Ficha La Señora Miniver

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Críticas de La Señora Miniver (2)




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  • 18 May 2022

6


Película que sin ser de las mejores de William Wyler, no deja de ser interesante para cualquier cinéfilo.
Empieza como un film pacifista (algo raro ya que se filmó durante la Guerra) pero, llegando al final, se transforma en un film de propaganda con mucha producción.
Está sumamente sobreactuada, sobre todo al comienzo.
El apartado técnico está muy bien: linda fotografía, buenos efectos especiales, buena ambientación, buenos encuadres y bellas imágenes.
PD: Cómo película que retrata el tema bélico recomiendo, del mismo director, la excelente ¨Los Mejores Años de Nuestra Vida¨.



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Toribio Tarifa

  • 21 Mar 2016

9


Vaya por delante que ¨La señora Miniver¨ es una película de guerra, una clásica película de guerra. Como no podía ser de otra manera, el paso de los años, consiguió que el abundante caudal de películas que sostenían su trama en sucesos y hazañas de todo orden de la Segunda Guerra Mundial se viera notablemente reducido para ser reemplazado por otras que recogen sucesos puntuales de los enfrentamientos bélicos modernos.
Como decía, ¨La señora Miniver¨ es una película de guerra, pero una película de guerra doblada en película de propaganda; honrada, plenamente justificada, pero de propaganda al fin y al cabo. Lo que pasa es que es muy distinto darle la batuta para que la dirija a un maestro como William Wyler, como es el caso, a dársela a un patata, como ha sucedido en otras muchas ocasiones.
Ante todo y en primer lugar hemos de fijarnos en el año de su realización: 1942. ¿El escenario?. Desde el Londres del verano de 1939 hasta la Gran Bretaña que sufre los primeros bombardeos de la Luftwaffe.
En la primavera de 1942, la Gran Bretaña empezaba a respirar aliviada, pues la derrota y aniquilamiento de Francia, que la dejaba sola frente a la máquina de guerra alemana comandada por aquel animal que respondía por Hitler, iba a verse mitigada por la aportación de los USA. En diciembre del 41, los japoneses habían tenido la desdichada idea de atacar Pearl Harbour, arrastrando al gigante norteamericano, hasta entonces ensimismado, a entrar en guerra. Alemania, siguiendo aquella máxima griega que afirma que los dioses ciegan a quienes quieren perder, se precipitó a seguir los pasos de su aliado oriental.
Como digo, se trata de una película de propaganda, como ponen claramente de manifiesto los epígrafes petitorios de ayuda económica que se dirigen a los espectadores y que aparecen en pantalla tras la palabra fin. Pero, amigos míos, como decía antes, qué gusto ver películas de propaganda sobre el angustioso estado en que se hallaba la Madre Patria británica, se entiende que para los estadounidenses, cuando el fresco que diseñan los intérpretes tiene tamaña calidad. El tal fresco recoge el diario acontecer de una familia de clase media que vive en un pueblo a unos kilómetros de la capital. La historia que se nos cuenta está tan próxima en el tiempo a los sucesos que narra que no precisa inventar nada, basta con atenerse a un simple relato periodístico de lo sucedido en esos meses: Dunquerque, con el heroico rescate de los 400.000 soldados británicos atrapados entre los alemanes y el mar y que son repatriados en un alarde de coraje y responsabilidad por la población civil, a bordo de cualquier embarcación que tuviese más de ocho metros de eslora, los primeros bombardeos y sus terribles consecuencias, etc. sucesos que se entreveran a la perfección en la cotidianidad de la familia Miniver.
Como siempre que un maestro se halla a los mandos del timón cinematográfico, los personajes tienen carne y tienen hueso, no son meros muñecos gestores de la acción, sino que la justifican y enriquecen con su destino particular y su idiosincrasia. Una delicia, por ejemplo toda la historia de la exposición-concurso de flores de lady Beldon, en torno a la que gira, casi se podría decir, toda la película y que pone de manifiesto lo que la guerra significará con respecto al paso del tiempo y al cambio social que augura. La cocinera de los Miniver, por ejemplo, es un personaje secundario sin duda, pero no por ello deja de ser un personaje en toda la extensión de la palabra, a la que basta cuatro frases para diseñar su humanidad; como lo es también su compañera, la camarera y su incierto noviazgo, que se ve entorpecido en el mejor de los momentos por la llamada a filas del novio. ¿Y qué decir de Mister Ballard, campanero y jefe de estación, o de la propia lady Beldon, interpretada por la magnífica Dame May Whitty, una aristócrata muy posesionada de su papel en la historia que se nos cuenta.
La destrucción de la guerra y la muerte forman parte también, como no podría ser de otra manera, de la trama de la película. El sermón del párroco a la feligresía reunida en los restos de la Iglesia bombardeada, que cierra la película es, pese a todo, un sermón de aliento y esperanza, lo que, insisto en ello, teniendo en cuenta que cuando se firmó esta película la guerra no pintaba muy bien para las armas aliadas, tiene mucho mérito.
Y como perla, una chafardería: Richard Ney, el actor que da vida a Vincent Miniver, era en el momento de la filmación un pipiolo de 26 añitos; pues bien, no tardaría un año en contraer matrimonio con Greer Garson, su madre en la película, que le sacaba 12 años. No hace falta recordar que en “Con la muerte en los talones” Cary Grant tenía por madre a Jessie Royce Landis, quien tan solo tenía seis años más que él. Respecto al matrimonio de Greer Garson, hemos de lamentar que acabó pronto, a los cuatro años y que lo hizo, como suele ser bastante común, entre insultos y desatenciones mutuas.



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