Ficha Black Tight Killers


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Críticas de Black Tight Killers (1)




Mad Warrior

  • 14 Apr 2023

7



Las peripecias de un engreído implacable contra los enemigos más pintorescos que se puedan imaginar. Un escenario para perderse en la locura y quedarse sin respiración.
Asesinas sexys, yakuzas despreciables, un cargamento de oro, trucos ninja, carreras bajo fondos psicotrópicos...

Y era la mejor época para llevarlo a cabo, por lo menos por parte de Nikkatsu, antes de que el peso de la impopularidad se les echase encima y tuvieran que recurrir a las artimañas del ¨roman porno¨. A mitad de los 60 suceden muchas cosas culpables de catapultar un producto como el presente: el éxito cada vez mayor que cosechaban las fábulas de James Bond, cuyas imitaciones niponas se empezaban a contar por millares (y una de las más conocidas fue la saga de Toho ¨Kokusai Himitsu-ke Isatsu¨). Parece que para competir con ello se decidió llevar a la gran pantalla las novelas del hábil autor de ciencia-ficción y crimen detectivesco Michio Tsuzuki.
Esto sucede tras la buena recepción de ¨Abunai koto nara Zeni ni Naru¨, y nada mejor: su estilo, considerado un Chandler a la japonesa, es veloz, duro, divertido, mordaz y fascinante en su concepción del misterio, perfecto para entretener al público joven; confían por tanto a un aprendiz la adaptación de otro famoso libro suyo, ¨Mie Roshutsu¨. Ése es un Yasuharu Hasebe de 34 años que hasta entonces ejerce de guionista y asistente de dirección, y desde el mismísimo comienzo vemos que no pudo haber tenido mejor bautismo de fuego.

Desde la oscuridad de un escenario abierto que pronto se convierte en un campo de batalla sangriento, entre americanos y vietnamitas, disparos, explosiones y cadáveres por doquier, y un Akira Kobayashi de intrépido fotógrafo danzando por ahí. ¨Ore ni Sawaru to...Abunaize!¨ cambia levemente la estructura del libro y deja el campo libre al niño mimado de Nikkatsu para que se luzca como sólo él sabe, mientras el cineasta novel desata el espectáculo, dejando claro las influencias que Seijun Suzuki, Teruo Ishii o Ko Nakahira han tenido en él. De ahí que la trama se precipite a una ilógica del entretenimiento alejada de cualquier concepción de historia detectivesca seria.
Bajo la paleta de colores explosivos que de cuando en cuando atraviesan la pantalla gracias al ingenio del diseñador artístico Akiyoshi Satani y el operador Kazue Nagatsuka, Hasebe nos lanza a un entorno sugerente, exótico y surrealista donde todo es sorpresa inesperada, siendo el héroe no un agente secreto, sino un simpático reportero de guerra que, cuando su nuevo ligue, Yoriko (la bella Chieko Matsubara), es el blanco de un secuestro, se convierte en un abrir y cerrar de ojos en el protagonista de una aventura a medio camino entre las intrigas de falsos culpables ¨hitchcockianos¨, las aventuras de Bond, los cómics de ¨Lupin III¨ y las películas de ninjas y espías.

Ni las explicaciones parecen necesarias ni el misterio se perfila como parte del libreto de Ryuzo Nakanishi (aquí más acertado que cuando escribió la infame ¨Muteppo Daisho¨). Kobayashi en su rol de Hondo va de aquí para allá sin descanso luchando a golpe de karate contra grupos de villanos que aparecen en busca de un alijo de lingotes robado y enterrado por el padre de la chica. Yakuzas, policías corruptos y ex-soldados norteamericanos reciclados en gángsters se meten de por medio, pero ninguno parece tan letal como ese sexteto femenino, distinguido por sus apretados trajes de cuero, que demuestran las habilidades ninjas más delirantes vistas en pantalla.
Y como el regusto ¨bondiano¨ flota en el aire, la versión nipona de ¨Q¨ es un maestro de kung fu o algo así (el veterano Bokuzen Hidari) que ayuda al protagonista con artilugios increíbles. El término ¨action fantasy¨ es el adecuado. Además del ritmo veloz que imprime Hasebe, el montaje experimental, la estética súperestilizada y los aires ¨pop¨ psicodélicos que conforman una montaña rusa del delirio visual no nos deja pensar en las incongruencias del argumento, un cómic viviente donde los personajes sólo van de un lado a otro sin descanso y vira de manera inusual cuando las susodichas ninjas se unen a Hondo contra el resto.

El director pone así toda la carne en el asador dejando entrever detalles y elementos que siempre formarán parte de su cine, desde la violencia descarnada filmada en planos rápidos y ese gusto tan particular por la combinación de colores en cada secuencia individual a los números musicales y la aproximación erótica para atraer al público joven (¿y acaso el grupo de hermosas y peligrosas ninjas no son un preámbulo de las delincuentes callejeras de la saga ¨Stray Cat Rock¨ que él mismo iniciará?). Pero es desde luego la película que Suzuki no realiza, y esta transmisión de influencias y gustos establece una desgraciada semejanza entre maestro y aprendiz.
¨Ore ni Sawaru to...Abunaize!¨ llevará a Hasebe a ser degradado de su puesto durante un año; la poco después estrenada ¨Tokyo Drifter¨, también con la presencia de Matsubara, echa más leña al fuego y el presidente Kyusaku Hori ya tiene suficiente con esos adoradores del llamado cine artístico y de vanguardia que hacen perder dinero a su estudio (sus siguientes obras respectivas, ¨Massacre Gun¨ y ¨Marcado para Matar¨, estarán realizadas en blanco y negro como castigo, sin embargo la audacia de ésta es la gota que colma el vaso y Suzuki será despedido, iniciando el conocido escándalo mediático).

La ilógica campa a sus anchas y la acción desenfrenada nos conduce a un epílogo en una isla donde podría pedirse un clímax mucho más espectacular teniendo en cuenta el escenario propuesto...
pero la visión de Kobayashi (quien pone a prueba su condición de héroe haciendo todas las escenas de acción él mismo) contra un helicóptero a golpe de bazooka es una delicia díficil de igualar en la ¨exploitation¨ japonesa de los 60.



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