Ficha Una Calle sin Ley (La Ciudad sin Ley)


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Críticas de Una Calle sin Ley (La Ciudad sin Ley) (1)




Mad Warrior

  • 14 Jun 2022

6



El honor que residía en el ¨western¨ parece que se iba colando por el desagüe de la ignominia a medida que avanzaban los 50, cuya atmósfera de descontento social generalizado también empezó a sentirse en muchos estilos cinematográficos hasta revertir su espíritu por completo.

Desde el melancólico periplo de sacrificio al que se enfrentó Gary Cooper por cortesía de Fred Zinnemann en ¨Solo ante el Peligro¨, el deseo de ayudar a quienes ejercían la ley era cada vez más un espejismo. En esta ocasión Will Kane se convierte en Calem Ware y Hadleyville es Medicine Bend en un Colorado que aún no es Estado oficial; con ¨La Ciudad sin Ley¨ también se alude a una verdad irrefutable: la mitad de todas las películas del Oeste filmadas durante la mencionada década estuvieron protagonizadas por Randolph Scott, esa mezcla de Wayne y Cooper a base de cemento armado y carisma tan unido al género que es imposible concebirlo sin su presencia.
En 1.955, ya rozando los 60 años, el buen hombre aparece en cuatro nada menos, y Joseph Lewis (tras estrenar ¨The Big Combo¨, una de las obras maestras del cine negro de la época) le dirige, para luego repetir la experiencia al año siguiente en ¨El 7.º de Caballería¨. Tener a este cineasta tras la cámara ya es un garante de eficiencia y calidad; sirviéndose del Technicolor, trabaja Ray Rennahan la intensidad y la fuerza de los colores mientras el plano se sostiene en alto sobre la calle central de la ciudad, esa que da título a la obra en su versión original; en letras grandes sobresale el nombre de Scott, pero no es el hombre que vemos entrando al lugar a caballo.

Se enfoca la ciudad desde su punto de vista y entonces cambia el encuadre a otro más amenazador, algo más bajo, y luego al revolver del tipo, hasta que la cámara voltea hacia otro que saldrá corriendo, tal vez en busca de ayuda. Lewis ha conseguido una sensación de urgencia y peligro en unas pocas escenas sencillas pero significativas; es a Scott a quien vamos a ver ahora en su rol de marshal aguerrido que hace lo posible por mantener el orden. Quizás en la novela original de Brad Ward no existía ese romance furtivo entre Cora, esposa de un ranchero conocido, y Thorne, el ciudadano rico que vive de su codicia...
Pero con ello el director lanza su mirada ácida hacia los convencionalismos del género y el Hollywood clásico. Aquí se sobreponen las mentiras, las falsas apariencias y los deseos sobre algo que no se puede conseguir; esta subtrama no ayuda absolutamente nada al propio film, como quizás tampoco la que lo inicia, esa venganza terminada en duelo entre Ding Brion y Ware, tan solo otra muestra de que los deseos impulsados por la ciega ambición terminan en tragedia. Más amarga es la sensación que deja el ver que ninguno de los presentes mueve un dedo para ponerse de su lado, como le sucedía a Kane.

Así, otro sheriff solo ante el peligro, lo cual en esta ocasión viene simbolizado en los tipos adinerados (Thorne y Clark) que, para apoyar la marcha del progreso, han de deshacerse de los viejos remanentes de la guerra y la caballería. Ése es Ware, lacónico, mustio por dentro, endurecido por fuera y a la fuerza, una piedra del pasado en el camino del avance y la modernidad; no tiene pelos en la lengua Lewis para relacionar, como otros muchos de su época, progreso y muerte, siempre de la mano en la evolución de la Historia norteamericana...por tanto tampoco tiene miedo de mostrar la violencia en su forma poco sutil y muy brutal.
Nos brinda así una de las peleas a puñetazos más cruentas que se han filmado en el ¨western¨, mientras todo el pueblo observa sin entrometerse, adormecido y paralizado en su cobardía. Ya sabemos que este personaje es otro idealista solitario cuya vida a nadie preocupa realmente, pero la historia añade dos individuos para rebajar el nivel de desolación y nihilismo: el dr. Amos, unido en su amistad inquebrantable (muy bien interpretado por Wallace Ford), y la menos convincente Angela Langsbury como la mujer que abandonó a Ware, y que, aparte de una danza en público que más vale borrar para siempre de la memoria, está aquí para añadir las dosis justas de melodrama y romance.

Michael Pate, con quien deseaba trabajar Lewis tras ver en ¨Hondo¨, es el asesino a sueldo con la misión de acabar con él. El segundo vuelve a hacer gala de su concesión a la violencia y el caos cuando no existe moral de por medio durante ese descenso a los infiernos que experimenta la ciudad una vez se queda sin ángel guardián, recurriendo más tarde al interesante concepto del sheriff-que-regresa-de-los-muertos-para-vengarse, tan visitado y revisitado en el género; lo que no puede evitar el cineasta, pese a sus audaces salidas de tono, es reprimir la moralina arraigada a los valores norteamericanos y más aún ¨hollywoodienses¨.
Y es que siguen siendo los 50, y persiste un halo de mojigatería e ingenuidad que no le sienta bien a ningún ¨western¨ de la década; porque después de ser testigo de la falta de coraje, del nulo compromiso de los ciudadanos para con Medicine Bend, aún tiene Ware las narices de expresar, con toda la grandilocuencia que demanda el acartonado papel, que en el corazón de las nobles gentes reside la fuerza, no para imponer la ley, sino para defender la justicia como es debido. No es este uno de los puntos fuertes de la obra (ni el duelo climático, que pedía más espectacularidad), sino su intriga de toques ¨noir¨, que el director maneja con mano hábil.

De hecho la trama recuerda extrañamente a la de ¨The Big Combo¨, casi con los mismos elementos (cambien a Thorne por el poderoso gángster Brown y al marshal Ware por el policía Leonard; incluso hay una rubia entre ellos que desata los celos y las tensiones).
Cosa curiosa, dos años después Scott regresaría al mismo pueblo en ¨Tiroteo en Medicine Bend, de la mano de Richard Bare, si bien ambos títulos no están relacionados, aunque podrían estarlo en esencia teniendo en cuenta el final...un tanto decepcionante por mi parte.



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