Ficha Million Dollar Baby

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Críticas de Million Dollar Baby (1)


Mad Warrior

  • 14 Feb 2022

9



¨Si existe alguna magia en el boxeo es la magia de presentar batalla más allá de la resistencia...de las costillas fracturadas, los riñones reventados y los desprendimientos de retina...¨.
Esta es una historia de resistencia más allá de los límites de la propia resistencia, la de Maggie Fitzgerald.

Y llegó en un momento en que tal vez ningún fan o crítico pudiera pensar que después de una obra maestra como ¨Mystic River¨ su artífice director fuese capaz de ir más lejos; pero es una cualidad reservada a los grandes cineastas, esa facilidad con la que siempre van superándose a sí mismos. Eastwood, claro, es de esos; la leyenda está más que sabida, la de como Paul Haggis fue paseando durante mucho tiempo su borrador sobre una chica que quería boxear basada en las historias cortas del entrenador Jerry ¨F.X. Toole¨ Boyd (y cuya protagonista, antes mencionada, se basa en la verdadera boxeadora retirada Juli Crockett).
Uno de esos guiones que parece van a quedar metidos de por vida en el cajón de algún escritorio se encontró con una sorpresa cuando el nativo de San Francisco, quien venía con algunos Oscars bajo el brazo, aceptara dirigirla e interpretarla, pero no con Sandra Bullock en el reparto, sino con Hilary Swank (buena decisión, sobre todo si uno recuerda la temprana ¨Karate Kid III¨), quien se entrenó duramente para ello (y, en una irónica predicción del destino de su personaje, sufriendo una lesión que casi la lleva a ser hospitalizada...). La voz serena de Morgan Freeman nos introduce en el relato, una narración al principio innecesaria, incluso incómoda, pero que más tarde descubriremos de vital importancia.

La violencia con que el cineasta nos mete en el cuadrilatero puede recordar al impacto fílmico de ¨Toro Salvaje¨, pero la cruda aspereza en blanco y negro de Scorsese se solapa con rastros de compasión; el motivo es que la atención viene a recaer no en el boxeador, sino en su preparador, ese Frankie duro, firme y de sabios conocimientos que sin duda es uno de esos personajes clásicos de Eastwood. En esta ocasión un tipo cuya vida está en el ring, sin una familia en la que apoyarse, y con un pasado oscuro tras de sí, al igual que su fiel compañero Eddie, boxeador lesionado y retirado, quien de algún modo hará de guía del espectador.
El actor/director sabe aprovechar al máximo esa gran química que hay entre él y Freeman, por ello es un deleite escucharles parloteando e intercambiando benévolos insultos. Entonces la amargura del pasado se deshace al entrar Maggie por la puerta, a quien ya vimos intentando convencer a Frank de que la entrenara; no tardaremos en profundizar en todos ellos; si bien el pasado de ambos hombres determina su hastío existencial negándoles un futuro, los más directos traumas de la chica son el incentivo para hacerla vivir un presente en el que puede, pese a ser una camarera desgraciada que roba en su trabajo para poder llevarse algo a la boca, permitirse soñar en un prometedor futuro.

Y poco a poco empieza la transmisión. Como Red Stovall hizo con su sobrino, Tom Highway con sus soldados novatos y el posterior Walter Kowalski con su vecino hmong, este Frankie, situado a medio camino entre todos ellos y tocado por un halo de ternura poco habitual en el Eastwood actor, estrecha lazos con Maggie hasta el punto de poder considerarla un sustitutivo de esa hija perdida que siempre le devuelve sus cartas y a la que jamás veremos; ella, por su parte, encuentra una figura paterna mucho más afectiva, revelándose después cómo su relación, marcada por la soledad y el fracaso, es más fuerte que la de la sangre.
Dicho de otro modo: tu familia es la que eliges y no la que toca por mera consanguinidad (en este caso Haggis describe un núcleo familiar podrido hasta el tuétano, cayendo un poco en el esperpento en esa patética secuencia en la que el único motivo por el cual se acercan a Maggie es por el beneficio material). Esto distingue el gran equilibrio que logra Eastwood con su cámara serena y paciente: de la brutalidad visceral del deporte y el ring a la extrema sensibilidad en el trato de personajes, cuidadoso y tierno, pero jamás cayendo en la facilidad de lo sentimental.

Y así pasamos, de la emoción y admiración, al ver a ese enfervorecido público gritando el apodo gaélico de Maggie, a la pura devastación...que nos asalta como a Frankie, con un derechazo a nuestros sentidos, y en forma de taburete rojo colocado en el lugar más inoportuno (se podría decir que la escena del inodoro desbordándose y la posterior ¨venganza¨ de Eddie son un presagio del desastre). Entonces la atmósfera que había modelado Tom Stern, oscura sin llegar a lo escabroso como en ¨Mystic River¨, espesa su nivel de oxígeno, y el film se presta a imágenes tan duras que quedamos como la chica: sin fuerza en los músculos y apaleados hasta la extenuación.
La poderosa interpretación de Swank y su compenetración con un Eastwood hecho polvo (una de esas rarísimas ocasiones en que le vemos llorar en pantalla) y atrapado en un espinoso dilema ético es suficiente para desplazar toda moralina y simplemente observarles como seres humanos abocados a una decisión vital (independientemente de toda la polémica que pudiera surgir con respecto al tema de la eutanasia). En un último instante, de una profundidad emocional capaz de estrujar los intestinos, el actor/director se transmuta en emisario de la muerte como hizo en ¨Infierno de Cobardes¨, si bien ahora su acción se lleva a cabo por amor y compasión.

La razón de Maggie es tajante: es preferible morir dignamente sabiendo que su humilde sueño está realizado que ir viendo su existencia desaparecer poco a poco mientras le quitan todo por lo que luchó. Las tinieblas a las que ambos protagonistas se prestan a sumergirse es en realidad un remanso de paz que jamás conocieron en vida; y servidor comulga con ello.
Lo siguiente ya se sabe: premios y aclamaciones por doquier, junto a la esperada controversia del sector más tradicional, y el figurar entre los mejores trabajos de la carrera del director (que ya es decir), quien nunca dejó ni ha dejado (ni dejará) de poner patas arriba la sociedad, su paciencia y su ética con su cine. El destino fue benévolo y gracias a Dios no acabó dirigiéndola Isabel Coixet...



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