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Joyland
(Stephen King)

por Javier Bocadulce
Puntos: 7

Una nueva entrega del amo del terror. Joyland. Un parque de atracciones, lugar típico, como pueden ser los intrigantes circos, para el desarrollo de una buena historia con tintes macabros. Bien; pero, desde un principio, encontramos algo poco habitual en King: una novela de apenas 300 páginas, en un formato de libro pequeño y muy manejable. Además, Joyland es una novela muy comprometida con temas, digamos, de la controversia americana, en el sentido de que se aborda - aparentemente de pasada - el conflicto por el derecho a sentirse protegido con armas en casa; la temática del fanatismo religioso o la problemática de los asesinos en serie.

En sus últimas creaciones, King, tras anunciarse como efecto rumorológico su posible abandono del mundo literario, regresó con sensaciones nuevas: novelas más cortas y liberadas del efecto adormecedor de sus clásicas descripciones interminables, algo muy de agradecer por parte de la mayoría de sus seguidores, pues sus conceptos claros y su manera inteligente de diseñar los personajes, permanecen inalterados.

En 1973, Devin Jones, jovenzuelo de veintiún años, no colecciona demasiados motivos de dicha; proyecta su vida en función de una ansiada carrera como escritor, pero hasta entonces, compagina sus estudios universitarios con algún empleo eventual. Como Wendy, la chica a la que ama, pero que le mantiene distante, virgen y con la sospecha de que su tirantez, como la perspectiva de los años pasados le permite ver, se debía a que ya por entonces estaba liada con el que sería su pareja, al que se sometió sexualmente enseguida; en la vida de Devin abunda la tristeza, como la derivada de la muerte de su madre acontecida cuatro años antes; o sus pensamientos suicidas, hasta que surge trabajar durante el verano en Joyland, un parque de atracciones en el que un crimen en la atracción conocida como "La casa embrujada", continúa sin esclarecerse. Aunque, para Devin, Wendy será siempre su "fantasma" particular, el recuerdo de una inmadurez que irá deshinchándose con el tiempo.

El anciano Easterbrook, director del centro de entretenimiento, da la bienvenida tanto a repetidores como a novatos trabajadores de Joyland, el país de la alegría, pues eso será lo que repartirán los tres meses del verano. Se les exige mostrar caras amables ante eventuales desprecios; vender entusiasmo, desde el sacrificio del trabajo duro y variado que se les encomendará a partir de ahora.

Las primeras cien páginas abordan una especie de oda a la amistad, el compañerismo, el sufrimiento en la entrega y dedicación en el trabajo. Ponerse el disfraz de perro- la mascota del parque - en sesiones asfixiantes para los niños, constituye un acto heroico diario. Vemos la evolución de Devin, de post-adolescente imberbe a hombre responsable por mediación del nuevo entorno, en una no menos heroica acción del protagonista, al salvar a una niña de atragantarse con un perrito caliente, en el parque- algo que pone en guardia a Devin, pues el asunto coincide con una profecía de madame Fortuna, uno de los variopintos personajes del parque de atracciones.

A partir de estas páginas, se produce un pequeño giro hacia lo sobrenatural: Devin ha hecho gran amistad con una parejita en formación. Tom, el bromista y la chica de éste, Erin- previamente, Devin había puesto sus ojos en ella -, pasan uno de sus días libres entrando, entre otros sitios, en "La casa embrujada". El cínico Tom ve el fantasma de la chica asesinada años atrás por un extraño que la acompañaba en citada atracción. Tom y Erin optan-como muchos habitualmente-por marcharse del parque de atracciones, pero Devin decide dejar la universidad durante ese año, atrapado por las emociones de Joyland.

Los personajes en esta novela no constituyen una nómina muy amplia, ni siquiera King se pierde en detallarlos profusamente. Eso sí, sus pequeñas pinceladas siempre constituyen un poso de profundidad muy característico que impiden que el resultado final quede un poco cojo. En realidad, aparecen agrupados por dúos, exceptuando el trío que dará un vuelco a su vida: Annie y Mike Ross. Madre e hijo. El chico, en silla de ruedas, enfermo de distrofia muscular, saluda a diario a Devin, cuando éste va y viene por la playa en su recorrido entre la pensión y su trabajo en Joyland. Annie, la madre de Mike, jamás saluda a Devin. Sí, he dicho trío: Tienen un perrito, Milo, el contrapunto activo del niño en silla de ruedas.

La forma de conectar por parte de Devin con Mike y su madre - señorita Ann Rose - es una cometa, símbolo de libertad, la que le enseña Devin a manejar para que Mike atesore algo de ella en contraste con su prisión de muerte, la representada por la silla de ruedas que le adhiere a una poco menos que inevitable muerte inminente: Mike, diez años, consciente de su precaria vida, suelta continuos tacos de adulto, librando un terreno que nunca conocerá. Tiene, por contra, signos de clarividencia. Ann, en cambio, es una mujer atornillada a un tormento. Una batalla por ganar para Devin. Un reto vital que no es más que un símbolo en el que cualquiera puede verse reflejado.

Devin incurre de nuevo en heroísmo salvando de un infarto, en el parque, al desagradable Eddie- el encargado que controla el acceso a "La casa embrujada". Es un malencarado y, sin saber por qué, odia a Devin -, pero descubrimos que su maldad no es más que rencor hacia su difunta mujer, que no supo evitar en su momento, tras una desgraciada distracción, la muerte por atropello de su hijo de tres años-.

Tenemos una novela sobre lo que significa ser humano: nada, una gran nada con ambición de ser algo en el vasto universo, ése sin reglas que practica la injusticia. El parque es un universo simbólico, un maquillaje de ferocidad y de sonrisas crueles en el que cabe hallar polizones de extrañeza; la que revela la bondad nacida en la ingenuidad del inmaduro que cree en la justicia, hasta que crece y deja de ser un niño. Muy al contrario de lo que sucede con Mike, a quien el injusto universo condena a una inexistente infancia, una inexistente vida hasta que se cruza en su camino Devin.

Las novelas de King han dado últimamente un giro exagerado hacia lo melodramático. Su componente sensible siempre estuvo en su carrera, pero ahora lo convierte en el centro, aunque hay que agradecerle que no acabe en sensiblero. Al final, Stephen es un gran romántico al que su sentido nostálgico de la vida le pinta un trazo pesimista y trágico, que gusta exhibir en sus novelas, con un toque macabro al que la misma rebeldía del autor de Maine suele dar un sopapo de esperanza. En eso, no deja de recordar al tono esgrimido en Blaze.

Para la posteridad, King quedará como el Rey de la novela de terror; a mi entender, habremos errado. Somos legión sus seguidores desde muchos años atrás. Hemos envejecido con él, nos hemos convertido en nostálgicos como él, que es un monstruo de la descripción de las emociones; que ha creado un mundo que suele moverse en ambientes setenteros. Que nos acaba haciendo lagrimear, el muy zorro...


Comentarios

Ryo:

Una cosa es un análisis y otra destripar el final del libro... vaya tela.

Comentarios: 1



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