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Diástole
(Emilio Bueso)

por Javier Bocadulce
Puntos: 9

Permítaseme la acuñación de un término nuevo: vampiroflexia, porque son muchos dobleces tras los que se oculta una magnífica novela.

Un pintor que ya no pinta, acabado en su triste juventud dispersada por las drogas, en cuyo remolino sigue inmerso, recibe un extraño encargo por parte de un supuesto rico hacendado, a través de un intrigante intermediario : Quiere ser objeto de un retrato por su parte. Acceder a la vivienda del extraño le costará algún chute recomponedor en mitad de la nada, en medio de la oscuridad, y en la soledad más absoluta de una carretera secundaria, por la que le acompaña su viejo vehículo, un Talbot Horizon, tan pesaroso y achacoso como su propio y devaluado corazón. Lo siente y trata como a un amigo, como una parte más de su misma alma; es lo único que le queda en su triste existencia: avanza si él lo hace, y se muere si él desfallece.

Que un extraño adinerado, como Iván, encargue a un pintor desconocido y yonki, un retrato expresionista en un delirio surrealista de confianza ante quien no conoce en persona, y que lo haga denotando la firmeza de quien sabe que sus deseos son órdenes cumplidas, se convierte en el primer dato preciso - junto a la descripción del sórdido ambiente, crespuscular y sepulcral en el que habita el personaje de Iván - que nos lleva a considerar a Iván como lo que es, si la portada del libro no nos lo ha dejado suficientemente claro.

No importa tanto que intuyamos tan pronto qué es Iván. Interesa más el proceso de descomposición física del protagonista, Jerôme, el pintor, al compás de la realización desestructurada del retrato encargado. La dialéctica de Emilio Bueso se pasea entre tópicos reconsiderados y rehabilitados, bajo un tratamiento que los remoza entre los más diversos registros estilísticos, que se compenetran de maravilla y nos ofrecen, nunca mejor dicho, un bello cuadro que embelesa hasta en las consideraciones de temática más pútrida y deshonesta.

Iván es un personaje de modales firmes y correctos, a la vez drástico, correoso, entumecido y dictatorial...es el alter ego de Jerôme. Iván retiene a su lado varios reflejos de su sombra de tenebrismo: su asistente Dimitru, una especie de Igor; dos lobos que son como dos pozos secos de insondable oscuridad, tan inertes como una piedra; y la sombra amarga de Ksyusha, el eslabón oculto que conecta los sinsabores de la "no vida" de Iván. No esconde datos que perfilan su personalidad vampírica. Se diría que los lanza abiertamente, confiado de estar ante un igual, debido a las circunstancias. Ambos ansían una droga, diferente en cada caso.

Jerôme, envalentonado a golpe de chutes; afligido la mayoría de las veces, resignado, derrotado y cadáver en vida, es otro tipo de vampiro, un vampiro muy mortal al que el "mono" se le aparece como una eternidad indeseable.

El retrato expresionista que se dispone a ejecutar Jerôme, va madurando a golpe de historias contadas por Iván sobre sus andanzas vitales. Se diría que las fuerzas talentosas que huyeran de los pinceles de Jerôme por mor de las drogas, regresan cargadas de magistral estética acunadas por las embriagadoras palabras de Iván, y se desparraman con inusitada fluidez sobre el lienzo.

La novela aparece estructurada en un plano de cuatro jornadas, cortadas por el mismo patrón de la nocturnidad; aunque, en un alternativo juego de luces y sombras, días y noches, la luz y las tinieblas parecen fundirse con facilidad. La noche es el color de los monstruos, si bien el día alberga los interludios que Jerôme utiliza para describirse como una bestia diurna que alcanza el sosiego en las jornadas pictóricas nocturnas, en la mansión de Iván. Del mismo modo, se nos acaba sugiriendo que un cuadro es un organismo vivo, tiene cuatro fases: nacimiento, adolescencia, madurez y vejez/muerte. Parece como que la expresión "vivir son cuatro días" alcance en la novela una contundencia más expresiva que nunca.

La prosa de Bueso es rompedora , con elementos poéticos escanciados desde lo lúgubre y lo soez hasta lo anecdótico y humorístico. Las historias emocionantes y tortuosas narradas por Iván, van llenando de sangre la creatividad de Jerôme, auténtica diástole pictórica; se llenan los "pinceles-corazones" de savia humana para retratar al vampiro en cuatro pasos, como es de rigor, según Iván, en el arte, desde el principio de los tiempos. Su vida relatada es un "pico" al que se deja enganchar Jerôme; es como si el veneno que emponzoña el alma del vampiro - que debió sobrevivir en lo más sórdido de las inmediaciones inhabitables de un Chernóbil radiactivo y apocalíptico, enamorado de una mujer que sería su perdición, y huyendo del régimen soviético-, fuera elixir de vida para Jerôme. La ponzoña relatada viene a suplir a la ponzoña de la droga, y deja la sangre del pintor para mejores menesteres.

Es una novela que indaga en la honestidad de lo ambiguo, en la irritabilidad de lo finito, en la colisión de los opuestos; en cómo, tras la fricción, lo bueno no lo es tanto, y no vemos lo malo con ojos tan pesimistas. La sinceridad se embala para ocultarse de la decencia, y la crueldad se viste de bonhomía. A veces, los opuestos están muy cercanos, tanto como para mimetizarse. Para conseguirlo, Bueso no se ha perdido en descripciones al uso. Los rasgos de carácter de los personajes son como trazos esbozados con un pincel malsano, que capta tan sólo la hondura de sus sentimientos, despreciando los matices superficiales que poco puedan aportar a la tensión narrativa. Pululan por la obra amores que se rompen como agujas de cristal, odios que refulgen en miradas sin brillo, hombres-basura que no se retractan de serlo y la realidad de fondo, tan funesta como lo imaginario, mezclándose en una paleta de sensaciones ilimitadas para conjugarse en la creación de una obra de previsible perdurabilidad.

Se produce un cruce de interferencias entre la atracción y la repulsión. La droga, la toxicidad química, el amor, el odio, la traición y la amistad están bullendo alocadamente en un baile macabro dentro de una olla metafórica, hirviendo, a punto de desbordarse con tan untuoso caldo. El equilibrio de tantos ingredientes opuestos entre sí es el acierto que alcanza el buen narrar de Bueso, convirtiéndose definitivamente, y para sus rivales literarios, en un auténtico "Bueso" difícil de roer.

En conclusión, Bueso no escribe, sino que pinta una novela, llena del abigarramiento más abstracto que se desprende de unas vidas echadas a perder por los malos encuentros, pero también por el ineludible destino, que envuelve a los protagonistas en un bucle mareante que no parece tener fin.

Una lectura muy recomendable y, me atrevería a decir, exigible para los amantes del género.


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