoneos y movimientos tan sugerentes de Garbo, por muy desnuda que aparezca. Por ello sólo el inicio ya hace saltar la alarma a cualquiera, y no precisamente la de la pulsión sexual; Joel Ziskin inicia esta historia como todas las anteriores, cuando Zelle ya es famosa en el continente y su traumático pasado ha quedado sepultado por las leyendas y los mitos.
Mito desde el principio, pues aparece danzando en lo que parece ser un templo sagrado en Java (cual diosa de la belleza y la lujuria reencarnada). Y de ahí vamos de la mano de dos oficiales, uno francés (Ladoux) y otro alemán (Von Bayerling), que aún son amigos en una Europa a punto de verse inmersa en la guerra tras el asesinato de Francisco Fernando de Austria y las movilizaciones rusas contra Alemania, quienes a su vez se enemistan contra Francia. En este marco histórico agitado, explosivo, Zelle era en realidad una cuarentona que perdía fama por culpa de imitadoras más jóvenes y que se vio implicada entre figuras políticas y militares.

La cámara de Harrington se mueve solemne entre grandes escenarios y decorados suntuosos, pero su avanzar es algo apático, frío, condicionado por el deseo de querer hacer un drama de época grandilocuente y romántico al estilo clásico de Hollywood mientras la pantalla se llena de secundarios mal aprovechados, música dramática estridente, secuencias de sexo terriblemente ejecutadas, sin pasión alguna y demasiado pretenciosas (compárenlas con las de ¨Fuego en el Cuerpo¨, por ejemplo), y la distante interpretación de Kristel, que ¨da vida¨ a una Zelle manipulada, una marioneta de complicadas intrigas políticas y embaucada por amor.
En este sentido casi se puede acercar a la verdad, pero su desafección (causada por sus adicciones) lastra las emociones fatales que debería reflejar el personaje, perdido en sordideces que más la emparentan con la antigua Emmanuelle que con la bailarina de los Países Bajos (su naturaleza es más lujuriosa y menos sensual, dotando al film de cierto carácter ¨exploitation¨ farragoso). Atrapada entre esos dos romances que son Ladoux y Von Bayerling (ni rastro del amante ruso Vadim Maslov), su peripecia empieza a coger algo de interés cuando ya se ve totalmente arrastrada por los pérfidos planes de la otra espía Elsbeth Schragmüller (más mujer fatal que Zelle).

A partir de que la veamos cruzando milagrosamente las líneas enemigas y sea presa de esa maraña conspiratoria y el atentado en la catedral, haciendo gala Gaye Brown y Gottfried John de sus buenas actuaciones y donde por fin la acción dramática resulta decente en su narración y exposición, es cuando la película puede permitirse mejorar...sin embargo a estas alturas, pasada más de una hora de metraje, ya se ha deshinchado por completo, se ha perdido en su tedioso ritmo, en su insoportable pomposidad y artificio, en lo innecesario de sus eróticos momentos.
Kristel hizo lo que pudo pero bajo los efectos del alcohol y la cocaína, y su ¨Mata-hari¨ no posee el carisma de la que interpretó Jeanne Moreau ni por supuesto la magnificencia de la de Garbo. A su diestra e izquierda un correcto Oliver Tobias y un excesivamente dramático Christopher Cazenove, ambos más interesantes que la protagonista, quien ya no se recuperaría en su carrera pues el batacazo del film fue mayúsculo, propiciado por un montaje nefasto que variaba según el país de estreno, cuyas decisiones tomadas por Cannon deprimieron y mucho al director.

En definitiva una obra plagada de inconvenientes que queda enclaustrada en esa lista de ¨películas que pudieron haber sido mejores¨; en este caso cambiando el guión, la productora y la protagonista.
Presenta el punto más alto de la mediocridad de Cannon y deja otra vez a la enigmática Margaretha Zelle sin una fiel representación en la ficción, lo cual se ha seguido intentando en el cine y la televisión...



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