Ficha Infierno 36


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Críticas de Infierno 36 (1)




Mad Warrior

  • 20 Apr 2023

7



Triste mundo si un policía muere en un lugar extraño. Este discurso, bastante comprometido, aparece en mitad de un interesante momento en dos carreras cinematográficas separadas que van a chocar con furia.

Por un lado un Don Siegel a quien faltaba poco para cumplir una década dedicada a la dirección, eficaz, artesanal e inteligente, y siempre dentro de la humilde serie ¨B¨, ese rincón apartado de los grandes estudios donde más cómodo y libre se sentía, pues además podía dejar impregnado su sello en todos los géneros; por otro lado una Ida Lupino cuya vida privada y profesional ya era objeto jugoso de tertulia, en especial por culpa de su convulso matrimonio con Howard Duff. Sus agresivas peleas en lugares públicos condujeron a un acuerdo previo de separación que no se materializó; la pareja se mantuvo junta, pero no en paz, a lo que se había sumado los problemas de financiación de su pequeña compañía.
En este ambiente algo turbulento la actriz y cineasta, que ya había pasado a la Historia por ser la primera mujer en ejercer ambos roles en el cine americano, prepara una producción, de nuevo de ribetes policíacos, en colaboración con su socio y ex-marido Collier Young, dejando a su actual marido de protagonista. Tal vez fuera esa reticencia a darle órdenes tras la cámara, pero esto la llevó a acercarse al de Illinois, a quien admiraba (ella misma, en su rol de directora, se había declarado ¨la Siegel de los pobres¨), en lo que él posteriormente recordará como una experiencia nada agradable.

Pero si algo podemos disfrutar en ¨Private Hell 36¨ es de su sello; nada más comenzar, incluso antes de aparecer los créditos, técnica propia de las series de televisión, la acción se nos abalanza: ya hay un escenario, un asesinato, un culpable, un elemento que dominará la trama. Todo eso en menos de un minuto. La energía ciclónica de este director para arrastrarnos a la intriga es algo único, y ya se sucede la primera de las muchas trampas, o más bien desviaciones, del guión escrito entre Young y Lupino. El móvil, subrayado por el narrador, un maletín lleno de dinero falsificado, será el detonante de los eventos...
Pero ahora está lejos de los ojos del espectador y de los protagonistas, una pareja de policías, Farnham y Bruner (Duff y Steve Cochran), en la más rancia y estoica tradición del género. Durante toda esta primera parte no vamos por cauces desconocidos, siendo la historia un episodio de cualquier serie de la época al estilo ¨Dragnet¨, ¨The Man behind the Badge¨ o ¨M. Squad¨. Siegel es directo y crudo en la violencia y los diálogos rezuman frescura y mordacidad (lógico, con un ayudante como Sam Peckinpah trabajando en ello). Saltamos de pista en pista, de sospechoso en sospechoso, procedimientos de manual, despachos, pubs y patear las aceras.

Y resulta acertado hacer algo de hincapié en la vida privada de esos agentes, siempre lidiando con la muerte, y sus esposas, temiendo recibir un día la llamada del comisario. Pero entonces aparece la propia Lupino en un álter-ego muy mal disimulado y llamada Lilli; y nada más encontrarse saltan chispas con el personaje de Cochran (de algo les valió ser amantes furtivos en la vida real...). La británica sabe posicionarse como la cantante de un club, misteriosa, dura y resolutiva, que planta cara a los policías, y que además es el puntal que sostiene el argumento, pues sólo ella conoce la identidad del ladrón del dinero falsificado y que ahora circula por todas partes.
Tendremos que esperar mucho hasta el nuevo desvío, el más importante, pero el director nos absorbe sin problemas en el corazón del suspense, haciendo buen uso del ritmo, el montaje y la rapidez con que se salta en el tiempo y el espacio. De repente, la fatalidad todo lo voltea. ¿Dónde se fue la trama? La trama es humo, igual que la figura del villano, que desaparece dejando sólo el dinero. Los ojos de ambos agentes revelan un brillo extraño; uno (Farnham) tiene el peso de una familia y un hogar que mantener, el otro (Bruner) parece haber encontrado a una dama demasiado ostentosa para su humilde sueldo.

Y se produce la quiebra. Difícil de encajar en una producción de comienzos de los 50, pero Young y Lupino se adelantan en años al tratar el desmoronamiento de la ética, de la decencia, en el espíritu de un policía cuando la presencia del dinero tira más que el buen deber. Sin embargo (¿para evitar problemas con la censura?), uno de los dos mantiene firme sus principios, y es el menos indicado para hacerlo; al final la frustración y continua tensión de Farnham se debe a que su compañero se atrevió a hacer lo que él sólo había soñado. Entre estos extremos que confrontan la moral, y pronto rasparán la amistad, se hallan ese sagaz capitán siempre a la caza de una duda (magnífico Dean Jagger) y cómo no Lilli.
La instigadora, podríamos decir. Esa progresiva pérdida de valores que devora a Bruner es una de las ideas más audaces que se podían tener en aquel momento, desmitificando la figura leal y decente del policía, sobre todo el televisivo, no obstante Lupino concibe su personaje unilateralmente y queda como lo que ya se intuía: una mujer caprichosa y temperamental. ¿Fatal? Podría, pues incluso cuando ella decide renunciar a su vida de lujos, su gusto por la codicia ya ha quedado impregnado en el ambicioso Bruner.

La distancia está de hecho muy bien planteada: ese joven agente como un descarado y fanfarrón, el padre veterano como un hombre recto e inquebrantable. Estas obviedades, sobre todo el que la mujer termine corrompiendo inconscientemente al agente, no hacen hincapié en lo que debería haber sido una ambigüedad más pronunciada y retorcida.
Pero con una mirada descarnada y lúcida, Siegel y Lupino se adelantan en décadas a lo que nos ofrecerán ¨Asuntos Sucios¨, ¨Teniente Corrupto¨, ¨Infernal Affairs¨, ¨Serpico¨, ¨En la Cuerda Floja¨, ¨Falsa Seducción¨ y otros relatos donde la policía no es precisamente la perfecta imagen de la bondad y la decencia que debería proyectar...



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