El Palacio de la Noche Eterna
(José María Latorre)

por Javier Bocadulce
Puntos: 5

Kensfield es una localidad inglesa, afincada en la monotonía de un enclave que, aunque urbanita, se nos presenta tranquilo y apacible. Christopher, el protagonista del relato, mientras se relaja sentado a las puertas de un bar, es informado del regreso de la familia Mortimer, una rica, extraña pero apreciada saga de personajes- en teoría - que emigró hace 10 años a Suráfrica. Christopher ha de hacer memoria para recordar al amigo que dejó de ver a los diez años, el pequeño de los Mortimer y que, a su regreso, extrañamente, no se ha puesto en contacto con él. Thomas, hijo del dueño del bar es quien le informa, pero lo que le cuenta no puede ser más intrigante: dice haber divisado, a cierta distancia dos desdibujadas figuras oscuras, bajando de un coche igualmente negro en las proximidades del viejo palacio de los Mortimer., por supuesto, ubicado en las afueras, rodeado por un bosque descrito por Latorre con todas las características inquietantes de los paisajes neblinosos.

Christopher acompaña la nostalgia con la certeza de que ya no será lo mismo. Le extraña que Thomas no hubiera mencionado a la madre del chico. De todos modos, Christopher ya tiene bastante con sus problemas. Estudia cuando puede, pues ha de hacerse cargo de la enfermedad de su hermana Judy, tras la muerte de sus padres. El aspecto de su hermana es muy desmejorado - casi como un vampiro...-; su cuidado, una tortura económica, y no vendrá mal el dinero extra que les va a procurar la presencia de un extraño individuo que se presenta ante la puerta de su casa, respondiendo al anuncio de alquiler de una de sus habitaciones. El individuo, flaco, pálido, esquelético...casi vampírico, diríamos, está conforme con lo que le ofrecen. Responde, cómo no, al tópico y ambiguo personaje que en las películas de vampiros puede concordar tanto con las características del chupasangre como con las de su perseguidor. Con estas ambiguas descripciones, Latorre consigue mantenernos a la expectativa sobre el papel de estos individuos, aunque la previsibilidad desbancará toda sorpresa.

A destacar algo en la novela: parece que Latorre no haya intentado tanto escribir un relato sobre vampiros como, en cierto modo, una apología de la lectura. Son muchas las referencias a autores diversos que no "pintan" nada en la trama; eso sí, Latorre nos hace creer que este punto en común que une a Christopher con Judy, con el individuo - húngaro, curiosamente - y con Dan, el librero que tiene contratado a Christopher, o sea, los libros, su pasión por la lectura, ocupan un lugar fundamental en la trayectoria del argumento y en la "supuesta" oscuridad de la obra.

Estamos ante un relato nuevamente de vampiros de Latorre, si bien y, al contrario que en "En la ciudad de los muertos", la ambientación gótica aparece un poco difuminada, enclaustrada, eso sí, en una adjetivación típica de lo lúgubre, pero sujeta a un enclave más moderno, más urbano que en la anterior novela. De estilo ligero y ágil, su narrativa es muy correcta, sin fallos léxicos ni ortográficos. El horror que transmite, al menos en su primer tercio - unas 70 páginas - se deduce de las "ausencias": aún no han aparecido los Mortimer; son tan sólo la intuición presentida y convertida en rumor a partir de su supuesto avistamiento por Thomas, el ciudadano amigo de Christopher. Ausencias transmitidas por la " mágica" desaparición de la figura de Jeremy Mortimer en unas fotos antiguas que Christopher conserva, así como en otras en poder del centro en el que estudió. Ausencias también en el cementerio, de donde han comenzado a desaparecer cadáveres recientes, en tumbas profanadas, coincidiendo los hechos con la "supuesta" llegada de los Mortimer y del intrigante húngaro alojado en casa de Christopher. A ello se añade que, en sus paseos relajantes, Christopher, tratando de escapar de la rigurosa monotonía depresiva que padece a causa de la enfermedad terminal de su hermana, es quien ha constatado todas esas irregularidades, además de una extraña presencia: una mujer de raza negra que se oculta tras un hábito oscuro, y que le sonríe de forma aviesa.

Hasta aquí, el planteamiento augura una tensión y un argumento muy interesantes, pero que se van difuminando conforme el transcurrir de las páginas empieza a poblar la lectura de conversaciones faltas de ritmo, que hieren las expectativas con la aportación de datos redundantes o, en cualquier caso, adolecen de una falta de originalidad y perspectiva, a base de la reiteración de una adjetivación alusiva al ambiente neblinoso que, lejos de contribuir a introducirnos en la situación, conducen al lector a defenderse con múltiples bostezos. Como sucedía en "En la ciudad de los muertos", si bien allí el "batacazo" se produce en unas extrañas prisas por concluir la trama de un modo irregular, en el caso que nos ocupa se constata un decaimiento en la trama que se plaga de lugares consabidos y comunes, topicazos y "mareos de perdiz" que sólo en las páginas finales ceden el paso a unos toques de tensión menos deslavazados.

Una pequeña decepción, en definitiva, aunque la opinión sobre el conjunto de la obra de Latorre y su intermitente calidad me hicieran temer algo así. No obstante, la factura de la novela no deja de ser sumamente correcta hasta el punto de poder convertirla en una lectura entretenida, aunque previsible.

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