Ficha El Salario del Crimen


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Críticas de El Salario del Crimen (1)




Mad Warrior

  • 30 Sep 2022

7



Elsa...enigma indescifrable envuelto en una capa de joyas, brillando por las más oscuras cuevas del submundo donde te arrastras, cual sibilina víbora, con tus aires de princesa mimada...que de seguro ya poseías cuando sólo eras una más de esas pobres rameras que paseaba por la Plaza de Ramales hasta altas horas de la madrugada esperando la suerte...ay, Elsa...

La suerte no es precisamente lo que acompaña a este tipo de damas, más bien el funesto rastro del infortunio, pegado a sus costosos tacones, que uno no puede saber a cuántos habrán pisado ya; los hombres no son nada ante ellas, se deshacen, las desean por el tesoro inalcanzable que simbolizan, una idealización diabólica e ignorante. ¨¡Las mujeres, don Mario, que pierden al más inocente!¨, sale gritando ¨El Adonis¨ de la comisaría, mientras su receptor comprende perfectamente, y nosotros también, el significado de esa frase, que pesa como un martillo...
Ese receptor es Arturo Fernández, de nuevo practicando su donaire áspero en otro título fundamental para la corriente de cine negro patrio, y por lo visto estuvo en todos ellos si uno echa un vistazo a su filmografía temprana. Título que iba a recoger lo anunciado por el género en años anteriores llevándolo a su amargo crepúsculo, pues estaba ya atravesando sus últimos estertores (mientras que su fuente original estadounidense no se sabe ya dónde estaba...); tras la cámara un heredero directo de Julio Coll, Juan Bosch, José María Forqué y tantos otros audaces que habían trasladado los códigos ¨noir¨ clásicos a una España aún ávida de cambios.

La verdad es que Julio Buchs García nunca fue un artista, pero sí un artesano solvente e interesante en todo lo realizado, incluso lo más mediocre; los primeros minutos de ¨El Salario del Crimen¨ así lo corroboran. En un escenario nocturno y de atmósfera en tensión, un grupo de traficantes está siendo vigilado por agentes ocultos en las sombras; elegantes claroscuros gracias a Antonio Macasoli, planos cortos y barridos con fuerza visual que subrayan la incertidumbre, violencia bruta y unos créditos al estilo europeo con vibrante banda sonora ¨jazzística¨ iniciados con el disparo de un arma...
Toda esta secuencia muestra un manejo sólido sobre el género y así la podría haber filmado cualquiera de los cientos de cineastas norteamericanos en su momento. Este impacto nos hace seguir al inspector Mario, devorado por la venganza, y Jaime (brillante Manuel Alexandre como contrapunto cómico a este ambiente tan negro), tras la pista del responsable de asesinar al compañero del primero, en una trama que se empieza a abrir con uno de los elementos más conocidos...pero la presencia de Elsa la para en seco; cuando asoma esta acomodada propietaria de una tienda de moda, el ambiente se sofistica de una forma cínica y ya nada es lo que parece.

La historia cambia, y la persecución del asesino queda en un telón de fondo que sirve de apoyo a la protagonizada por el policía y esta mujer. Encarnada por Françoise Brion, Elsa es otra ¨femme fatale¨ sin pasado ni futuro, y el guión (escrito a seis manos) la expone viviendo el presente disfrutando de las frivolidades de la clase media-alta, ese tipo de mujer que en el ¨noir¨ español reflejaba la influencia de lo extranjero y simbolizaba la perdición, al contrario que la abnegada y decente esposa clásica patria (de ahí que casi todos estos personajes-tipo fuesen interpretados por exóticas actrices extranjeras).
Lo interesante es que Mario, de quien tampoco se brinda una profundización psicológico-emocional demasiado elaborada, es que no responde a la acartonada descripción de sus homólogos una década antes; débil y sumiso, asistimos a su pérdida de moral debido a esa barrera que separa su humilde existencia del caro tren vida de Elsa, cuya superioridad socio-económica le humilla y destruye su hombría ganada a pulso como agente de la ley. Siguiendo el determinismo fatalista que imprimieron Lang en ¨Perversidad¨ y Siodmak en ¨El Abrazo de la Muerte¨, el madrileño construye una parábola de la corrupción irremediable.

Otro de esos grandes momentos del cine español como es el minucioso y original atraco por Mario, punto de inflexión en el argumento y en su carácter, vaticinado poco antes (con un accidente en una corrala). Queda la insatisfacción de ver a Brion presentada desde la distancia, como un objeto superficial y deshumanizado, pero se compensa con otro personaje: el repelente secretario del banco que personifica la total decadencia social y al que da vida Manuel Díaz González; sus escenas junto a Mario entre las sensuales chicas de compañía del pub donde se citan exhalan la esencia sucia y sudorosa del cine negro más puramente norteamericano.
Así avanza la historia: cada paso que da el protagonista, no distintos de los que daba Lancaster por culpa de las curvas de Yvonne de Carlo, es un peldaño más hacia la podredumbre moral, y desde luego irrita contemplar a Fernández sin ningún control de sus impulsos y subyugado totalmente al poder de atracción y a la morbosa belleza de la parisina, quien oculta más de lo que aparenta. Al otro lado José Bódalo, magistral, como la voz de la conciencia de Mario, la que intenta devolverle su dignidad, a menudo haciéndole viajar a su propio y traumático pasado.

Es quien mejor exprime la cruda naturalidad de los diálogos, que pareciesen escritos por el Fuller más inspirado, encajando de maravilla con el pesimismo aplicado por Buchs, por mucho que la propia película se empeñe en concederle la redención al protagonista, cuando ya se ha puesto al nivel de los criminales que persigue, en un clímax de suspense asfixiante y maestría artesanal tras la cámara que Phil Karlson envidiaría.
También lo consigue con creces en la mencionada secuencia de la cacería del sospechoso a través del patio interior de una comunidad suburbial. Y es que las carencias de ¨El Salario del Crimen¨, porque las tiene, no eclipsan su eficacia y poder para absorber fácilmente al espectador.



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