Ficha Ghost of Hanging in Utsunomiya/The ceiling at utsunomiya


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Críticas de Ghost of Hanging in Utsunomiya/The ceiling at utsunomiya (2)




Mad Warrior

  • 24 May 2021

7



Un cuento sobre enfrentamientos y tramas políticas, rastreros conspiradores, asesinos misteriosos, mujeres secuestradas y un pueblo llano sacrificado para un propósito desconocido.
Las correspondencias con lo veraz son siempre difusas cuando se habla del castillo de Utsunomiya...

Porque en la era Genna, iniciada tras el terrible asedio del castillo de Osaka y que se extendió en un corto espacio de tiempo entre 1.615 y 1.624, sobresalen algunos momentos que lo marcaron de forma importante, y destaca en particular un incidente que envolvió al shogun Hidetada Tokugawa y al daimyo Masazumi Honda, quien se había hecho con el control de Utsunomiya y reconstruyó parte de su legendario castillo. Fue en 1.622 cuando el shogun, de visita al santuario Nikko Tosho-gu, fue invitado a quedarse en el castillo, y esto tuvo nefastas consecuencias para Honda.
Después las investigaciones llevaron a la supuesta conclusión de que éste planeaba asesinar a Hidetada empleando un techo falso que se desplomaría sobre él; más que el acto en sí la causa de su caída en desgracia y exilio fueron los procederes ilegales y con intenciones un tanto misteriosas que se usaron para la reforma del castillo, sin embargo este suceso pasó a formar parte de la tradición del folklore siendo representado en numerosos medios. En este caso Nobuo Nakagawa se pone al frente de la versión de la famosa historia imaginada por el autor Tetsuji Godo, y que adaptan los guionistas Hiromichi Takebe y Katsuyoshi Nakatsu.

No parece que corresponda a estos hechos esas primeras secuencias que atañen a una chica de aspecto fiero (Shino) que se encuentra en el bosque con un samurai errante (Ryutaro) y a otro enmascarado (Tenzen) que salva la vida (no sabemos bien por qué ni parece importar) a una pareja de plebeyos (Yoshichi y Ofuji) de las iras de sus jóvenes subordinados. Aun siendo presentados de forma un tanto aleatoria, poco a poco iremos averiguando los propósitos e inquietudes de este extenso catálogo de personajes, revelándose los estrechos lazos que los unen sin saberlo por culpa de los devenires del destino y las acciones de los injustos.
El director vuelve a recrearse, empleando las descripciones concisas pero cuidadas del guión, en la crueldad de aquellos que detentan el poder, sumergiéndonos en una era feudal oscura, salvaje, corrupta hasta los cimientos en sus órdenes políticos y con la habitual preocupación por el pueblo; se observa, no así, desde un marcado tono novelesco y romántico que implica una transparencia maniqueista donde los villanos y los inocentes están claramente diferenciados. La trama se desarrolla, claro, por la conspiración contra el shogun, pero parece más importante el amor entre Yoshichi y Ofuji, quien es codiciada por un ser repugnante, el comerciante Kagiya.

Realzan el carácter de fábula el hacer que Hidetada se convierta en Iemitsu (el hijo de éste), que el daimyo sea Kozukenosuke y no Masazumi, o que el carpintero Yoshiro aparezca como Yoshichi, pero sobre todo sobresalen los caracteres puramente novelescos de Ryutaro y Tenzen: el primero un samurái-espía de espíritu noble y valiente, que cual caballero andante rescata damas, sobrevive a cualquier peligro y vence a los villanos; el segundo es su némesis, un individuo extraño, cínico, ambicioso y oportunista que colabora con Kagiya y que le dará caza durante toda la historia.
Las mujeres, que en cierto modo también ayudan a desarrollar los complejos resortes de esta trama tratada de manera multiperspectiva, carecen por desgracia de un desarrollo dramático profundo pese a brindarnos un trío de personajes tan interesante (Ofuji, Onobu y Shino en especial). Debe señalarse, aparte de la intriga propia de estas historias y las numerosas secuencias de acción que Nakagawa filma con su exquisito gusto por la escenografía y la composición escénica (destacan las peleas en lugares naturales y esa concreta sobre los tejados de la ciudad), la forma que tiene éste de retratar, y sin concesiones, la maldad de los privilegiados.

Este retrato del Japón feudal no es distinto del que ofrecieron Inagaki, Mizoguchi o Kurosawa antes que él, quien nos ahoga en un clima que rezuma ambición y perversidad y que, conforme avance la historia será más palpable su presencia, acrecetándose una sensación de impotencia y desasosiego pues la escalada de violencia de los poderosos aplasta a los inocentes y entorpece a los personajes heroicos; el dolor es generalizado (no se libra nadie, ¡ni siquiera los animales!) y lo podemos sufrir en algunas secuencias devastadoras.
Cuesta creer que en su afán por destacar la crueldad de las clases altas, el guión retrate al shogun de forma tan benévola (su presencia es insignificante). Y es importante cómo Nakagawa deja que lo espectral penetre en la realidad sin escorar por entero el film hacia los terrenos del horror o la fantasía; el instante, terrorífico, entre Kagiya y el espíritu del trabajador, produce incomodidad más que fascinación (sobre todo por la causa que hacer emerger los fantasmal, que parece ser ese pobre gato...), pues se deja entrever que el poderoso sólo puede ser castigado por las fuerzas invisibles debido a la impotencia del pueblo llano (incómodo ya que nuestro deseo es haber visto a Kagiya castigado por alguno de los héroes...).

Sorprenden Masao Mishima y un joven Tetsuro Tanba encarnando a unos repugnantes y cínicos villanos (el primero, seguro, en el personaje más odioso de toda su carrera, y el segundo en uno de los más interesantes), mucho más que Hiroshi Ogasawara, un héroe nada ambivalente, Konomi Fuji o Kotaro Sugiyama. Siempre quedan las ganas de saber más sobre esa Shino a la que da vida la cautivadora (por su belleza y vitalidad) Akemi Tsukushi, pero esto no sucede (de hecho el personaje se olvida de repente y no sabemos nada más).
La muy pesimista visión del director se impone a veces al espíritu novelesco que en un principio se nos propone, pero poco tiene que ver esto con los hechos reales y la obra, pura aventura y drama feudal del más clásico, salpicada incluso con ciertas dosis de terror, acaba como una pequeña joya inclasificable, olvidada injustamente.



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EvilRaider

  • 6 Jan 2017

6


Antes de que este recordado director de cine de terror japonés revolucionara el Kaidan eiga con títulos que todos conocen (Jigoku aka Sinners of Hell), sus andaduras estaban estrechamente relacionadas con este tipo de films. No tan orientado a la temática de los fantasmas, esta historia nos presenta el típico conflicto heroico entre el bien y el mal. Comenzando y manteniéndose durante gran parte del metraje harto complicado entender qué está sucediendo (cuál es el propósito de todo lo que acontece a varios personajes o, mismamente, por qué está todo tan liado), los últimos 20-30 minutos hacen de válvula de escape a la complejidad propuesta, aclarándose las ideas.

La trama que como ya he dicho, resulta un tanto difícil de digerir, relata las pobres desgracias que le suceden a un ronin, una pareja humilde y los intereses de un clan poderoso. La película trata a la misma vez dos caminos, motivo principal de la dificultad antes comentada. Por una parte tenemos la disputa entre un rico comerciante (Kagiya) por tener a una joven muchacha, pareja de un joven y, todo sea dicho, prepotente carpintero. Y por otro lado están los intereses del jefe de un clan por apoderarse de los bienes de otro, urdiendo una trampa mortal en su castillo cuando vengan de invitados los altos cargos del otro clan a hablar de negocios.

Tras un generoso tiempo de metraje inicial reservado a la presentación de los personajes principales (que son varios) comienza entonces sí, la historia. Tenemos a un antiguo maestro espadachín que se protege su identidad bajo una máscara, al comerciante antes mencionado y su banda de malhechores, una joven posadera, el pobre ronin que se ha metido en un lío tremendo sin quererlo, la pareja del carpintero y el jefe del clan ambicioso (no creo haberme dejado ninguno atrás). La relación entre todos estos personajes es más que acertada y buenamente establecida, sacando una historia creíble, y transportando al espectador al escenario del siglo XVII que tanto se esfuerza el film por dar.

Un detalle curioso al que asistimos y puede no ser muy significativo para muchos, es la puesta en escena de los diálogos. Todos y cada uno de ellos dan lugar entre dos personas hablando durante un largo rato con una cámara que los observa atento (influencias del teatro Kabuki). Las actuaciones también corren el mismo destino, teniendo que simpatizar con ciertos automatismos y reacciones algo anti naturales (o gestos faciales). No es algo malo, ni bueno, para mí una curiosidad estilística bastante agradable. Pero lo que no veo normal son ciertas escenas algo ridículas (como la inicial) que pasan de ser reales sólo por mostrar a un personaje o sino, la excesiva resistencia que tiene nuestro ronin a la cantidad de palos que se gana el pobre. Asimismo la sobre actuaciones de los malos cuando se mueren dan mucho el pego, pero aquí no me voy a poner quisquilloso, pues es un film con sus años ya (60) y tampoco es cuestión de buscarle todos los fallitos.

Terminando me gustaría remarcar el vestuario como cualquier film antiguo, con esos ropajes tan orientales y esbeltos o las preciosidades que se hacían las mujeres con su pelo (recogido elegantemente cuando se trataba de la aristocracia o alto cargo y una simple cola cuando era pobre). En fin, detalles que aprecio y me gustan.

Por lo demás, “El techo de Utsunomiya” es una cinta que al poco de verla se va olvidando rápidamente por lo arriba comentado, de lo pesada que es no capta la suficiente atención del espectador.

Un 6.



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