Ficha Ocho Horas de Terror


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Críticas de Ocho Horas de Terror (1)




Mad Warrior

  • 3 Jun 2020

8



Un tranquilo viaje en autobús por las montañas puede convertirse en un abrir y cerrar de ojos en un auténtico infierno, donde la vida de todos y cada uno de los pasajeros se encuentra, nunca mejor dicho, al borde del abismo.
¿Quién llegará vivo al final de esta ruta suicida?

A finales de los años 50 el cine japonés ya había sido aceptado en otras partes del Mundo y a su vez se infiltraron en él las influencias occidentales, hasta tal punto que muchas de las productoras del momento apostaron por hacer películas de aquellos populares géneros lejos de los clásicos dramas costumbristas o los frescos de samuráis. En 1.957 los festivales internacionales determinan el éxito de los títulos realizados en Japón, que vive una edad de oro con respecto a su industria, la cual experimenta cambios importantes: Kenji Mizoguchi ya ha fallecido y las carreras de muchos dan sus últimos suspiros, como las de Yasujiro Ozu, Mikio Naruse o Hiroshi Shimizu.
Por el contrario Yasuzo Masumura, Tokuzo Tanaka, el guionista Kaneto Shindo, Shohei Imamura o Seijun Suzuki acaban prácticamente de arrancar en el negocio; éste último ha pasado de asistente de dirección a cineasta siendo acogido en el seno de la Nikkatsu, que también vive un buen momento (aunque más tarde se arrepentirá de tomar esa decisión). ¨8-jikan no Kyofu¨ es una de las primeras obras que le son encargadas, una especie de fábula social cruzada con el policíaco tan propio del cine americano; el guión lo escriben Rokuro Tsukiji y Goro Tanada como un drama, pero Suzuki, imponiéndose al estudio, le añadirá sus inconfundibles toques de socarronería, y la firma con su nombre auténtico: Seitaro Suzuki.

Efectivamente las influencias estadounidenses aparecen desde el principio, con la cámara enfocando hacia ese antiguo e imponente tren dispuesto a marchar; mientras, el director modela la atmósfera, realmente agobiante entre el vapor de la máquina, la oscuridad de la noche y la tensión vivida dentro de la estación de Okusawa, donde una docena de personas de diferente carácter e índole social se apiñan para intentar conseguir los billetes hacia Tokyo. Se trata de personajes de trazo grueso definidos por sus actos a los que poco a poco iremos conociendo, y a quienes nos uniremos, debido a la marcha del tren, en un trayecto en autobús con destino a Hashimoto.
Esta atmósfera tan dominada por la desesperación y la desconfianza será parte de la historia de aquí en adelante, y más aún al ponernos en aviso sobre el robo a un banco cometido por dos indeseables, pero lo que está dirigiendo Suzuki en este primer tramo de metraje es un áspero y divertido drama costumbrista sin otras aparentes pretensiones. El interior de ese destartalado autobús se convierte a todos los efectos en el microcosmos del Japón de la posguerra, que el cineasta no duda en criticar con severidad; todos y cada uno de los pasajeros es el reflejo de una parte de la sociedad, lo que provoca inevitablemente el choque entre mentalidades, edades e ideas.

Así, los estudiantes jóvenes de espíritu revolucionario, la muchacha que desea ser actriz, el chico apasionado por los libros o esa bella prostituta que ha trabajado en bases americanas son la sociedad progresista y moderna, los considerados lacras para la tradición pero erigidos en valientes héroes en los sucesos que están por llegar; por otro lado, el maduro hombre de negocios y su mujer, la hija de familia rica o el vendedor charlatán son el trasunto de una sociedad capitalista, anclada en el pasado y soberbia, y serán presentados como cobardes y ridículos patanes. Entre ellos, un criminal que no es tan malo como parece y una pobre mujer y su hijo enfermo, signo ineludible de la pobreza del momento.
Suzuki deja que nos familiaricemos con todos estos individuos, escuchándolos y observándolos para entonces sacudirnos sin previo aviso con las verdaderas intenciones del film; y es que un agitado pero corriente viaje en autobús se transforma en una pesadilla debido a la intromisión de los mismos atracadores del banco de los que ya se nos había hablado, quienes se hallan en plena fuga a través de las montañas. Empieza el segundo arco, y del estilo costumbrista y puramente social pasamos a un intenso ejercicio de suspense sobre el cual planean las sombras de Alfred Hitchcock, John Ford y John Sturges mientras se recuerdan los duros policíacos de Don Siegel, Samuel Fuller, Joseph Kane y André DeToth, de los que el nipón es un gran aficionado.

Ahora la trama la conducen la incertidumbre y el miedo, la ausencia de aire aumenta dentro del ya reducido escenario y el humor empieza a quedar fuera de combate en detrimento del drama. El objetivo principal de Suzuki es hacernos sufrir ante la tremendamente desesperada situación a la que han sido arrojados los personajes por culpa de los criminales, descritos especialmente como dos repugnantes malnacidos sin conciencia para provocar el máximo rechazo en el espectador.
Un maletín lleno de billetes, un revólver y el niño enfermo son los elementos de la discordia en todo este embrollo, que avanzará a base de ingeniosos imprevistos hacia un inesperado final. Suzuki, muy decantado hacia los códigos americanos (a veces esto se expresa literalmente en boca de los protagonistas, cuando comparan la situación con una película yanqui), demuestra poseer nervio y oficio tras la cámara para introducirnos en tan desasosegante ambiente, sin perder en ningún momento sus ácidos tonos ni su discurso social.

El carismático Nobuo Kaneko, convertido en héroe por las circunstancias, y la preciosa actriz de imponentes piernas Harue Tone encabezan un genial reparto en el que destacan Zenji Yamada, Kan Yanagiya como el patético vendedor, un joven Hideaki Nitani, futura estrella de Nikkatsu, y Kenjiro Uemura encarnando a uno de los odiosos atracadores, ataviado enteramente al estilo de los gángsters de Chicago.
Pese a su corta duración y limitaciones de presupuesto (típico de la productora), Suzuki pone todo su talento tras la cámara y factura un ejercicio de ritmo imparable que mezcla el cine negro, el ¨western¨ y el drama como si de un emocionante cruce entre las ¨hitchcockianas¨ ¨Náufragos¨ y ¨Alarma en el Expreso¨, el clásico de John Ford ¨La Diligencia¨ y el ¨Arigato-san¨ de Shimizu si se tratase. Sorprendente y desconocida obra de un artista que aún tendría mucho, pero mucho que ofrecer al cine.



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