Ficha Zatoichi 20: Zatoichi Meets Yojimbo


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Críticas de Zatoichi 20: Zatoichi Meets Yojimbo (1)




Mad Warrior

  • 23 May 2021

6



¿Quién no ha querido ver a dos de sus personajes favoritos compartiendo cartel en una emocionante peripecia donde poder cada uno mostrar esas habilidades que tan legendarios les han hecho?

Con el único objetivo de agradar al público, el ¨crossover¨ es el ejercicio de ¨fan service¨ por antonomasia en el cine, si bien la fórmula sólo ha engendrado desastres (¨King Kong vs. Godzilla¨, ¨Freddy vs. Jason¨, ¨Alien vs. Predator¨...la lista es infinita). Para los fans del ¨jidai-geki¨ tuvo que ser una sorpresa encontrarse con los míticos nombres de Mifune y Katsu unidos, y así fue: dos de los actores nipones mejor pagados y prestigiosos que existían dicidieron hacer un pacto de caballeros y aparecer uno en una producción del otro como estrellas invitadas.
Por supesto la de Katsu sería una nueva entrega de la longeva saga del guerrero ciego que le dio fama y gloria (así como banda ancha para alimentar una vida privada llena de excesos y problemas); dos años antes la serie se detuvo en su 19.ª entrega, realizada por el habitual Kenji Misumi. Ahora no es éste, ni Tanaka, ni Yasuda, sino Kihachi Okamoto el que se pone tras la cámara; curiosa elección, pues no participó en ninguna anterior, sin embargo su entusiasmo al conocer el proyecto y su destreza para el cine de samuráis fueron suficientes.

Se inicia la obra con una secuencia donde el director vuelve a hacer gala de sus habilidades para el dominio de la puesta en escena; bajo una lluvia incesante y de un campo de cortaderas emerge Zatoichi deshaciéndose de unos perseguidores anónimos. El sonido del viento, del agua cayendo y de las espadas desgajando la carne es simplemente un deleite para los sentidos; en estos términos el film es brillante (Okamoto cuenta con un operador como Kazuo Miyagawa y el director artístico Yoshinobu Nishioka, y ello se nota). Pero el masajista-ronin se harta de su vida errante y regresa, otra vez, a su pueblo natal.
Sin embargo lo que antes era un bonito lugar ahora es un infierno cuyo dominio se disputa entre Eboshiya y Masagoro, padre e hijo enemistados por un gran alijo de oro escondido en algún lugar de la montaña. El cineasta y Tetsuro Yoshida (guionista de algunas entregas de la saga) se nutren de la historia de ¨Yojimbo¨ casi en su totalidad dejando al ciego infiltrarse con su particular estilo en ella; entonces aparece Mifune dando vida al ronin del mismo modo que en ¨Sanjuro¨, y entre ambos choca su visión del Mundo (la bondad, el altruismo y la humanidad del primero contra el oportunismo, el cinismo y la violencia del segundo).

Ver a estos dos míticos personajes y esos dos enormes actores juntos es un regalo para el fan, pero el guión no desarrolla unos acontecimientos hechos a su medida ni les trata como se merecen. Yoshida no crea un espectáculo épico, sino más bien insiste en construir una intriga de complejos entramados llena de traiciones, chantajes, mentiras y cambios de bando, propia de la saga del masajista ciego; debido a los muchos misterios que alberga, contendrá más suspense que acción. Pero mientras su protagonista sigue resolviendo los problemas con su perspicacia, desparpajo y benevolencia de siempre, Mifune parodia a su Sanjuro (que ni siquiera utiliza este nombre) y lo hace histriónico, cruel e irritante, hasta el punto de resultar innecesario para la historia.
Por si fuera poco se añade un inusual contrapunto dramático: la posadera Umeno, encarnada por esa eternamente preciosa Ayako Wakao; pero cabe preguntarse cuándo demonios tuvo el Sanjuro de Kurosawa un interés romántico (si se le puede llamar romance a la relación de Umeno con el ronin...). Y entre que éste y Zatoichi empiezan duelos que nunca concluyen un ingrediente típico del cine de aventuras: el codiciado oro, trayéndonos recuerdos de ¨La Fortaleza Escondida¨ (o del ¨Sword of the Beast¨ de Gosha) a la vez que Okamoto deja patente las evidentes influencias del ¨western¨ en su obra.

Como es propio de él, habrá dosis de humor (casi todas casuales y a destiempo) que se entrecruzan con momentos más oscuros (en especial los protagonizados por Masagoro y su padre) y de una violencia áspera y cruda, pero a los que les cuesta hallar un punto de equilibrio coherente. De ¨Yojimbo¨ se toma prestado el Unosuke a quien daba vida Tatsuya Nakadai, ahora con el rostro amenazante de un Shin Kishida que demanda mucho más papel; este es uno de los errores del film: dejar a los personajes secundarios en meros estereotipos caricaturescos, a menudo grotescos (el guardia de la prisión, Hyoroku, Masagoro, Kuzuryu...).
Tras los confusos vaivenes de la intriga, Okamoto lleva su fábula a un clímax trepidante y perfectamente orquestado en cuanto a virtuosismo técnico se refiere; casi un cuarto de hora de ritmo frenético (gracias a la labor de Toshio Taniguchi) y combates sangrientos para dejar satisfecho a cualquier fan del género; resta preguntarse si es suficiente este tramo final para compensarnos por las complejas e incoherentes artimañas argumentales anteriores. Lo que seguro sacamos en claro es que Katsu se gana toda nuestra simpatía, pero no Mifune (en ¨Sanjuro¨ su ronin ayudaba a unos jóvenes inexpertos, aquí opera con los villanos y su repelente líder Masagoro, a quien exprime continuamente).

Hay que recalcar lo estimulante que resulta ¨Zatoichi to Yojimbo¨ para la vista y el oído, principalmente por los colores intensos y los tonos terrosos que logra Miyagawa; con respecto a la historia uno piensa si era realmente necesaria, porque no va más allá (ni creo que pretenda hacerlo) de lo ya mostrado en las películas de un personaje y otro.
Pese a sus monumentales fallos (uno de ellos el excesivo metraje), el extraño proyecto de explotación de Katsu y Mifune arrasó en taquilla y se convirtió en el más lucrativo de la saga del espadachín ciego (¿?). Y para devolverle el favor, el segundo invitaría al primero a formar parte de ¨Machibuse¨, producida por él mismo ese mismo año y dirigida por el maestro Hiroshi Inagaki.



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