Ficha La Condición Humana III: La Plegaria del Soldado

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Críticas de La Condición Humana III: La Plegaria del Soldado (1)




Mad Warrior

  • 14 Feb 2022

10



La derrota definitiva. Hirohito habla a sus plebeyos anunciado la rendición ante el avance norteamericano, que se ha llevado por delante Okinawa, Hiroshima, Nagasaki y otros importantes lugares.
Mientras tanto, en el interior de Manchuria, la guerra parece continuar. Y nuestro héroe Kaji procurará salir de ella...

Si bien en Shochiku no tenían mucha fe en Masaki Kobayashi ni en su monumental proyecto de adaptación de la serie literaria de Shigeru Kurita basada en sus experiencias en el campo de batalla y el ejército, pronto sus dudas se disiparían al contemplar de qué manera conquistaba ¨Ningen no Joken¨ a la crítica y al público; las dos primeras partes ya podían ser consideradas entre las obras maestras del cine universal. La trilogía se completaría dos años después de haberse iniciado con un esfuerzo mayúsculo por parte del director y su equipo (máxime soportando sus exigencias y estricta rigurosidad, lo que valió el cariñoso apodo de ¨鬼小林¨ (demonio Kobayashi) ).
Esta última parte se sitúa inmediatamente después de la anterior, cuando el protagonista ha dejado las líneas enemigas atrás y se dispone a regresar como sea al Sur de Manchuria. La principal diferencia del film (convirtiéndose además en el mejor de la saga) es que el nipón abandona por fin los espacios cerrados, los ambientes claustrofóbicos en los cuales nos mantuvo prisioneros y sin salida como a sus protagonistas, y se permite desarrollar gran parte de la acción y el argumento a través de vastos escenarios y campos abiertos, aprovechando todos los elementos naturales que le brinda el paisaje en su trato del drama y manejando con mayor dinamismo su cámara.

Se trata del inicio del fin de un peregrinaje arduo y exhaustivo; iremos del lado de Kaji y sus compañeros atravesando una tierra inhóspita que en realidad no le pertenece a nadie, recién invadida por los rusos comunistas y perteneciente a los chinos...todo rastro de vida japonesa peligra entre estos flancos. Aquél también, como el territorio que pisa, ha cambiado, de un idealista romántico a un cínico más duro y violento, en plena rebelión con todo lo que le rodea, dejando emerger (y esto es un deleite para el espectador) su furia contra aquellos oficiales injustos, oportunistas y sanguinarios a los que era incapaz de enfrentarse en tiempos pasados.
Kaji ahora mata y roba para sobrevivir, lo cual le hace testigo de su propia decadencia como ser humano, de su renuncia a esos ideales con los cuales podía trazar la línea que le separaba de los asesinos a quienes antes denunciaba; no obstante su fuerza impulsora sigue siendo el amor incondicional de Michiko, que como un eco a través del tiempo y el espacio es suficiente para alimentar su cada vez más podrido espíritu. Sin embargo no disfrutaremos directamente de la excelente presencia de Michiyo Aratama; será evocada por el protagonista en su larga travesía, se aparecerá como un espectro viviente del pasado...

Y es que ahora Kobayashi parece mucho más confiado de sus habilidades y apuesta por la interpenetración psicológica y emocional a base de romper la realidad, experimentando con la inventiva visual y llevando de cuando en cuando su obra hacia esferas de pura abstracción; por otra parte, si bien Michiko se postulaba como la heroína de la serie, junto con otras féminas protagonistas, ahora el papel de heroína lo asumen todas y cada una de las mujeres de la historia (las madres, las prostitutas, las esposas, las hijas, las exiliadas...), pues se las convierte en las verdaderas combatientes por resistir al infierno al que han sido arrojadas, en el que se ha convertido su tierra, por las crueles acciones de los hombres.
En este infierno se arrastra, camina, persiste Kaji en su avance, y sin saberlo se convierte en su transcurso en el guardián de una comunidad; pues una vez que la guerra termina, salvo la suya propia, realiza un periplo que le vale para experimentar un poder de atracción inédito. Cual predicador inconsciente y tendente al mutismo, el otrora soldado reúne, uno a uno, seres a la deriva, supervivientes de una catástrofe, en definitiva lo que queda de Japón después del paso de la guerra; aquí una madre que roba para alimentar a su bebé, allí un joven soldado aún manteniendo su fidelidad a la patria, allá una joven que sólo desea reunirse con su hermana...

Una vida en comunidad termina por resurgir de las cenizas y el duelo, una comunidad a escala humana, una familia recompuesta y ampliada, si bien Kobayashi, en su puesto puramente objetivo de los acontecimientos, no tiene miedo de confrontar a esos mismos individuos (sobresale la lucha y desprecio entre militares y civiles), porque si algo ha distinguido a sus compatriotas es el odio y el orgullo.
Estos supervivientes avanzarán poco a poco alimentándose del cadáver del viejo mundo, cercenado, humillado y apaleado. El punto de vista del director sigue siendo vital en este aspecto.

Regocijándose en la crueldad de los suyos y exponiendo de manera sorprendente la inédita bondad de los invasores (ante las despiadadas risas y el atroz trato de los japoneses los rusos tienden la mano), no emite juicios y se esfuerza por hacernos comprender que todos (incluidos los chinos, rusos y coreanos) pueden tener el beneficio de la justificación por sus inhumanos actos, proponiendo además el conflicto político sangrante entre el nacionalismo tradicional, que aún muchos defienden, y el recién llegado comunismo, para revelar sus respectivas flaquezas y debilidades ideológicas. Lo que queda claro es que la ayuda rusa ha sido un salvaguarda para aquellos despreciables seres que disfrutaban ejerciendo la violencia y lo pueden seguir haciendo.
Una de las fundamentales subtramas que nacen a lo largo de este mesiánico periplo donde Kobayashi hace malabares para mantener a su espectador siempre en tensión (pues ahora el límite espacial no es un problema y el argumento va desarrollándose a partir de una serie de encuentros tan inesperados como devastadores) será la que enfrente a Kaji y el sádico Kirihara. Esto nos lleva a un último tramo en el cual el protagonista termina de descender a los más oscuros abismos de su psicología y su condición humana, sin posibilidad de regresar a su anterior existencia.

En dicho tramo el director remite a la 1.ª entrega al centrar el drama en un campo de prisioneros, cambiando las tornas: los que antes esclavizaban ahora son esclavos, con Kaji en el lugar que un día ocuparon los manchurianos en la mina de carbón (reestableciéndose el equilibrio histórico) y reemplazando a Ko en su papel de revolucionario contra las fuerzas opresoras; en esta imagen especular que se repite a través del tiempo por la fatalidad de la Historia, Kirihara es un sustitutivo de Okazaki. Sin embargo se suprimen subtramas románticas y será la amistad y el espíritu de rebeldía lo que define el torrente de emociones al que somos sometidos.
Tatsuya Nakadai expresa mejor que nunca el límite por el que está cruzando su personaje, que empezó como humanista con esperanzas y ha terminado transformándose en una bestia nihilista; la culpa es de la guerra y aquellos que las dirigen, sin duda. Por ello, aunque toda la película está jalonada de instantes atroces, que nos arrugan las entrañas al enfocar Kobayashi tan de cerca el dolor y el horror humano, la más destacada será la rebelión (individual) que desata el protagonista hacia un clímax brutal, condenándole irrevocablemente.

El natural de Hokkaido sigue empleando su cámara para registrar de la manera más cruda el nivel de extenuación al que puede someterse un ser humano; los lentos pasos de su héroe caído en desgracia son los de un alma que ya ha descendido a los rincones más oscuros de su infierno personal.
Atravesando páramos sin fin, montañas y bosques, Kaji, despreciado por los invasores rusos, odiado por los invadidos chinos y sus compatriotas japoneses, prosigue imprimiendo sus huellas en el curso de una hazaña que quizás se olvide, convirtiéndose en mártir legendario y dejando su existencia terrenal para adentrarse en la nada de la eternidad, junto a su adorada Michiko...

Al final de este viaje el espectador ha cambiado como el protagonista, ha sido azotado desde todos los ángulos y aspectos posibles, forzado a presenciar el avance de la Historia al son de regurgitar ésta sus propias entrañas y de aquellos que la destruyen y reconstruyen.
Como su héroe, Kobayashi entra también en la eternidad con este hito incontestable de la cinematografía japonesa y por consiguiente la universal, periplo épico a todos los niveles, pieza fundamental en sus géneros (el bélico y el histórico), un apabullante logro técnico y artístico y poseedor de una serie de discursos demoledores. A esto se le llama hacer Historia del cine.



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