Ficha Purgatorio Heroico


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Críticas de Purgatorio Heroico (1)




Mad Warrior

  • 1 Jan 2022

8



¨Una vez comprendes que estás perdido ya dejas de estarlo...puedes regresar de donde viniste, incluso puedes preguntar el camino de vuelta. Se puede decir entonces que te diriges a un claro destino...¨.

Años 70, el cine entra en un periodo de renovación que tendrá en su punto de mira lo político. En Japón los encargados de remover conciencias en la Nueva Ola prosiguen con su tendencia y se vuelven aún más radicales, desde el punto de vista formal y estético y el narrativo, caso de Oshima, Ito o Shinoda, mientras nuevas voces también se hacen notar en este sentido (Wakamatsu, Adachi, Jissoji, Kuroki); con la excelente ¨Eros y Masacre¨, Yoshishige Yoshida inicia su etapa más comprometida, el primer paso de una Trilogía del Radicalismo con la que expondrá esas reflexiones de algún modo siempre presentes en sus trabajos.
Empieza entonces la década con ¨Purgatorio Heroico¨, que escribe otra vez junto al autor Masahiro Yamada, de fuertes ideales izquierdistas, como él desde su juventud; pero aun enmarcadas en una trilogía distinguida por su uso de lo político en lugar de lo personal como proyector de los terrores e incapacidades del ser humano, esta segunda pieza se desliga de sus compañeras. Con la Art Theatre Guild respaldándole, Yoshida puede exponer lo que piensa sin atenerse a normas de ningún tipo, porque su obra nos embauca hábilmente durante un primer tramo, capturando nuestra atención a raíz de un hecho violento e inesperado: el intento de suicidio de una chica, Ayu, en el interior de un centro científico.

Una mujer mira, la sensacional Mariko Okada disfrazada de Nanako, la única persona que muestra algún interés verdadero y remordimiento por lo sucedido. Aun manteniendo una estructura argumental difícil pero legible durante sus primeros veinte minutos, ésta empieza a acumular los diferentes símbolos y pistas que servirán de resortes para acciones futuras; esta Ayu declara estar perdida, y el diálogo que mantiene con el doctor que la asiste (descrito al principio) es fundamental para entender el nivel de inestabilidad existencial que nos va a plantear Yoshida.
Mientras tanto éste sigue desarrollando su historia en un espacio donde reina el vacío, creado mediante formaciones asimétricas y líneas correlativas que finalizan en arquitecturas solitarias y claustrofóbicas. Un espacio devorado por la luz; nunca la saturación fue tan blanca para Yoshida, y del mismo modo que en los interiores sucede en ese exterior que revela un Japón apocalíptico, cubierto de una neblina perpetua, que condena a los individuos a deambular en un entorno hermético y de tiempo indefinido (la cámara, situada en ángulos y encuadres rarísimos, se habituará a no enfocar sus pies ni el suelo que pisan, acrecentando la idea de vacío).

Nunca aquél se acogió tan rigurosamente al canon del cine ¨avant-garde¨ tan similar al de Teshigahara, Bergman, Resnais, Antonioni o Robbe-Grillet, gracias al cual nos enrosca en esa atmósfera visualmente enrarecida gracias a una cautivadora belleza formal. Nanako y su marido Rikiya acogen a Ayu e irrumpe en su hogar de paredes gélidas el padre de ella. Una identidad falsa como defensa ante el peligro (Ayu admitiendo ante su padre ser hija de sus recientes ¨padres adoptivos¨) y una intrusión a la intimidad a través de sibilinas artimañas (el micrófono escondido en la ropa de la muchacha) son otras de las pistas que acumula la ¨lógica¨ del film...
Hasta que emerge una sombra del pasado y se abre la puerta (literalmente) a los recuerdos de Rikiya. A partir de este instante extraño la estructura se rompe y viajamos a un posible pasado en el que éste forma parte de una célula terrorista de ultraizquierda. Pero si ¨Eros y Masacre¨ escindía el presente ocupado por Eiko y Wada hacia un pasado real y tangible cuya naturaleza adquiría una cierta legibilidad, ¨Purgatorio Heroico¨ bloquea toda salida deliberadamente. Empezamos asistiendo a un hecho imaginado a partir del Tratado de San Francisco de 1.952, en el seno de un grupo identificado en sus procederes con la Liga Zengakuren que planean el secuestro de una importante figura política.

Lo político observado desde lo radical marca una narrativa multiperspectiva, donde las líneas temporales (el pasado (los 50), el presente (los 70)) se confunden y entrelazan en una lógica onírica. Yoshida nos sumerge así en su inquietud por retratar las tempestuosas luchas internas, entre facciones (para el padre de Ayu la cúpula se sitúa a la izquierda, para Rikiya a la derecha) y los diversos estamentos, practicando una total reversibilidad de las apariencias y el desposeimiento absoluto (subraya esto el que los actores interpreten diversos papeles), pues es esencial la asunción de roles, tanto en la sociedad política como en la íntima y familiar.
Pero al ser el engaño la táctica de los cobardes el conflicto sólo puede derivar en una serie de actos violentos, el único destino del anarquismo radical, y la principal causa es la presencia de un espía dentro de la organización de Rikiya. Este espía, como en esencia los personajes, funciona de símbolo de la discordia y la sospecha; puede que nunca hubiese existido, así la lucha cobra menos sentido para el director, quien recuerda los grupos anarquistas que existieron durante su juventud (y durante todas las épocas) y su afán por la ruptura y la autodestrucción, siempre devorándose desde dentro hacia afuera.

En este entorno estéril reina la confusión y las máscaras se extienden a todos los elementos que provocan la quiebra de la Humanidad. Los intrusos deben ser eliminados (¨debemos matar a todos los padres que vengan¨, declara Ayu) e incluso el testimonio del cine oculta y revela sombras sin que se aplique un significado certero. Nanako puede erigirse como ser auténtico, humano (al principio se mirará al espejo y no aceptará desdibujar su identidad), por tanto la única dispuesta a caminar sobre la realidad una vez entremos con ella a ese ¨purgatorio¨ (momento de gran potencia onírica en la obra del cineasta) que es una suerte de Alphaville metafísico.
Allí las almas de los revolucionarios prosiguen buscando el propósito de la ruptura y sus luchas se desenvuelven como un mal infinito. Destaca la invención formal acerca del lugar que ocupan los personajes en las estilizadas dimensiones, la manera sutil con la que Yoshida, mediante efectos especulares o la disposición espacial, afirma y cuestiona su relación en los claustrofóbicos encuadres, revelándose como una imagen que aun en su presencia física compartida sugiere la separación ontológica entre los seres. Con el único propósito de encontrar a Ayu, otra entidad simbólica que dispara la confusión y el caos, Nanako cruza estas esferas imposibles ubicadas en un vacío universal hasta propulsarse a un futuro incierto.

Se da así el efecto inverso de ¨Eros y Masacre¨: en lugar de analizar el presente en las heridas del pasado, se proyecta un supuesto futuro para analizar el horror del presente; ante esta absurda sucesión de violencia paranoica, evolución tecnológica y científica (Rikiya como reflejo de esta decadencia), rebeliones sociales, terror permanente a nivel histórico e incomprensión de esos ideales que prescinden de humanidad para su propósito (Onko rebate ¨El heroísmo hace a un líder¨ a la respuesta de Nanako, quien afirmó que era el amor, y el castigo de la democracia es la pena de muerte), la protagonista rompe la silenciosa negación y sólo puede gritar de angustia antes de desprenderse finalmente de su máscara.
Porque en cierto sentido es el poder femenino el que dispara los actos de auténtica revolución y cambio (así Nanako, tras ser obligada por Yoshida a caminar (literalmente mostrado) por un callejón sin salida narrativo, es la única que puede continuar actuando con un propósito, ya sin estar atada a principios políticos, emocionales, morales, religiosos o científicos). Todo interpretaciones. Penetrar en las complejas fisuras de ¨Purgatorio Heroico¨, amparadas magníficamente por la minimalista música de Toshi Ichiyanagi, y trascender las vanguardistas líneas de su opacidad elíptica y psicológica es sin duda un desafío, pero el efecto es sobrecogedor a todos los niveles.

Quizás mayor por la belleza artística, técnica y visual con la cual las modela Yoshida (ayudado del maestro director artístico Osamu Yamaguchi y su operador Motokichi Hasegawa) y lograr una atmósfera opresiva de registros sensibles lindante con lo fantástico, extendiendo los tiempos hasta el límite del desasosiego y cuyo poder de abstracción cósmico se ancla sin duda en la dimensión política y social.
El tiempo, el ser humano, la existencia, la evolución, todo está sujeto a una hermosa y no menos inquietante ininteligibilidad y su negativa a mostrarse tal como es; de poética devastadora, esta es una de esas experiencias fílmicas únicas directamente conectadas con el inconsciente de sus autores y espectadores, cuyo objetivo es enroscarnos en sus entrañas para descifrar toda suerte de lecturas...



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