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El Quimérico Inquilino
(Roland Topor)

por Javier Bocadulce
Puntos: 7

Lo normal sería que uno se echara atrás en su intención de alquilar un apartamento al conocer que está libre debido a que su última inquilina se ha arrojado por una de sus ventanas al patio interior; pero, a Trelkovsky eso le anima, incluso morbosamente, a visitarla en el hospital donde agoniza e incluso le lleva a obsesionarse con ella, una vez fallecida y conseguido el apartamento en alquiler. Trelkovsky es un discreto empleado francés que necesita cambiar de apartamento; su decisión obstinada en alquilarlo, le llevará a complicarse absurdamente la existencia tras la muerte de la joven, pues con el alquiler del piso se lleva incluidas unas involuntarias malas relaciones vecinales, auspiciadas por las quejicosas amenazas de denuncia por parte del vecindario, molestos los unos con los otros, pero especialmente con él, a causa del más mínimo ruido nocturno que se produce en el interior del inmueble. Presencias nocturnas extrañas, personas que actúan robotizadas en los servicios...Topor nos plantea metafóricamente el conflicto del individuo con el colectivo, haciendo que el protagonista se metamorfosee casi de forma inconsciente, sintiéndose enloquecer, en la víctima propicia de la comunidad de vecinos. Topor juega a confundirnos, pero una simple ojeada al continuo uso de la voz en tercera persona, nos hace pensar que Trelkovsky no maneja los hilos; que, tal vez, no sea una víctima de las crueles artimañas del vecindario y que, tal vez, no esté siendo puesto fuera de combate por ellos, sino que todo esté fraguándose en su mente enferma.

Se trata de una novela corta, pero intensa, gracias a la indefinición: ves acercarse el final y sólo intuyes de manera oscura qué está sucediendo, aunque pese de manera notable la sensación del modelo de lo ya vivido. Un argumento de aparente sencillez que termina atrapando en un ambiente catártico al espectador. La infructuosa y patética, aunque épica lucha del hombre contra su destino: el eterno retorno, como el ciclo de la creación, crear para destruir y, de la violencia de la destrucción derivar en la gestación de algo nuevo.

La novela nos muestra el terror de lo cotidiano, la sensación de no reconocerse de pronto, contemplarse como el inesperado monstruo que, sin embargo, siempre se ha sido; verse incapaz de distinguir el rostro de la máscara, y que el lector se aterrorice al identificarse en la ignorancia de sí mismo. Una manera doméstica de hacer literatura de terror al estilo de W.W. Jacobs, M.R. James o Matheson.

"Surrèalisme", se decía en francés. Surrealismo, lo que está "sobre" la realidad, literalmente. Es decir, por encima, más real que la propia realidad. Para ello, Topor usa un vocabulario sencillo, la herramienta más acertada para empatizar con una emoción tan primaria y primitiva como es el miedo; esa sensación que convierte al rey de la tierra en un tierno pajarillo con el corazón desbocado. Topor perteneció al denominado grupo "Pánico". Los creadores de este grupo secuestraron las emociones para implantar el enfoque subjetivo de la realidad, de manera que su gusto por lo macabro se tiznara de gestos grotescos, que lo siniestro bebiera del humor, aunque fuera negro. De este modo, muestran el lado oscuro de lo trivial, haciendo que cualquier persona discreta pueda acongojarse ante el porvenir. Nace el terror inteligente.

Un inciso. Fijándonos en el título, ya podemos deducir algo del interior de la obra. Generalmente, se habla de algo quimérico como fantástico, casi imposible de lograr. Pero, atendiendo al origen del término, la quimera era un monstruo legendario de la mitología griega, dotado de tres cabezas. De ahí el dibujo que figura en la portada, obra del propio Roland Topor, artista polifacético- haciendo gala de su ser bohemio, también fue actor -, de gran prestigio en las artes pictóricas de su tiempo. Si nos fijamos en el dibujo, representa una quimera con sus tres cabezas giradas hacia su propio trasero, del que emerge una cola dotada también de cabeza, hacia la que parecen mirar con agresividad las tres restantes. Evidentemente, ésta es la de Trelkovsky. El pertenece al mismo cuerpo, que es el edificio de apartamentos, cuyos vecinos no le ven con buenos ojos. El apartamento no deja de ser una metáfora de la sociedad, a la que no es capaz de adaptarse.

En "La metamorfosis", de Kafka, el protagonista parte desde el principio asumiendo que ha despertado convertido en un monstruo. En cambio, en "El quimérico inquilino" el joven francés de origen polaco, sufre un progresivo deterioro físico y mental del que acusa a los conspiradores vecinos. Se trata de una novela con pocos personajes, casi sólo dos, pues al protagonista se enfrentan los vecinos como uno solo: todos son un poco "la vieja del visillo" en su actitud. Los pocos que congenian con Trelkovsky parecen irreales, como él. El joven es observado continuamente, pero también cae en la tentación de ser un mirón de wáter en la distancia, desde su ventana. Hay un homenaje al absurdo, en lo jocoso de su repentino y amnésico travestismo, un cambio que le aproxima a la locura. La transmutación del protagonista es un círculo, acompañado concéntricamente por el propio mutar de la novela, que concluye en una orgía de sensaciones, en una especie de cuadro de situaciones de espíritu daliniano, muy cercano al onírico mundo del Bosco.

El final de la novela es, sencillamente, genial. No por nada está considerada como una obra de arte de la literatura de terror.

En definitiva, el hombre es tan testarudo que puede soñar que existe, cuando no es más que una quimera.


Comentarios

alex-soad-mdt-9:

sumamente genial.

Comentarios: 7



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