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Dieciocho años después

Elwood Blues acude a la cárcel en el que infórmanle de la muerte de su amigo, en eso acude a donde la monja que díecele que su amigo dejó un hijo y que ha de encargarse de él, tal infante no abre la boca más que en dos veces y no hace ni pizca de gracia. Más tarde acude a la policía cuyo jefe es el hijo de su padrino al que persuádele para prestarle 500 monedas para comprarse carro nuevo y al tiempo sugiérele a unirse a la banda. Luego entran en juego rusos que persíguenle junto al resto de amigotes que van uniéndose, sin fundamento, durante toda la travesía hasta llegar a tugurio tal en la que aparecen innumerables rostros conocidos de la escena del blues...
Pues tal recorrido se presta más a mostrar tales leyendas y a otras que no lo son como Jonny Lang con cuyo histrionismo y estridencia vocal cargome en demasía los ojos y los oídos, en lugar de a componer relato en el que poder deleitarse en el esparcimiento, que es de fluir tan lineal que aburre, pues consiste en ir de un lugar a otro sin suceder nada destacado ni chistoso que haga reírme a mandíbula batiente. Comedia que no hace reír no es sino bostezo irrefutable.

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