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Aquí hay una cuestión de expectativas. Quien vea esta película debe estar advertido que no es una novelita romántica, que lo que va a experimentar es un paseo introspectivo, un ritual de autoconciencia. Es como ver los Sueños de Akira Kurosawa o Las Confesiones de Schmidt. No se trata de un romance, no es a eso a lo que apunta la película, aunque el progresivo acercamiento de los personajes lo insinúe. Se trata más bien de ¨salirse¨ de la vida y verla desde el exterior, el viaje a Japón es el vehículo que lo hace posible. Al romper los códigos que conocemos, al enfrentarnos a la imposibilidad de verbalizar y generar una identidad narrativa a lo que nos enfrentamos, nos quedamos con la experiencia tácita, emocional, auténtica. Es deshacerse de las capas de cinismo y razón y enfrentar la realidad como tal, es un estudio que disecta nuestra forma de relacionarnos con nuestro entorno, la gente, la computación, la naturaleza y con nosotros mismos. Estos personajes, a la deriva en un mundo tan ajeno y a la vez, tan cercano, desarmados de toda herramienta de evasión a la realidad que les toca, sólo pueden examinarse a ellos mismos y mutuamente. Cada uno juega un rol en el descubrimiento del otro, la juventud contra la sabiduría, las esperanzas contra la experiencia, la emoción y la razón, cada uno traspasa algo al otro. Nota aparte merece la agudeza de la directora para captar realidades poco mencionadas en el cine, como el hecho de que los recién casados que se van a vivir a otros países suelen encontrarse absolutamente descolocados y con la sensación de que se encuentran viviendo con un extraño. En conjunto, una película deliciosa, pero que debe verse en el estado de ánimo correcto y con conciencia de que la belleza actúa lentamente.

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