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por Javier Bocadulce
Puntos: 9
Horace Walpole nació en una época demasiado constreñida a la realidad, de tal manera que prácticamente proscribÃa la fantasÃa. Con Horace, todo cambió.
Considerada como el origen de la narrativa de terror, esta novela de 1764 está inspirada, en lo que se refiere al bloque fÃsico del castillo, en una granja adquirida por el propio Walpole, resultado de inmiscuirse en un gusto emergente en la época, que deseaba romper con los convencionalismos. Empezaba la gente a encandilarse por el pasado gótico y por lo medieval. AsÃ, Walpole transformó la granja en un pequeño castillete que atiborró de objetos que rezumaban el gusto por lo siniestro y lo gótico, y para el que, a su vez, inventó una historieta sobre su origen y sus supuestos antiguos propietarios, con el fin de conferirle mayor credibilidad. Esto, y un sueño que dice tuvo una noche, le inspiraron para recrear la ambientación de su novela El castillo de Otranto.
Contraviniendo el espÃritu racionalista vigente en la época, Walpole, temeroso de que su novela transgresora no tuviera éxito, en su primer prefacio a El castillo de Otranto comentaba, falsamente, que el texto obedecÃa a una traducción de un supuesto manuscrito italiano hallado recientemente, y que él hizo lo posible por adaptar. En un segundo prefacio, asumida la gran acogida de público por su novela, se apresuró a desmentir tal falacia.
Llamará la atención en quienes lean que esta obra daba origen a la narrativa de tono gótico, cómo se acumulan las actuaciones de los personajes con unos efectos teatrales exacerbados, casi cómicos, algo muy buscado por Walpole en un intento de reÃrse de tanto estancamiento impuesto por la época, aprovechando para alardear de ser el causante de la irritación de sus enemigos.
El planteamiento de la historia nos sitúa en un castillo usurpado siglos atrás por la familia del tirano Manfred, un suceso ilegÃtimo que dio lugar a la leyenda que anunciaba cómo su verdadero dueño se apoderarÃa de la fortificación el dÃa que su cuerpo no cupiera dentro de la misma. Temeroso del incierto destino de su abolengo, sometido a tan extraña profecÃa, Manfred se obsesiona con casar a su enfermizo hijo, Conrad, con la hija de un noble de alta jerarquÃa - a la postre, quien se dice auténtico heredero del castillo -, con el fin de salvar a la familia de la infausta y supuesta maldición. Y, efectivamente, poco antes de su casamiento, mientras se hallaba en el patio del castillo, Conrado murió aplastado de repente bajo un enorme yelmo, del tamaño de un hombre, y aparecido de la nada. A partir de este suceso surrealista y cómico dentro de lo trágico, comienza la verdadera acción de esta desternillante obrita macabra. La obsesión por mantener la dinastÃa y el control sobre el castillo, empujará a situaciones más propias de la comedia de enredo , asà como escenas de capa y espada; e incluso se despliega un entramado plagado de situaciones propias de la novela romántica, pero que resultan deliciosas dentro de un bien montado ambiente tétrico, como en las pelÃculas de Abbott y Costello: insólitos sucesos, acciones descabelladas, actitudes volubles, grandilocuentes y desfasadas hasta la irrisión por parte de los personajes, que adornan, no obstante con suma pulcritud una historia con gran movilidad e intensidad, importante por constituir el germen de lo que serÃa el ambiente gótico en la novela de terror, jalonan una historia con un ritmo muy vivo. Que alguien, atravesado de parte a parte, sea capaz de soltar unas parrafadas inmensas e intensas, dentro de unos diálogos que se perpetúan inconcebiblemente, no deja de ser una guasa realizada adrede, en una pequeña burla a los cánones de la época.
Y fue asà como nació la novela gótica, no porque El castillo de Otranto pueda causar inquietud entre los lectores - más bien, es una obra llena de escenas humorÃsticas - sino porque establece las bases, los elementos comunes de un movimiento estético que nacerÃa con esta obra. El propio Walpole escribirÃa que esperaba que su labor fuera continuada por escritores con mayor imaginación y capacidad que la suya. En una época en la que la fantasÃa era perseguida, Walpole hizo surgir guerreros heroicos que salvaban damiselas en peligro, gigantes pertrechados de armaduras medievales, efectos sobrenaturales y surrealistas, escondidos bajo un pliegue humorÃstico para hacerlos pasar como elementos burdos y absurdos contra los que postularse; pero, en verdad, estaba sembrando subrepticiamente esos elementos para que dieran su fruto en breve.
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