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Ficha Journey to the Shore


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Críticas de Journey to the Shore (1)




Mad Warrior

  • 27 Oct 2023

8



En algún momento sentimos su presencia. Llenan el espacio de una sensación extraña, a menudo incómoda pero a veces también apacible.
No los vemos reposar su cabeza en nuestros hombros, comparten el instante presente en lo que tiene de más fugaz y su aura se transmite alrededor, hasta impregnar en dicho espacio físico un estado de ánimo que el inconsciente comprende e interioriza...

Quizás sea un principio de aceptación de lo espiritual tan arraigado a la cultura japonesa que un occidental como yo es incapaz de entender. El mismo principio domina en la obra de la siempre sorprendente autora Kazumi Yumoto, quien ya desde su debut, “Natsu no Niwa“, captó la atención de todos y el éxito comercial (y más tras ser adaptada por Shinji Somai); con “Kishibe no Tabi“, publicada en 2.010, ésto se ejemplifica mejor que nunca, siguiendo los pasos de la viuda Mizuki en un viaje por todo Japón donde aprende la importancia de las huellas que los difuntos dejaron en los lugares que un día habitaron y otras personas con las cuales compartieron sus vidas.
Lo realmente emocionante es que dicha travesía es realizada junto al espíritu de su marido, Yusuke, muerto en el mar años antes. A lo largo de más de 200 páginas Yumoto sumerge al lector en una prosa que exhala una proximidad serena y delicada y logra concebir una realidad en la que la fina línea que separa la vida de la muerte se “rompe“ desde el gesto más natural o en la situación más cotidiana. Kiyoshi Kurosawa, para quien este tipo de escenarios no son desconocidos ni mucho menos, llega a la popular novela por recomendación de su amigo y productor Hiroko Matsuda, y así se involucra en uno de los proyectos más excepcionales de su carrera.

La razón es que se trata de su primer melodrama romántico, centrado por entero en el desarrollo de las experiencias vitales de una pareja; la autora ayuda en el guión, con la forzosa tarea de eliminar muchos capítulos, reducir otros, o incorporar momentos ausentes en las páginas. Lo que sí asegura un matrimonio perfecto es el interés de ambos por los mismos temas y la forma de enfocarlos; pero este es ciertamente un Kurosawa muy distinto. Cuando vemos a Mizuki en su cocina preparando los dangos de shiratama (que sirven de ofrenda a los muertos) la cámara se desplaza suavemente hacia una esquina...
Esta escritura en la que el movimiento lateral revela lo invisible a partir de un espacio tangible es la empleada por Mizoguchi en “Cuentos de la Luna Pálida“ y un gesto idéntico de aquella “Kairo“ (cuando Michi entraba al apartamento del fallecido Taguchi), pero la diferencia primordial en ambos desplazamientos está en la emoción que Kurosawa desea transmitir. Si en aquella obra de 2.001 el espíritu rezumaba desolación, desasosiego y pura amenaza desde la penumbra, ahora, en su visión contraria, se persona en escena con total naturalidad, consciente del espacio en el cual está penetrando y de los seres que le rodean.

Así Yusuke “pasa“ al plano de realidad de Mizuki y, gracias a ese carisma conciliador tan propio de Tadanobu Asano, su visita es recibida desde la amable aceptación. Es una visita tranquilizadora a partir de la cual el director elimina lo más distintivo de su cine: el misterio; en “Kishibe no Tabi“ no lo hay (porque rápidamente el marido informa a su mujer sobre su muerte), y trata la presencia de lo fantasmagórico a unos niveles muy diferentes de lo habitual (la paz, la calma, reina en las estancias), sirviéndose de sus habilidades en la puesta en escena para plasmar lo profundo de las emociones, que es el pilar de la historia.
Si en películas previas un zumbido abrumador reflejaba los ecos del más allá, ahora el sonido de las olas del mar rompiendo acompañan a los espíritus que se materializan en escena. Esta creencia tan oriental, la del agua ligada a la muerte, es otro de los elementos clave de la historia, e incluso tenía más peso en la novela (el pasaje del incidente de Mizuki, que de niña casi se ahoga en un río...); y como todos los personajes del cine de Kurosawa, la protagonista también se embarca en un viaje de aprendizaje y conocimiento, pero en lugar de realizarse a un lugar físico concreto y a partir de ahí hacia el interior del individuo, ella se desplaza sin cesar acompañada de Yusuke.

Significativo dicho “viaje a la costa“, que subraya la importancia vital de la presencia de lo fantasmal (el primer kanji de “kishibe“ (岸辺) se corresponde con el del equinoccio de primavera u otoño (彼岸), fechas en las que los muertos visitan a sus familiares), y cuya estructura episódica resulta más adecuada para el formato literario.
No así es inevitable sentirse arrastrado por la energía de Yusuke, quien parece encontrarse en una especie de misión, recorriendo aquellos lugares donde una vez trabajó y vivió y reencontrándose con aquellas personas que de algún modo u otro cambiaron su vida...

La estrella Eri Fukatsu, con la que Kurosawa ansiaba trabajar por su gran talento intuitivo, adquiere el rol de espectador, y nuestros ojos son los suyos. El 1.º de los tres arcos, o destinos, en que se divide el viaje, se da en la casa del anciano Shimakage, con quien Yusuke trabajó en su juventud, y al igual que la mujer observamos el entorno, en silencio, y aprendemos; pero no sólo ella puede comunicarse con el espíritu de su marido. Él, que ha adoptado una imagen corpórea y tangible, se relaciona con el espacio y recibe la respuesta tanto de los vivos como de los muertos que circulan alrededor de éstos sin tan siquiera sospecharlo.
Ateniéndose a los tonos apagados y suaves del genio operador Akiko Ashizawa, Kurosawa nos imbuye en un ambiente de ligereza casi neblinosa, y pareciera que desfilamos a lo largo de la estela espectral de un sueño, mientras Yumoto nos enseña que estos espíritus aún tienen deudas pendientes, temores no superados que les siguen reteniendo en una realidad a la que ya no pertenecen pero por la cual se deslizan silenciosos, al tiempo que se concede la mayor de las atenciones a los objetos más triviales, pues como sus dueños éstos también poseen una historia personal (ya sea un piano, unos recortes de flores o una sartén...).

El arco de Fujie, dueña de un restaurante, contiene el momento más conmovedor de la filmografía del director. En él Mizuki también actuará de conexión entre el mundo de los vivos y los espíritus gracias al piano; con la pequeña Mako interpretando la “Armonía de los Ángeles“ de Johann Burgmüller, aquél atraviesa ciertos registros sensibles y su talento único para la elaboración de las atmósferas y la puesta en escena alcanza unos niveles de intensidad dramática como nunca antes. El 3.er arco, y el más largo, se desarrolla en un pueblo en el que Yusuke daba clases a los lugareños (durante este viaje también se desentrañan aspectos de su vida que su esposa no conocía...éste el mayor misterio del argumento).
Aquí, a partir del drama familiar de Kaoru, entrarán los fantasmas y los vivos en conflicto por culpa de los deseos incumplidos y la negación a la muerte, y se muestra el sufrimiento de aquellos que aún no han logrado cruzar al “otro lado“, dándose otra de las escenas memorables de la película (la más inquietante, en pleno bosque, actuando Yusuke de conciencia redentora para el marido fallecido de Kaoru). Finalmente, con el protagonista asumiendo el rol de divulgador cósmico-espiritual ante el pueblo, se nos alecciona sobre el valor que poseen las almas de los muertos en la naturaleza del Mundo, las cuales, como todo elemento vivo, en modo alguno son vacíos por el mero hecho de no existir de manera corpórea.

Kurosawa, durante este tramo, consigue una extrañamente fascinante comunión entre el entorno natural, la cotidianeidad rural y las grietas por las que los espíritus entran a habitar en ella y convivir con las gentes, figurado siempre en la existencia del agua (en este caso la gruta de la cascada, una entrada al “otro lado“).
Es una atmósfera casi bucólica, de enigma místico, pero adornada en su belleza etérea con cierto tono de melancolía, a veces de premonición, amenaza y curiosidad por lo desconocido, que recuerda a la también expresada por Akira Kurosawa entre aquellos paisajes campestres de su “Rapsodia en Agosto“.

El director, que se estrena en el formato CinemaScope, captura el alma de la obra de Yumoto a través de la inmensidad de los escenarios, exteriores e interiores, y esta vez no los ahoga en tinieblas, los inunda de una luz suave, mientras sus largas tomas registran un espacio sugerente, de una sensibilidad dulcemente inquietante en cada de uno de sus instantes climáticos, adornados con la orquesta emocionante de Naoko Eto y Yoshihide Otomo, inspirada por los melodramas clásicos de Douglas Sirk.
A pesar del tan molesto paréntesis entre el 2.º y el 3.er acto, ausente en las páginas y que quiebra el tono general (el repentino duelo entre Mizuki y la otrora amante Tomoko, donde se sugiere un símil entre los fantasmas y la condición de la esposa japonesa, retirada del resto del Mundo en el seno del hogar...), el film triunfa a nivel nacional e internacional, en especial en Francia, y es galardonado en Cannes. Con la costa de testigo mudo habiendo alcanzado Yusuke por fin la paz eterna, el viaje concluye...

Y podemos afirmar que Kurosawa obtiene todo un logro en su obra, eterno, atemporal, como su universo.



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