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El Ocupante
(Sarah Waters)

por Javier Bocadulce
Puntos: 7

Hundreds Hall...El símbolo de la grandeza perdida, una novela de ausencias, pérdidas y derrotas. La mansión señorial, de corte victoriano, cuyos muros se vencen bajo el peso de un estilo de vida que desaparece a marchas forzadas. Símbolo de la decadencia de una estructura social en la que los estamentos eran muy sólidos. Ahora, la clase media emergente, devora a los últimos y antiguos señores aristócratas.

Tengo que confesar que la portada del libro presentada por Círculo de Lectores influyó mucho en mi decisión de comprar esta novela, digamos - para mi sonrojo - en un 60%, por encima de la atractiva sinopsis que me prometía una placentera lectura plagada de fantasmas, a través de brumosos parajes británicos, festonados de caserones palaciegos y tétricos castillos.

Nada más lejos de lo imaginado. Si alguien espera que, al zambullirse entre las páginas de este libro, va a descubrir a una escritora entregada de lleno al despiece y a la charcutería más morbosa, me temo que yerre. No obstante, todo parece fantasmal en EL OCUPANTE, por contra: es fantasmal el abolengo predicado y la clase perdida por los habitantes de la mansión británica en la segunda posguerra mundial; es fantasmal el deseo del doctor provinciano, de origen humilde, que se enamora de la fea hija con carácter, de la familia dueña del caserón. Y son fantasmales las apariencias que han de mantener a capa y espada; fantasmales los esfuerzos por evitar el derrumbe de la casa y, por ende, de la jerarquía social...todo como el engranaje del relato, con su paso suave sobre las situaciones, como el liviano roce de las caricias de un fantasma. Tétrica es la casa, así como la vida en su interior, donde señor y siervo parecen confundirse en un solo plano.

La verdad es que llevaba leídas unas doscientas páginas de las quinientas de extensión del libro, y estaba a punto de ceder ante el aburrimiento; pues, si bien, la calidad literaria es más que notable, e incluso el desarrollo de los personajes, muy bien dibujado pese a su extraño retraimiento, no obstante, no hallaba por ningún lado presencia sobrenatural alguna; lo más sobrenatural parecía más bien marcado por su propia ausencia. Pero me sobrepuse con paciencia y, poco a poco, vi desgranada la singular pericia con que la autora, Sarah Waters, se iba haciendo con el control, de forma suave, paulatina, como sin querer hacerse notar, destilando una prosa con detalles sombríos de primer nivel, engrandeciendo una historia que, progresivamente, se centra en unas magníficas descripciones creadoras de una atmósfera opresiva , manifiesta en ruidos extraños de apariencia inocua; pero que permiten al lector inmiscuirse de lleno en las situaciones y plantearse el dudoso origen de tan anómalas circunstancias.

Así pues, en la lectura de este libro he podido pasar por dos fases. La primera casi consigue que me apartara del mismo. El punto álgido fue el momento en que Sarah Waters simula que va a obsequiarnos con una ñoña historia de amor como hilo conductor, y que la parafernalia macabra es un mero guiño; pero no permite la autora que naufraguemos en esa creencia, al introducirnos en una cambiante inconsistencia que lo abarca todo: las relaciones, los objetos, las historias, creando una especie de humo fantasmal. Pero esa inconstancia no es sinónimo de falta de argumentos por parte de Sarah. Y ahí comenzó mi segunda fase lectora. La supuesta carencia de ritmo forma, más bien, parte de un plan trazado como una tela de araña que envuelve tanto a los personajes como al propio lector, creando una atmósfera virtual inestable, flotante, de modo que todo cuanto sucede a la vista podría considerarse fantasmal, evanescente o inexistente.

Si nos atenemos a los precedentes literarios de Sarah Waters, obsesionada con tratar el tema del sexo, siendo autora de una tesis sobre lesbianas, sorprende con EL OCUPANTE, pues se desvincula de sus hábitos; es como si otro la hubiera escrito, tal vez un fantasma de su creatividad.

En definitiva, es una novela que crece, va a más a lo largo de sus páginas. Sarah Waters no es M.R.James, pero sí parece amoldarse a sus postulados en el acercamiento como de puntillas a las situaciones, la ambientación moderna y en lo malévolo de la supuesta presencia ectoplasmática. Es un terror más sugerido que constatado. Si Sarah, un día, decide volcarse en el género de terror, le auguro un éxito mayúsculo, pues su habilidad creando ambientes opresivos es insultante.

Ficha del Libro


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