Ficha Émotion


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Críticas de Émotion (1)




Mad Warrior

  • 24 Jan 2021

5


Un encuentro entre dos chicas desconocidas, una maravillosa tarde, sangre, odio, rosas, amor, realidad e irrealidad, no hay nada más salvo las sensaciones a flor de piel a través del espejo de las profundas emociones.
¿Qué es real?, ¿qué no lo es?

Mucho antes de sorprender a medio Mundo con la que fue y sigue siendo obra maestra de su carrera, esa sensacional ¨House¨, el bueno de Nobuhiko Obayashi ya llevaba tiempo derribando los muros de lo convencional en Japón, iniciando sus andaduras en los albores de los 60, cuando una oleada de cineastas independientes nipones se iban a dedicar precisamente a eso; el nativo de Onomichi hizo caso omiso a su padre y en lugar de cursar estudios de medicina se convirtió en fundador de una compañía de entusiastas de lo vanguardista, bautizada Group Film Independants.
Después de algunos cortometrajes y documentales, ¨Emotion¨ se considera su esfuerzo más notable, el que le fue abriendo las puertas hasta lograr una relativa difusión (era la época de romper con lo establecido, así que todo lo innovador se recibía con los brazos abiertos) y alzándole, junto a Shuji Terayama, Tetsuji Takechi o el genio Toshio Matsumoto, como uno de los más aplaudidos del arte experimental en el momento. Realiza un absoluto tributo al ¨avant-garde¨ y a las corrientes europeas de vanguardia, siendo su inspiración principal ¨Sangre y Rosas¨, de Roger Vadim (¨Las Relaciones Peligrosas¨, ¨Barbarella¨), tomando ciertos elementos y claves y transcribiéndolos a su obra.

Dicha inspiración se anuncia literalmente en un prólogo que ya nos introduce de lleno en la retorcida mente del director y sus acólitos, quienes se presentan además a lo largo de un delirante prólogo. Rebeldía juvenil que explota en pantalla a través de una serie de trucajes indescriptibles, imaginería onírico-gótica, paralización del tiempo, rápida sucesión de fotogramas, todo acompañado de dos narraciones, una japonesa y otra inglesa por parte del conocido historiador y periodista Donald Richie (enamorado de la cultura y el cine de Japón y uno de los mayores responsables de su difusión en territorio americano).
Obayashi dice a su público, a nosotros, que mientras rodaba este cortometraje también estaba ocupado haciendo un anuncio (negocio al que atendía regularmente). Tras conocer a los locos artífices del trabajo que vamos a ver (y a la todavía pequeña hija del director, Chigumi) algunos intertítulos nos ofrecen lo que parece ser un relato dramático sustituyendo a las Carmilla y Georgia del clásico de Vadim por dos jóvenes, Emi y Sari; se centra durante unos segundos en la primera con un estilo propio del documental, hasta que aparece la segunda y la atmósfera se enrarece, se vuelve inquietante, pese a la gran alegría adolescente que desbordan las imágenes (puramente sesenteras).

Pero al contrario que en ¨Sangre y Rosas¨, la quimera vampírica no se extiende a una de las muchachas, sino que aparece encarnada en un hombre que aun estando con Sari se enamora de Emi; el blanco y negro y el color se mezclan conforme a los distintos torrentes de emociones plasmados. Infidelidad, amor, pasión, violencia paternofilial y por último un nada disimulado deseo incestuoso brotando del inconsciente (ese vampiro que es el padre de Sari en el cual se convierte su novio). No hay ni una sola concesión a la lógica pese a la fina línea argumental que podemos descrifrar, más bien un incesante deambular entre catárticas secuencias y trazos surrealistas.
La narrativa se guía por la lógica de los sueños, mientras se citan los poetas Jules Laforgue y Marceline Desbordes-Valmore, perfectos para las ideas e intenciones del director, y se recuerdan en la distancia grandes referentes como Buñuel, Kinugasa, Oshima, Godard o Suzuki. La ¨trama¨ principal también se bifurca en otras subtramas que la complementan: la de los padres, la de la pareja que debe infligirse dolor (en secuencias de animación bastante primitivas), la del duelo entre el amante y el hermano, filmado a modo de los ¨westerns¨ americanos, aunque con el curioso detalle de aparecer en pantalla los propios cámaras.

Al final tanto la violencia (sentimental y familiar) como la presencia del cine (de una ficción filmada, nunca real, siempre proyectada a través del mentiroso e ilusorio ojo de la cámara) rigen las normas e impregnan la obra, siempre poética, incluso en sus más perturbadores y grotescos momentos (que no son pocos). Obayashi es evocador y juega con todo, con el sentido de la imagen, de la cámara, de los personajes, de la película, que se quiebra y se revuelve, que pasa del color al blanco y negro a velocidad pasmosa.
Y el resultado es un delicioso, demencial y confuso sinsentido donde la actuación vampírica lo contamina y destruye todo, siendo el causante ese Drácula que el director incluso asegura haber visto, y del que se despide en última instancia, al mismo tiempo que de la soñada juventud. Las preciosas y desconocidas Emi Tabata y Sari Akasaka desempeñan bien sus difíciles roles en esta interesante obra del nipón que entusiasmará a los amantes de lo experimental y surrealista, y a los que atisben ecos de ella en el futuro arte de Sion Sono, Takashi Miike, David Lynch, Teruo Ishii o Iván Zulueta.



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