Ficha El Gato Negro

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Críticas de El Gato Negro (5)




Mad Warrior

  • 1 Feb 2023

9



Sopla el viento. Fuerte, tanto que parece va a quebrar las copas de los árboles. Bajo éstas resisten inmóviles los juncos.
Se mecen, se rozan, en una danza sugerente de extraña quietud ajena al ajetreo exterior. Su fuerza invisible y su temple no pueden ser contemplados. Ocultan, protegen, a los espíritus del bosque...

Desde el mismísimo principio la cámara quiere adentrarnos en su reino de paz y silencio sepulcral, la cámara de un Kaneto Shindo preparado para el gran salto de su carrera, el definitivo, a finales de unos años 60 que con mucho esfuerzo ha superado hasta alcanzar el reconocimiento internacional. Sobre todo es gracias a su inclasificable ¨Onibaba¨, donde con sabiduría mezcló liberación sexual, comentario sociopolítico, violencia y horror de tradición folklórica; tras una serie de títulos enfocados de nuevo en el sexo y las bajas pasiones, más próximos a Oshima o Imamura, vuelve al terreno de la fantasía histórica con otro relato de orígenes ancestrales.
Las puertas de Rajo-mon a un lado, el bosque impenetrable al otro, dos mujeres expuestas al horror masculino y al horror de la guerra; es inevitable pensar en el antiguo cuento ¨Yabu no Naka¨ de Ryunosuke Akutagawa como una posible influencia, el mismo que sirvió años antes a Kurosawa para su ¨Rasho-mon¨. Los rostros desencajados de los feroces guerreros hambrientos ofrecen una imagen escalofriante, más aún al atravesar con sus ojos de locos a las pobres a quienes han arrebatado su comida; Shindo ya da muestras de genio en sus primeros planos, y, con ayuda de su operador Kiyomi Kuroda, en el manejo de luces y sombras y los ambientes.

Este prólogo, brutal e indigesto, a simple vista puede parecer algo innecesario, pero entonces introduce el elemento culpable de llevar el drama a una realidad distinta, y es la presencia de un gato negro (según él, simbolizando la pobreza y baja condición social de las protagonistas). A partir de aquí, en un salto de tiempo no mencionado, ya somos parte de lo desconocido. Al paso de un samurái perdido en la noche frente al monumento de Rajo-mon, una muchacha de vestidos elegantes se le aproxima; bromea con la idea de un fantasma sin percatarse del engaño, pero su presagio es auténtico. Un santuario de aire ceremonioso a modo de cabaña surge de entre los árboles, la neblina todo lo cubre, el sigilo se extiende...
Vuelve así el Shindo creador de atmósferas que se quedó en ¨Onibaba¨, pero esta vez, disponiendo de un presupuesto mayor, más refinado, más estilizado que nunca, sustituyendo el paisaje áspero y grotesco de cortaderas de aquélla por la hermosura inquietante de los juncos. Y las mujeres que sufrieron a manos de los hombres tiempo atrás utilizan los poderes del Mal para ahora atraerlos a un lugar atemporal, perdido en el tiempo y el espacio, suspendido entre la nada y la eternidad; ¨Kuroneko¨ no expone el exceso surrealista y colorido tan ligado a las películas de horror del momento (esas con las que Shintoho ganó tanta popularidad, por ejemplo...).

Shindo evoca los movimientos gráciles y la belleza etérea del teatro noh, y desliza su cámara por el escenario trazando una línea indivisible entre lo tangible y lo intangible, al igual que Kobayashi, Kurosawa e inspirado en Mizoguchi y sus ¨Cuentos de la Luna Pálida¨...pero reuniendo al final los dos mundos en un clímax tomado por la irrupción de lo horrendo, lo espantoso. Una garra peluda, colmillos afilados, la sangre y gritos que rompen la quietud; implacable venganza femenina contra la soberbia del samurái de clase alta, adorador de la gloria y la batalla. Sólo han pasado los primeros 20 minutos.
Muy clara la pretensión del director de introducir sus ideales izquierdistas, su visión cruel y despiadada de la nobleza en su fábula, de ahí la importancia del prólogo: mientras otros habrían empezado el film con una aparición fantasmal sin ninguna conexión y haber desarrollado la trama a partir de ella, Shindo se sirve de la fatalidad de la Historia, la violencia de la guerra y los hombres, el dominio de la clase poderosa y la opresión a los pobres (sólo a través de maldiciones y actos demoníacos éstos últimos pueden castigar a los privilegiados que se enriquecen con la masacre). Quizás se recurra al popular subgénero del ¨bake-neko¨, pero el horror llega por numerosos motivos, más allá de las fantasías y leyendas.

Y ello establece un nexo de unión indisoluble con la anterior ¨Onibaba¨, de profundos temas bajo su manto de oscuridad onírica, tomando prestados su esquema argumental y algunos personajes, pues de nuevo una madre (interpretada, cómo no, por la brillante Nobuko Otowa) y una esposa se han apartado de la sociedad, sufren las penurias del periodo de guerra y esperan el retorno del hijo/marido, lo cual sí sucede en esta ocasión; pero es un retorno amargo.
En esta sangrienta era, Gintoki ha saboreado la victoria y la muerte en el campo de batalla, y así es condecorado por el legendario comandante Yorimitsu Minamoto, convertido en un repulsivo arrogante. La intriga se construirá entonces alrededor del descubrimiento del joven sobre la desaparición de su hogar y el encuentro con su madre y su mujer; el choque planteado por el cineasta es demoledor. Tanto más cuanto que aquél es ahora un samurái, laureado como la docena que cruzó anteriormente el entramado de juncos para acabar en la treta de las dos mujeres-espectro...y sin embargo, en un gesto inesperado, se apela a la pura humanidad, más incluso de lo que se hizo en el film de 1.964, donde el deseo individual, en especial el la de libertad sexual, se enfrentaba a los miedos de la superstición.

Ahora cristaliza de mejor manera. Mientras Gintoki, a quien se le ha encomendado la tarea de acabar con la amenaza de los espíritus, desafía su estado actual de privilegiado guerrero, su esposa Shige (hermosísima Kiwako Taichi) y su madre sufren al estar atadas a un juramento espiritual; será la pareja quien luche contra dichas ataduras, la de la condición social y la de la tradición religiosa, y simplemente por amor. Shindo teje este romance entre el mundo real y el mundo invisible con su particular gusto por el melodrama, entre los pliegues sensibles del imaginario de pálidos seres en el cual nos sumerge con suma delicadeza.
Su fijación por el movimiento y la aproximación corporal en plano-detalle y la sensualidad mórbida recuerda al erotismo sórdido de Yoshida, Teshigahara o Shinoda; él va más allá de la pura abstracción, elevándolo al significado de transgresión de las reglas establecidas en ambas realidades (la de los humanos y la de los fantasmas). En última instancia, sacrificada el alma de la joven, sólo queda la madre, quien sucumbe al poder demoníaco (como su homóloga de ¨Onibaba¨), lo que acaba venciendo al poder social, realmente débil, apoyado en falsas creencias.

La prueba está en las palabras de Minamoto, un tipejo con los pies en la tierra, responsable de desentrañar el misterio del monte Oe y su mítico demonio Shuten-doji, alguien que confía en el poder sagrado de la casta guerrera, sin entender cómo puede ser odiada por los demás (Shindo juega con el tiempo y la exactitud histórica, ya que el comandante falleció en una era anterior al establecimiento de la clase samurái y lo situa, quizás, en el periodo Muromachi, o Heian, haciendo de su denuncia un alegato universal, válido para cualquier era). Por lo tanto, una creencia inútil.
El joven, engañado por su madre, es despojado de sus obligaciones y llevado a la tierra donde moran en calma los demonios y otras criaturas invisibles, a lo largo de un clímax de fascinante imaginería y poder visual. El blanco y negro vaporoso y la teatralización de la puesta en escena hace cruzar nuestro inconsciente, igual que al anterior, por las puertas de las diversas realidades sin tan siquiera percibir la oscilación entre ambos mundos. El nipón se consagra como un genio de las formas y el estilo, la aplicación de la belleza del noh al uso cinematográfico, y un narrador inteligente que logra dar una dimensión mucho mayor a un género considerado para el consumo de masas.

Sería la última vez que haría gala de tal maestría, encaminándose hacia un tipo de cine algo distinto, pero sin perder su toque ni temas característicos. Y si bien ¨Kuroneko¨ no llegó a obtener ni siquiera una entrada para competir por el Oscar a Mejor Película Extranjera, sigue siendo, 55 años después, uno de los títulos imprescindibles y más influyentes no sólo del ¨j-horror¨ (aunque eso sería simplificarlo injustamente...) ni del cine japonés, sino del cine universal, con pleno derecho.



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mahotsukai

  • 16 Jul 2020

9



Destacable film de horror japonés, a cargo del reconocido director Kaneto Shindo (“鬼婆” o “Bruja”, 1964).

Una mujer y su nuera son brutalmente asaltadas, violadas y asesinadas por un grupo de soldados, luego de quemar su casa. Poco tiempo después, dos mujeres extrañamente parecidas aparecen en las noches para embaucar con perversas intenciones a los samuráis más prestigiosos del pueblo.

Tras el éxito de su clásico “鬼婆” (“Bruja”, 1964), y luego de explorar temáticas dramáticas con elementos eróticos como en “本能” (“Lost Sex”, 1966) y “性の起原” (“Líbido”, 1967), el prolífico y talentoso director japonés Kaneto Shindo realizaría una segunda y, lamentablemente, última incursión en el género de horror con otro contundente clásico cuento medieval, esta vez, de fantasmas vengativos que bebe directamente de la rica tradición fantasmas nipona y, de paso, de su primera y brillante aventura en el género 4 años antes. De esta forma, y siempre desde la perspectiva de los “時代劇” o “Jidaigeki” (Dramas de Época), el director de “人間” (“Humano”, 1962) vuelve a retratar la degradación humana más absoluta y acogedora producto de la guerra civil que saca lo más perversa y ruin de nuestra naturaleza, con una historia cargada de violencia y venganza.

Si bien el guión firmado por el propio director, por un lado, se inspira en viejas leyendas niponas sobre fantasmas vengativos que acosan y asesinan a desprevenidos viajeros, por otra parte, sus principales influencias se encuentran en “羅生門” (Rashomon”, 1917) y “藪の中” (“En el bosque”, 1921-1922), dos importantes clásicos literarios del atormentado escritor nipón Ryūnosuke Akutagawa, asiduo a los relatos del Japón Feudal. En su obra, Akutagawa abordaba la decadencia de los valores más esenciales de la sociedad nipona en el contexto de la guerra civil, en concreto de la nobleza y los altos mandos militares, como también se aprecia en el clásico homónimo de 1950 del mítico director Akira Kurosawa. Así, Shindo, quien también compartía la visión del escritor de vivir en una sociedad en constante decadencia valórica, situará específicamente la trama en la平安時代o Época Heian (794-1185) y colocará como protagonistas a personajes históricos y míticos como protagonistas para una interesante y atemporal parábola crítica que no dejará indiferente a nadie.

Estos personajes claves a los que aludo son, específicamente, Minamoto de Raikō (c.944-1021) y su aprendiz Sakata no Kintoki (金 時). El primero fue un legendario samurái y gobernador, famoso por sus grandes proezas militares y batallas con monstruos como serpientes y arañas gigantes, y que llegaría a ser regente de las provincias de Izu, Kozuke y Settsu. El segundo, en tanto, fungió como criado y luego samurái del primero gracias a sus legendarias dotes como guerrero, fusionándose posteriormente con el folclórico personaje de Kintarō, héroe de rasgos herculianos de la tradición nipona. Ambos simbolizan la corrupción y la noble lucha por la recuperación de los ideales del samurái, el primero desde sus humildes orígenes como samurái y su posterior consolidación como gobernante local y el segundo con el renovado espíritu de nobleza de la clase guerrera, que prefiere poner el honor por sobre cualquier pérfida empresa que se le encomiende.

En “藪の中の黒猫” (“El Gato Negro”, 1968), que podríamos traducir literalmente como “El Gato Negro en el Bosque de Bambú”, Shindo demuestra su gran habilidad para construir y transitar con enorme eficacia narrativa y belleza plástica desde un mundo tan real como brutal a otro tan fantasmagórico como amenazante. La escena inaugural es de una crudeza y bestialidad característica del relato del director de “狼” (“Lobo”, 1955) que no escatima en mostrar abruptamente la animalidad intrínseca del hombre, sobre todo en contextos sociohistóricos de estrés y abuso. Por su parte, el pesadillesco y, a la vez, onírico viaje que ofrece al ávido espectador en esta transición narrativa, además de adentrarnos en los aspectos más folclóricos de la tradición fantasmal del Japón, constituye una evidente muestra de la clásica tragedia cuando contraponga ambos mundos, el fantasmal y el real, personificados en la Madre de Gintoki, su esposa Shige y el propio Gintoki.

Dicho tratamiento de la tragedia clásica se observa principalmente en la naturaleza de estos tres personajes y sus intereses. Las dos primeras buscan y están irremediablemente ligadas a un pacto sobrenatural de venganza que han escogido y del cual no pueden ni renegar ni escapar. El hombre, en tanto, se debate entre la necesidad de conocer la verdad acerca del destino de su madre y esposa, por un lado, y la de honrar los preceptos de su nuevo estatus y la orden del Mikado de acabar con la amenaza que cerne sobre los samurái. De esta forma, tanto ellas como madre, esposa y espectros que sólo encontrarán la liberación de su tormento espiritual en la venganza como él como hijo, esposo y samurái que ha decidido serlo para ofrecer una mejor vida a su familia, deberán decidir si cumplir con su destino (auto) impuesto o condenarse eternamente a las consecuencias que supone negar su nueva naturaleza, ya sea ésta fantasmal o guerrera.

Desde el aspecto visual, “藪の中の黒猫” (“El Gato Negro”, 1968) goza de una hipnótica belleza plástica de claroscuros gracias a la notable fotografía de Kiyomi Kuroda, quien repite tras su magistral trabajo en “鬼婆” (“Bruja”, 1964). La capacidad de Kuroda de plasmar el realismo crudo del brutal prólogo y transportar al espectador al pesadillesco mundo de los espectros es sencillamente espectacular, una clase abrumadora de cómo construir ambientaciones tan fantasmagóricas como sobreacogedoras. De hecho, los sugerentes escenarios diseñados por Takashi Marumo (“狼” o “Lobo”, 1955), el amenazante e irregular bosque de bambú y la derruida casa inundada de bruma, ganan mayor fuerza visual gracias a los acertados cambios de plano y un inteligente y distintivo uso contrastivo de luz con un fondo extremadamente negro, en especial en las apariciones de los fantasmas, que le confieren un aspecto especialmente terrorífico y elegante y bello, a la vez.

Al respecto, bien vale también destacar el trabajo coreográfico de los actores que se aprecia desde situaciones aparentemente tan cotidianas y mundanas como el tránsito de Shige y cada uno de los samuráis a los que seduce con su mezcla de fragilidad e ingenuidad en medio del camino por el bosque de bambú, hasta las espeluznantes acrobacias fantasmales y sobrenaturales que tanto su espectro como el de su suegra realizan para acosar, espantar y acabar eventualmente con sus víctimas. En un claro manejo de lo que es el lenguaje corporal, especialmente para estas escenas en las que destaca la ausencia de diálogos o la evidente reducción de los mismos en pos del uso sobresaliente del score, Shindo logra en todo momento mantener al espectador en la sensación de estar en un mundo surrealista, del cual, final y lastimosamente nunca más podrá salir así como Gintoki.

Como es una costumbre, Shindo escoge un reparto sólido y convincente para este notable cuento de horror. En el protagónico encontramos a Nakamura Kichiemon II, Nobuko Otowa (“鬼婆” o “Bruja”, 1964) y Kiwako Taichi (“弾痕” o “Herida de bala”, 1970). El primero provenía de una destacada familia de actores de teatro Kabuki y ello claramente le permitió impregnar a su personaje, el legendario Gintoki, de un halo trágico que alimenta también de forma muy efectiva la actuación de Otowa y Taichi. Asimismo, nuevamente destaca la performance dramática de Otowa, quien hacía tiempo, por lo demás, que era una actriz consolidada en el cine nipón, y que terminaría por convertirse en musa, pareja y, finalmente, segunda esposa de Shindo. Por su parte, la bella Taichi en el papel de la joven esposa de Gintoki, le da la frescura necesaria a la historia para convertirla en un drama atemporal. Lamentablemente, fallecería en 1992 en un accidente de tránsito. El actor de carácter Kei Sato (“怪談” o “Historias de fantasmas”, 1964) interpretó al legendario Minamoto de Raikō.

El talentoso compositor nipón Hikaru Hayashi, creador del hipnótico score de “鬼婆” (“Bruja”, 1964), vuelve a dar cuenta de su notable manejo para construir suspenso y horror utilizando instrumentos musicales tradicionales del Japón, como la percusión Taiko y el koto, pero también experimenta con instrumentos sinfónicos más clásicos, como el piano y el violín, y otros recursos como sonidos de campanas y de viento silbante.

“藪の中の黒猫” (“El Gato Negro”, 1968) se estrenó en Japón el 24 de febrero de 1968, siendo distribuida por Toho. Cinco meses después fue lanzado en los Estados Unidos por Toho International con subtítulos en inglés. Shindo logró, por otra parte, ponerla en competencia en el Festival de Cine de Cannes de 1968, sin embargo, el festival fue cancelado debido a los eventos de mayo de 1968 en Francia.

En resumen, una notable y espeluznante historia de fantasmas que se convierte en una inquietante y encantadora experiencia. Destaca principalmente por su fuerte y seductor poderío visual, su lenguaje corporal y esa acertada mezcla de salvajismo y elegancia propia del cine de Shindo, que sin duda, debió haber explorado más el género de horror.



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ragman

  • 29 Sep 2012

8


Vaya sorpresa me lleve con este filme sesentero japonés, una historia de fantasmas vengativos japoneses y una historia bien planteada, kuroneko es más bien un filme dramático con personajes envueltos en una encrucijada sobrenatural bien planeada. No posee mucha acción ni muertes elaboradas ni nada por el estilo, juega con la persuasión y nos brinda unas interesantes actuaciones dentro de una ambientación increíble, que incluso el blanco y negro plasma aun mejor lo que nos quiere dictar la película...
Kaneto Shindo me volvió a sorprender con esta película poco pretenciosa y sin muchos atributos, nos demuestra que con poco y una historia se puede contar mucho y sorprender al espectador.

Una joya del cine recomendadisima a todo fans del cine de antaño.



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zamenhof

  • 18 Jul 2012

7


Un film interesante de fantasmas japonenes que vengan la muerte de sus cuerpos en vida ante los samurais que les mataron. Destaca el tono pausado, la música lenta típica japonesa y la sensación de oscuridad y negrura que predomina en todo momento en la historia.
No faltan algunas escenas de acción pero es un film básicamente dramático donde los personajes tienen una gran tristeza interior, unos por su muerte y otros, como el samurai hijo que vuelve de la guerra, por lo que ha perdido y ante lo que tiene que afrontar. Ni más menos que destruir a sus seres queridos.
Entretiene en todo momento y la música que nos acompaña hace más sencillo seguir la historia aunque sea una banda sonora melodramática. Algunas acrobacias de los personajes son dignas de ver basándose en unos efectos sorprendentes de velocidad de cámara.



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TANO

  • 17 Aug 2010

7


La famosa leyenda japonesa de los fantasmas femeninos vengativos, llevada a película. Es bastante lenta, aunque bien lograda.



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Críticas: 5


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