Ficha El Silencio De Un Hombre

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Críticas de El Silencio De Un Hombre (4)




bigladiesman

  • 24 Aug 2022

9


Jef Costello es un elemento criminal muy poco común. Metódico, poco hablador, con un aire siniestro y extremadamente perfeccionista, se pasea por el París pre-Mayo del 68 con una gabardina y un sombrero pasados de moda y sigue al dedillo, aunque ello a veces le perjudique, un código del honor parecido al que podría tener un samurái (aunque no parece probable que conozca el Bushidō. El tipo es así ya por defecto).

Brillante Alain Delon como ronin del S.XX. Su Costello es extremadamente apuesto, temiblemente imperturbable y retorcidamente honesto como muy pocos criminales pueden ser. Eso sí, traiciona su confianza y estás muert@: irá a por ti sin alardes pero te encontrará (por supuesto, es lo que le hacen los que le encargan el asesinato que inicia la trama). Al final del día, su único amigo es un camachuelo que tiene de mascota.
Su némesis principal es un anónimo inspector de policía interpretado por uno de los grandes secundarios del país vecino: François Périer. El inspector también es un hombre muy metódico pero elige métodos prácticos y adaptados a las situaciones: un auténtico pragmático (¨Yo no pienso nunca¨, dice): puede ser gentil, irónico, amenazador, tramposo, geek de la tecnología [de la época]… Es de algún modo tan admirable como Costello en su disimulado entusiasmo. Y como un Javert del S.XX piensa atraparlo por muchas coartadas que le eche.
Dos importantes papeles femeninos corren a cargo de la esposa de Delon, Nathalie, como amante casada de Costello, acosada constantemente por el inspector y de la belleza caribeña Cathy Rosier como una anónima pianista de jazz de mirada entre fría y triste que se enamoró del asesino profesional a primera vista - la atracción parece mutua - e intenta protegerlo.

Jean-Pierre Melville dirige y co-escribe junto a Georges Pellegrin (gran especialista en cine policiaco con montones de películas muy populares en su haber) esta adaptación de una novelilla de la dranamaturga canadiense Joan McLeod, proponiéndonos un neo-noir con una ambientación extremadamente cuidada y colores fríos, y lugares lúgubres; como si pretendiera ser una peli en blanco y negro (brillante trabajo de fotografía del histórico Henri Decaë). El ritmo es pausado, tan metódico en mostrar los entresijos del mundo criminal y de las pesquisas policiales como si el mismo Costello fuera el director. Y todo es extremadamente verosímil, acercándose al cinéma vérité. La música, una sola pieza del compositor François de Roubaix que además se oye poco, es muy de la Francia de la época, similar a lo que iban haciendo Michel Legrand o Francis Lai: una combinación de jazz y piezas sencillas, líricas y melancólicas que incluyen lo que parecen primitivos teclados electrónicos.

Un noir con personajes peculiares que cubren todos los cánones del género, sumado a un excelente aspecto técnico y una trama absorbente de inicio a fin. Constiuye una pieza imprescindible de la mejor época de Alain Delon, en que nos dejó un montón de excelentes noirs (este mismo, Adiós amigo, El clan de los sicilianos, Crónica negra, Círculo rojo, entre otros) y unas cuantas pelis de culto para bien o para mal (Sol rojo, Scorpio, Verano indio, El Zorro).



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MIXX

  • 20 Aug 2021

8


La soledad de samurai solo es comparable a la de un tigre en la jungla.
Costello es un asesino profesional frío y, establece una coartada con la ayuda de su amante.

Muy buen thriller de J.P. Melville con el gran Delon como asesino inexpresivo.
Película con una excelente fotografía tan metálica y fría como una pistola.
Aunque conserva su toque francés esencial y desarrolla un estilo más cercano al mundo del cine negro estadounidense de los cuarenta que cualquiera de sus otras incursiones.
Excelente película y muy recomendable.



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Mad Warrior

  • 28 Feb 2020

9



Cae la lluvia con suavidad sobre el asfalto. El hombre sale del edificio, ataviado con una gabardina con el cuello alzado y un sombrero marrón, observando lentamente a un lado y a otro de la calle, por la cual cruzan vehículos y peatones que ni siquiera advierten su presencia.
Va a cumplir su misión: matar a otro hombre...

Puede que no sea una secuencia tan espectacular como otras que hallaremos a lo largo de este film al que el tiempo le ha concedido el título de obra maestra, pero en lo que mí respecta es un momento que se me quedó grabado en la retina: un escenario frío y gris hecho a medida para el individuo que lo atraviesa como si de un espectro se tratase, conducido hacia una situación que dará un vuelco a su existencia, pero una situación que él enfrenta con la más estoica serenidad y aplomo. Es un momento que podría resumir toda la película y también el género en el que ésta se enmarca.
Es el llamado ¨polar¨, el moldeado por cineastas franceses a partir del clásico cine negro, aquel importado desde las tierras estadounidenses décadas antes, pero dejando en sus creaciones un sello característico con el que se distanciaban del modelo al que rendían tributo; a finales de la década de los 60 podrían destacarse varios nombres dentro del policíaco francófono, como los de Alain Cavalier, Jacques Becker o Claude Chabrol, aunque sin duda sería Jean-Pierre Melville el elegido por muchos, un director y gran amante del 7.º Arte que ya imprimió una estética y forma propias en las monumentales ¨El Confidente¨ y ¨Hasta el Último Aliento¨.

Tras formar grandes colaboraciones con Lino Ventura y Jean-Paul Belmondo, aquél se uniría por primera vez al famoso Alain Delon en ¨Le Samourai¨, definitiva consagración de su universo ¨noir¨ que escribiría junto a su asistente de dirección Georges Pellegrin (supuestamente basándose en una novela de Joan McLeod) y que decide abrir en un largo plano fijo que nos sitúa en una habitación casi vacía de grandes ventanas donde el olor a humedad, madera vieja y tabaco satura la atmósfera. Un hombre reposa en la cama, sobre él una sentencia: ¨no hay mayor soledad que la de un samurái salvo la de un tigre en la jungla...quizás¨. Queda resumida la historia.
Él es Jef Costello (un alias, un nombre ficticio con el que Melville homenajea al ¨noir¨ americano) y su profesión es la de asesino a sueldo. El apartamento en el que mora es el reflejo de su alma, el pájaro enjaulado es el reflejo de su condición. El director sigue los pasos de su ¨héroe¨, que llevan hasta un asesinato cometido en un club del que varios clientes han sido testigos, puliendo así los ásperos trazos de un policíaco que sobre todo se basará en la encarnizada cacería de un hombre, pues resulta que este implacable y concienzudo asesino se ha convertido en víctima de sus propios métodos dejando tras de sí una tremenda sospecha para la policía y una duda irreparable en los individuos que solicitaron sus servicios.

Dos facciones que operan según métodos similares por un Melville que no hace distinciones entre aquellos que dicen defender la ley y aquellos que operan al margen de ésta; así queda retratado París por el director, como un lugar tan brutal y gélido como los seres que habitan sus oscuras calles y que se mueven entre las sombras y el humo de los pubs y las casas de juego. Costello es uno de esos seres, lacónico, amargo y del que jamás se nos permite averiguar más de lo necesario (como ocurre con los demás personajes), sintiendo no así esa inquietud que le domina desde lo más profundo por respetar y obedecer el código de honor con el cual ha de guiarse en el éxito de su misión, cual samurái del Japón feudal.
Melville concede el mismo peso al jefe de policía encargado de su captura, que no duda en remover los infiernos para atraparle aunque eso suponga echar por tierra todo principio de ética; a lo lejos dos mujeres, y perfectos negativos: una es el apoyo para las misiones de Jef aunque nunca para despertar la calidez de su frío corazón, la otra una ¨femme fatale¨ silenciosa y de aspecto inocente implicada en el caso. Acusadores y clientes acorralarán sin cesar a un Jef que, observando cómo de fácil resulta quebrantar el respeto y la honestidad, buscará venganza invadido por la desconfianza y el temor de todo aquello que se mueve a su alrededor.

Entre tanto, y como le ocurría a Kubrick en ¨Atraco Perfecto¨, Melville insiste de forma obsesiva en precisar el transcurso del tiempo (en realidad una cuenta atrás hacia la muerte aunque ni el protagonista ni nosotros lo sepamos todavía) sin hacer uso, no obstante, de innecesarias elipsis temporales, con el objetivo de sumergirnos en el frenesí de una persecución que cumple con todos los requisitos para ser conducida hacia un desenlace trágico que ya desde el comienzo parecía insinuarse. Porque no exite salvación posible según la lógica del duro universo creado por Melville, ni mucho menos para un solitario al que acompañan los más negros reveses del destino a cada paso que da.
Ese último tramo, en el que Jef será presa del herméticamente cíclico devenir de la existencia (repitiéndose todos los pasos dados al inicio del film) lo pone de manifiesto, así como la sorpresa de rostro al ser abatido en última instancia. Convirtiéndose en el héroe ¨mevilliano¨ por excelencia, Alain Delon no precisa de muchas frases para hipnotizarnos con su magnética presencia, dada por su apuesta figura y ese talento innato con el que lo expresa todo sin expresar nada; a la alargada sombra de éste, un impagable François Périer y su extensa colección de expresiones y verborrea como contrapunto al impertérrito rostro de Delon, la preciosa Nathalie Delon, esposa de éste, y una enigmática Caty Rosier.

El cine negro, cuyos aromas, colores, sonidos y atmósfera se nos impregna desde el primer minuto, desciende a los abismos de su propia imaginería en este ejercicio minimalista, romántico pese a su dureza, elegante en su aspereza e intenso en su pausada puesta en escena.
Melville, apoyado por la magnífica fotografía de Henri Decae, crea una poética descorazonadora sobre la soledad, la violencia, el honor y la aceptación de la fatalidad del destino que se posiciona en la cima de su carrera y del género contra el paso del tiempo, influenciando con ella a numerosos cineastas y títulos futuros que la imitarían hasta la saciedad (desde Tarantino y John Woo pasando por Jim Jarmusch, Michael Winner, Nicolas Winding Refn o Johnnie To a Walter Hill y su film ¨The Driver¨, excesivamente similar al que nos ocupa).

Pero su belleza jamás, jamás, sería igualada.



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gery

  • 15 Feb 2013

7


Si Don Dinero, uno de los dioses más poderosos, pudiera observar lo bien que utiliza la especie humana sus principales mensajes subliminales (avaricia y mezquindad) quedaría más que pasmado. En cualquier ciudad francesa de los años sesenta, podría haber visto que la corrupción y la deshonestidad abarrotaban cada una de las calles y, en parte, por culpa de los hombres vestidos con gabardina y sombrero y conductores de la marca Buick Limited Touring.
Don Dinero no pudo ver esos entrañables paisajes, pero sí lo hizo –o al menos su imaginación le concedió tal privilegio- Jean-Pierre Melville. Cineasta francés creador de la ‘nueva ola’ y claro exponente del cine negro, que a los pocos años de dirigir Le doulos (El confidente) y Le deuxième soufflé (Hasta el último aliento), se basó en la novela de Joan McLeod para crear una película de gángsteres en mayúsculas.

La trama nos cuenta como Jef Costello (Alain Delon) –un matón a sueldo- sufrirá serios problemas a causa de un error a la hora de llevar a cabo uno de sus encargos.

A priori, un argumento sencillo y no demasiado enrevesado. Empezando con un ritmo lento y tranquilo en el que se muestra el desarrollo de cada uno de los personajes. Sin embargo, a causa de los malignos hechos de las personas que forman parte del núcleo de “amistades” del protagonista, la calma terminará transformándose en un ciclón de suspense. A partir de entonces, la trama empezará a rebuscarse y a hacerse más misteriosa e intrigante; en parte, gracias a los subtemas que se crearán durante el nudo del film.

Además del buen transcurso de escenas, otro de los puntos fuertes de la película es el hecho de poseer una ambientación extraordinaria. Unos exteriores que transmitirán el supuesto horror que debía de sentir la mujer de cualquiera de esos hombres con gabardina y sombrero a la hora de pisar la calle para ir a comprar el pan. Y unos interiores clásicos del estilo mafioso –cabaret y timbas ilegales siempre rodeadas por una intensa nube de humo-.
Los correctos decorados fueron invadidos por un reparto de actores consistente. Las apariencias físicas de Alain Delon –y obviamente su estilo interpretativo- plasmaron al detalle al tipo de hombre que se buscaba. Le tocó dar vida a Jef Costello, un joven criminal con cara de buen niño. Y acompañado estuvo por su bella novia Nathalie Delon, con un papel antagonista que sirvió de gancho para que se iniciara un triángulo de opiniones con unos subtemas relacionados. Los dos lograron unas correctas interpretaciones; a destacar la desfachatez con la que ambos se mostraron ante unos primeros planos que hacían resaltar los sentimientos más ocultos de un hombre al que no le importaba acabar con una vida humana, y una mujer que dejaría clara su opinión sobre si el amor y la mentira podían ser compatibles.



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Críticas: 4


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